Cartas de Emily Dickinson: un campo minado. Эмили Дикинсон
para pintar para ti. Me preguntas qué dijeron mis flores –las muy desobedientes– y les di mensajes. Dijeron lo que dicen los labios en el Oeste, cuando el sol se pone, y lo mismo dice la Madrugada.
Escucha de nuevo, Maestro. No te había dicho que hoy fue día del Sabbat.
Cada Sabbat junto al Mar me hace contar los Sabbats hasta que nos encontremos a la orilla –y (acaso) si es que las colinas lucen tan azules como dicen los marinos. No puedo hablar más (quedarme más tiempo) esta noche (ahora), pues este dolor me lo impide.
Cuán fuerte el recuerdo pese a la debilidad, y cuán fácil, bastante, poder amar. Por favor dime, dímelo, cuando te sientas bien.
* Tal vez se trate del reverendo Charles Wadsworth.
A un desconocido recipiendario
circa 1861
Maestro:
Si vieras una bala dar en el blanco de un Ave –y te dijera que no le dispararon– acaso te haría llorar su cortesía, pero desde luego pondrías en duda sus palabras.
Una gota más de la herida que mancha el pecho de tu Margarita –entonces ¿lo creerías? La fe de Tomás en la anatomía era más firme que su fe en la fe. Dios me hizo –[Señor] Maestro– no fui –yo sola. No sé cómo se llevó a cabo. Él construyó un corazón dentro de mí –Poco a poco me creció de más –y como la pequeña madre –con el niño grande– me fatigó llevarlo. Oí hablar de algo que llaman “Redención” –que daba sosiego a hombres y mujeres. Has de recordar que te la pedí –y tú me diste otra cosa. Olvidé la Redención [en lo Redimido –dejé pasar mucho tiempo antes de decírtelo, pero sabía que me habías alterado –Yo] y no me sentí cansada –nunca más– [tan querido se había vuelto este extraño que, si fuera él, o mi aliento –la Alternativa– habría arrojado lejos al sujeto con una sonrisa.] Ya soy mayor –esta noche, Maestro– pero el amor es el mismo –como lo son la luna y la medialuna. Si fuera la voluntad de Dios que yo respirara donde tú has respirado –y hallara el lugar –yo misma– de noche– si yo (no puedo) jamás olvidar que no estoy contigo –y que la pena y la helada están más cerca que yo –si yo deseara con una fuerza que no puedo reprimir– que mío fuera el lugar de la Reina –el amor de los Plantagenet es mi única disculpa– Llegar más cerca que los presbiterios – y más cerca que el nuevo atavío –que confeccionó el Sastre– la broma del Corazón jugando con el Corazón –en un Día de Guardar– me está prohibido– Tú me haces repetirlo –temo que te rías– cuando no logro ver– [más que] “Aprendiz” no tiene gracia. ¿Alojas un Corazón en el pecho –Señor– está colocado como el mío –un poquito a la izquierda– tiene la duda– si despierta de noche– acaso– él para sí mismo– será un pandero– y él para sí mismo una tonadilla?
Estas cosas son [reverenciales] sagradas, Señor, las toco [reverentemente] santificadas, pero las personas que rezan –se atreven a acentuar ¡“Padre” [nuestro]! Dices que no te digo todo –la Margarita confesó– y no lo negó.
El Vesubio no habla –el Etna– tampoco [Vuestros] uno de ellos –pronunció una sílaba –hace mil años, y Pompeya la oyó, y se escondió para siempre – No podía darle la cara al mundo, después –supongo– ¡Tímida Pompeya! “Hablarte de la carencia” – sabes qué es una sanguijuela– verdad– y [recuerda que] el brazo de la Margarita es pequeño –y has sentido el horizonte –verdad –¿y acaso el mar –nunca llegó tan cerca de ti para hacerte bailar?
No sé qué podrás hacer por él –gracias– Maestro– pero si yo tuviera barba en las mejillas–como tú– y tú tuvieras los pétalos de la Margarita– y yo te importara tanto – ¿qué sería de ti? ¿Podrías olvidarme en la lucha, o en la huida – o las tierras extrañas? ¿Acaso no podríamos Carlo,* y tú, y yo caminar por las praderas una hora –y no importarle a nadie más que al mirlo Bobolink– y a sus– escrúpulos de plata? Antes solía pensar que cuando muriera –podría verte– así que moriría lo más rápido que pudiera –pero la “Corporación” irá al cielo también –así que [la Eternidad] no será secuestrada ya [del todo] –Dime que te espere – dime que no tengo que ir con un extraño hasta el para mí –inexplorado pliegue [de un sitio] – he esperado mucho tiempo– Maestro– pero puedo seguir esperando –hasta que mi cabello de avellana esté entrecano– y tú lleves bastón –entonces podré ver mi reloj –y si el Día va en descenso ya –podremos arriesgarnos [al] por el Cielo –¿Qué harías conmigo si llegara “de blanco”? ¿Tienes el pequeño cofre para guardar lo Vivo?
Quiero verte más –Señor– que todo lo que deseo en este mundo– y el deseo –un poco alterado– será mi único deseo –de cielos.
¿Podrías venir a Nueva Inglaterra –[este verano, podrías] vendrías a Amherst –Te gustaría venir –Maestro?
[Acaso haría algún daño –aunque ambos tememos a Dios–] Acaso la Margarita te decepcionaría –no– no lo haría– Señor– sería regalo para siempre –solamente mirarte a la cara, mientras tú miraras la mía –entonces yo podría jugar en el bosque hasta el Anochecer– hasta que me llevaras hasta donde la Puesta de Sol no nos hallara– y las verdaderas llegaran –hasta colmar el pueblo. [¿Me lo dirías, por favor?]
No pensaba decírtelo, tú no viniste a mí “de blanco”, ni jamás me dijiste por qué
Sin ser Rosa, me sentí florecer
Sin ser Ave – en el Éter cabalgué.
* Carlo era su perro, mitad Newfoundland, mitad San Bernardo, a quien decía amar más que a cualquier ser humano.
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