E-Pack HQN Victoria Dahl 1. Victoria Dahl
calor por todas las terminaciones nerviosas.
Bien; él podía hacer aquello. Pese al jugueteo de Molly, ninguno de los dos era adolescente, y él podía controlar su libido. Podía acariciarle el muslo a una mujer y conducir al mismo tiempo.
Ella se movió, y los músculos se le tensaron tanto como para que él se acordara de cómo le temblaban cuando llegaba al orgasmo. Ben había tenido una ligera erección desde que había visto sus braguitas rojas, pero en aquel momento se excitó por completo. Tenía la respiración entrecortada y miraba el salpicadero como si fuera su enemigo.
—Vaya más despacio —le dijo Wilhelm—. Hay una curva.
«Más despacio, más despacio».
Molly extendió los dedos y dirigió el meñique de Ben hacia el borde de sus braguitas. Allí, su piel ardía, y ella exhaló un pequeño suspiro.
Él se obligó a frenar suavemente y a conducir como una persona cuerda; sin embargo, al pasar el dedo por la tela, la notó húmeda, y supo lo que le esperaba. Calor y deseo. Gemidos y placer.
Las luces de la furgoneta iluminaron la vieja caravana, y Ben pisó el freno bruscamente y derrapó un poco sobre la gravilla.
Wilhelm soltó un gruñido de sorpresa, pero Molly subió las caderas y dejó que el dedo de Ben se colara por debajo del satén. Él tomó una bocanada de aire e intentó seguir concentrado en la carretera, pero ella estaba ronroneando a su lado, emitiendo sonidos de necesidad tan dulces que él tuvo que apretar los dientes para conservar el control de la situación.
Salvo que no tenía ningún control. Aminoró la velocidad y deslizó la mano hacia abajo para poder tomar aquella humedad con todos los dedos.
—Sí —susurró ella.
—Sí, aquí es —confirmó Wilhelm—. Puede dejarme justo aquí, Jefe.
La furgoneta se deslizó unos tres metros por la gravilla antes de detenerse. Wilhelm refunfuñó algo sobre los conductores jóvenes e imprudentes mientras bajaba y cerraba la puerta, pero Ben apenas se dio cuenta. Dobló el dedo corazón y lo hundió.
—Oh, sí —dijo Molly, apretando la mano de Ben contra su cuerpo y frotándose contra él.
—¿Quieres matarme, o solo que me despidan?
—Solo quiero que estés dentro de mí.
—Demonios —dijo él, y apartó la mano con un gran esfuerzo—. Espera un segundo. Espera…
Puso la marcha atrás y retrocedió unos trescientos metros por aquella estrecha carretera. Cuando estuvo en el punto en el que no podían verlos desde la carretera principal, ni tampoco desde la caravana de Wilhelm, apagó las luces y el motor y deslizó el asiento hacia atrás para alejarse del volante todo lo posible.
—Parece que te has propuesto volverme loco —se quejó, o más bien, fingió que se quejaba de la situación mientras la levantaba y la colocaba en su asiento.
—Solo distraerte.
—¿De qué?
Ella colocó cada rodilla a un lado de él y se subió la falda hasta la parte superior de los muslos. Ben pensó que estaba empezando a quererla.
«¡No!», gritó su cerebro. «¡Estás empezando a querer a su falda! No a ella».
Su cuerpo se deshizo de aquel dilema. No le importaba nada la semántica.
—¿Distraerme de qué? —preguntó mientras le acariciaba las medias para disfrutar del contraste entre su piel y la seda.
Molly se desabotonó la camisa.
—Estoy intentando distraerte del hecho de que odias esto.
—¿Qué?
—Tú odias esto, solo un poco —repitió ella con una sonrisa triste.
Él dejó de explorar sus muslos y le tomó las manos para detenerla antes de que se desabrochara el último botón de la camisa.
—¿De qué demonios estás hablando, Molly?
Ella se rio, apartó sus manos y terminó de abrirse la camisa.
—Tú preferirías estar haciendo esto con otra chica que no tuviera secretos.
—No.
—Alguien que no te causara tantas preocupaciones —insistió ella. Le tomó las manos y se las colocó sobre los pechos.
Pese a que él estaba confuso, comenzó a acariciarle los pezones y se dio cuenta de que se endurecían al más mínimo roce. Ella arqueó la espalda hacia atrás y se apoyó en el volante. Milagrosamente, la bocina no sonó.
—Yo no quiero estar con nadie más que contigo en este momento, Molly.
—¿Estás seguro?
—Te deseaba incluso cuando no debía.
—No es cierto.
Ella se quitó la camisa y metió las manos de Ben bajo su camiseta de tirantes negra. Ben encontró el cierre delantero del sujetador y lo abrió. Cuando le acarició los senos desnudos y le pellizcó suavemente los pezones, a Molly se le cortó la respiración.
Tenía los ojos cerrados, los labios separados, las mejillas sonrojadas de placer. Él quería verla siempre así, llena de deseo hacia él, feliz y lujuriosa.
—Cuando estabas en el instituto —le susurró— yo intentaba imaginarme cómo serías desnuda, pero eso era… Tú eras demasiado joven.
—Ummm. Ya no.
—Pues lo pareces, so fresca.
Ella se rio.
—Y a ti te gusta.
—Eso sería de pervertido, cariño.
—Bueno, yo te ayudaré a mantener las apariencias en público, pero los dos sabemos que en realidad eres un chico malo.
En realidad, no lo era, o por lo menos nunca lo había sido, pero quería ser malo con Molly, eso lo sabía con seguridad.
Volvió a pellizcarle los pezones, en aquella ocasión un poco más fuerte, y disfrutó del modo en que a ella se le entrecortaba la respiración.
—Tú tenías novias —dijo Molly, cuando recuperó el aliento— en el instituto.
—Sí.
Ella le pasó los nudillos por los pantalones vaqueros, y le envió pequeñas descargas de electricidad por el miembro viril.
—¿Y qué hacías con ellas en la vieja camioneta de tu padre?
—Yo…
Ella lo acarició con más firmeza, y después lo tomó a través de los vaqueros, intentando abarcar el grosor de su erección con los dedos. Él vio unas luces, pero en aquella ocasión no tuvieron nada que ver con la sirena de la furgoneta.
—¿Alguna de esas chicas te masturbó?
—Yo… —jadeó Ben. Se imaginó los dedos de Molly alrededor de su miembro, y casi pudo sentir su contacto—. No sabría decirte.
—Ummm… Eso me suena muy caballeroso —dijo ella mientras lo acariciaba de arriba abajo, lentamente—. Yo me perdí esto contigo en el instituto, aunque no fue por falta de ganas.
Molly estaba haciendo un buen trabajo para enviarlo quince años atrás, a los días en que las caricias sexuales eran demasiado difíciles de soportar y no eran suficientes. Aquella vieja necesidad desesperada volvió a apoderarse de su cuerpo. Volvió a sentir el deseo incontenible de averiguar cómo se sentiría si una chica posaba su mano sobre su miembro desnudo.
Había olvidado la tortura que podía representar la tela de unos pantalones vaqueros. Ella le estaba provocando cosquillas y escalofríos en el sexo, tentándolo para que le pidiera más, por favor, más. Solo