Construyendo el amor conyugal. Ricardo E. Facci

Construyendo el amor conyugal - Ricardo E. Facci


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sin ideales, es una pareja estancada, sin capacidad para afrontar los obstáculos y seguir adelante. Es necesario el deseo de superación, de búsqueda de perfección, de felicidad...

      • La oración: El nosotros también es él, Jesús se interioriza de los problemas y brinda la gracia para solucionarlos. Él tiene siempre la justa. Hablen de él, dialoguen en la oración. Los tres todo lo podrán, solos seguramente nada lograrán.

      Para dialogar en pareja

      1.- ¿Cómo hemos ido superando nuestros conflictos?

      2.- ¿Utilizamos el diálogo para solucionar nuestros proble­mas?

      3.- ¿Hemos demostrado capacidad en la solución de los con­flictos?

      4.- ¿Reforzamos nuestra capacidad de solución con un am­biente cariñoso?

      5.- ¿Tenemos conciencia de que los problemas son “nues­tros”?

      6.- ¿Existe en nosotros algún ideal?

      7.- ¿Rezamos nuestros problemas?

      Para orar juntos

      Señor,

      gracias por nuestro matrimonio

      y, también, por sus conflictos

      que nos ayudaron a madurar.

      Hubiese sido hermoso no tener problemas,

      pero los hombre somos así,

      imperfectos, egoístas, pecadores...

      Hasta aquí hemos caminado,

      superando obstáculos,

      que nos permitieron unirnos más,

      querernos más,

      ser más amigos...

      Te pedimos, Señor,

      que nunca nos abandones,

      que siempre estés a nuestro lado

      para, entre los tres, seguir creciendo,

      destruyendo obstáculos,

      y así, construir día a día el mejor “nosotros”,

      dialogando contigo

      la solución para cada problema.

      Amén.

      El diálogo conyugal

      El diálogo es para el amor,

      lo que la sangre es para el cuerpo.

      Desde niños nos han enseñado a hablar de cosas, de los demás, de realidades que nos rodean, de chismes. Algunos recibimos “enseñanzas” desde pequeños para gritar, discutir o para imponer las propias ideas... Pero, en realidad, ¿quién nos enseñó a dialogar?

      Hemos ido asimilando un concepto erróneo de lo que es dialogar. Creemos que dialogan bien los que hablan mucho. El diálogo conyugal es muy exigente, exige profundidad, no se puede conformar con un simple hablar. Muchos matrimonios creen haber alcanzado un buen diálogo porque hablan de cosas, del trabajo, de lo “caro que está la vida”, de los vecinos, del programa televisivo, de los suegros. Es evidente que de algunos de estos temas se debe hablar, pero no se puede cruzar los brazos y afirmar que todo está logrado en el área del diálogo matrimonial. Además, recordemos que muchos hablan y muy bien, exigiendo ser escuchados. Pero nunca escuchan.

      Dialogar en pareja es alimentar permanentemente el amor conyugal. Hacer que éste crezca y se fortifique. ¿Cómo se consigue un diálogo matrimonial profundo? Hablando de uno mismo, no de los otros, del “nosotros”, trasmitiendo al otro los propios sentimientos. Al dialogar profundamente en pareja, se comunican los íntimos pensamientos, tristezas, alegrías, deseos y pequeñas cosas de la vida en común.

      Las piedras, los vegetales y el reino animal constituyen un mundo cerrado en sí mismo. A diferencia de ellos, los hombres podemos abrirnos, comunicarnos, penetrar en el otro y dejarnos penetrar. Lo rico y maravilloso del diálogo conyugal no son, entonces, los demás ni las realidades cotidianas, sino los espo­sos mismos, sus riquezas interiores, sus sentimientos.

      El diálogo es una capacidad que Dios nos regaló como cami­no, por el cual abrimos la propia interioridad al otro.

      Alguien me decía: No sabemos de qué dialogar. ¿Será así? ¿O estarán tan distanciados que nada tienen en común? Se puede dialogar sobre muchos temas, pero el fundamental es el hablar de uno mismo, de lo que se siente al estar juntos o alejados por diversos motivos, los sentimientos que producen los hijos, qué experimentan ante un disgusto o una alegría, cuando el otro dice “te quiero” o al compartir el mismo lecho.

      ¡Dialoguen para que viva el amor! Porque el diálogo es para el amor, lo que la sangre es para el cuerpo.

      Para dialogar en pareja

      1.- ¿Cómo vemos nuestro diálogo?

      2.- ¿Qué descubrimos de negativo en nosotros que obstaculi­za el diálogo?

      3.- ¿Qué encontramos de positivo en nosotros que ayuda a acrecentar nuestro diálogo?

      4.- ¿Qué podemos hacer para mejorar el diálogo conyugal?

      Para orar juntos

      Señor,

      tú que eres la Palabra,

      que siendo tanto te hiciste poco:

      un hombre; para acercarte,

      y así dialogar con nosotros;

      enséñanos a renunciar

      a nuestro yo orgulloso,

      a ser indiferentes

      ante el reclamo del otro,

      a querer imponer nuestras ideas.

      Señor,

      Enséñanos a dialogar,

      a charlar sobre nosotros mismos,

      a abrir nuestros corazones

      para ser totalmente del otro,

      y así nuestras intimidades sean una sola.

      Amén.

      Saber escuchar

      El que quiera oír, que oiga

      (Mt 13, 9).

      Este pensamiento de Jesús, el que quiera oír, que oiga, que manifestó en varias oportunidades, perfectamente lo podemos referir al diálogo conyugal. Generalmente ocurre, que al profun­dizar el tema del diálogo, en muchas parejas se toca una herida muy dolorosa: la ausencia de un diálogo maduro.

      Es necesario no desanimarse. Es posible recomenzar el diá­logo. ¿Cómo? Sacrificando todo por llegar a la comprensión mutua, reconociendo aquello en lo que cada uno falla, haciendo un verdadero y profundo examen del diálogo, pero por sobre todas las cosas, aprendiendo a escuchar, pero a escuchar aman­do.

      El que quiera oír, que oiga. Queda claro que Jesús no le hablaba a sordos, a personas con problemas auditivos, sino que se dirigía a aquellos que simplemente recibían las palabras en un oído, no dejándolas penetrar hasta el corazón. El que quiera oír con el corazón, que oiga.

      Solo quien se disponga realmente a abrir el corazón a la palabra del otro, sabrá escuchar amando. Dialogar, antes que hablar, es escuchar.

      ¿Cómo escuchar amando?

      + Teniendo una disposición tal que el otro se sienta animado a seguir trasmitiendo su interioridad.

      + Preguntando, como para motivar a que el interlocutor pueda profundizar más en su tirria.

      + Evaluando si lo escuchado es exacto. En los momentos en que se crea oportuno, es necesario realizar una síntesis de lo escuchado y volcarlo en el otro, para que evalúe, si se ha recibido lo que se quiso trasmitir.

      + Evitando juicios y actitudes defensivas.

      Escuchar no es solo dejar penetrar las palabras del otro en nuestro sistema auditivo. Es acoger al otro como persona


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