Julito Cabello contra la lata tóxica. Esteban Cabezas
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HOLA, ¿QUÉ TAL?
Para quienes no me conocen, mi nombre es Julio Cabello, pero me dicen Julito (una vez, un chofer de micro me dijo otras cosas, muy ofensivas, pero no las voy a repetir). Mi papá es crítico de restaurantes y mi mamá escribe sobre flores y jardines. Los dos son periodistas y, como podrán deducir, en mi casa todos escriben, menos Beltrán, mi hermano chico, que ni siquiera dice su nombre. Mi mejor amigo, que es como parte de la familia, escribe solo en el celular. Se llama Aarón y no habla mucho.
Mi ecosistema, como diría la profe de Ciencias, es muy simple. Pero bueno, eso era en el pasado porque el presente es mucho más enredado y se está poniendo peor.
Para que vayan entendiendo: los protagonistas de esta historia son un chancho muy simpático que hay que comerse (es obligación), unos árboles enanos que nadie se come (¿quién se come un árbol?) y una vieja amiga de mi mamá que anda trayendo una lata llena de…
¡¡¡ALERTA!!!
Lo sé. Hay palabras que sonarían menos mal, como “excremento”, “heces” o “inmundicia” (qué rancio, las encontré en el diccionario), pero también es cierto que nadie las usa. Sorry, aquí va:
… y esta amiga de mi mamá anda con una lata llena de… ¡caca de un pintor! (suena muy ordinario, pero ella dice que es una obra de arte). Y, en medio de todo esto, el Beltrán, mi hermano chico, se transforma de un día para otro en una verdadera mina de oro.
¿Alguien iría a ver una película con una sinopsis así?: “Vea las sorprendentes aventuras de un chancho perdido en un bosque enano” o “Una lata de caca que cambió la historia del arte”.
Yo sí iría, pero si me invitan. Ni loco pago una entrada para ver eso. Y tendría que ser con cabritas… Si no, no. Y con una bebida de esas grandes (que además son muy caras…). ¡Te cobran el precio de una bebida entera por un solo vaso!
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UN DÍA CUALQUIERA
ANTES DE EMPEZAR CON MI DESCRIPCIÓN de toda esta locura, tuve que buscar algo en internet. Podría haber mirado en una enciclopedia de arte, pero es mucho más difícil. Es que son libros más pesados que un diccionario, porque traen kilos de fotos.
Sé que les va a costar creer esto que tiene mucho que ver con lo que sigue a continuación. Ni yo lo creería si me lo contaran. Si Aarón me lo dijera, iría a buscar el calendario para revisar si ya es 28 de diciembre, Día de los Inocentes.
Pero es verdad.
Busqué el nombre “Piero Manzoni”.
¿Quieren que les cuente qué hizo Piero Manzoni? Si hay cosas raras en la vida, esta es la más requetecontraextraña de todas.
Como imagino que están echados en la cama leyendo y que les da una lata patética levantarse a averiguar quién es Manzoni, este es un resumen de la cuestión (que insisto: ES VERDAD, con mayúsculas). Este ARTISTA (ja, ja, artista) tomó un montón de caca y la enlató, como si fuera atún.
Y no solo eso: la vendió como obra de arte. Les puso número a noventa latas y una etiqueta en italiano que decía “caca de artista”.
¿Piensan que esto es ordinario? Pues están equivocados: en verdad es extra-ordinario, súperordinario, mega-extra-ordinario. Y también fétido, creo.
El problema es que el pobre de Manzoni, no sé si porque se agotó con tanto talento artístico, se murió unos años después de presentar su magnífica creación. Entonces, y como todos saben, lo escaso se vuelve caro (un ejemplo son los diamantes, algunas cartas coleccionables Magic o los lápices cuando hay prueba y justo se me olvida llevar uno). Pero Manzoni nunca supo de su éxito (porque se murió, insisto) y sus latas llenas de hediondez (encontré un sinónimo, vaya) siguen subiendo de precio mientras pasan los años. Algo parecido ocurre con los vinos de mi papá: los tiene años guardados en su ropero y ahí suben y suben de precio. La diferencia es que mi papá igual se los toma y nunca los vende, aunque dice que son una inversión.
En cambio, si alguien abre una lata de Manzoni, deja de ser una obra de arte. Y olvídense del olor.
●3
EL TÍO LEONCIO
CREO QUE ME ESTOY PONIENDO muy complicado. Será mejor que parta por el comienzo:
El principio de todo fue una muerte…
Brígido.
Una mañana, cuando estaba listo para irme al colegio, llamaron por teléfono. Como nadie llama a esa hora, obviamente pensé que sería una buena noticia, como por ejemplo:
1. Un ciclón arrasó el colegio. No hay clases.
2. Un alud de piedras y lodo cubrió el colegio.
No hay clases.
3. Un extraño tipo de terremoto, muy localizado, dejó el colegio hecho harina.
No hay clases.
No crean que soy tan podrido de malo como para imaginar que todo esto sucede con los profesores dentro. No, no, no. Me imaginaba que todos ellos, como recién estaban volviendo de vacaciones de invierno, venían atrasados. Y que justo el portero, don Juan, había ido a la esquina a comprar un cartón de Loto. Era entonces, cuando no había nadie ahí, que el colegio desaparecía de la faz de la Tierra.
Una tremenda tragedia (para la directora, porque para mí esto sería lo máximo). Pero nada. No pasó nada. Esa no era la noticia.
Mi papá, que tenía el teléfono pegado a la oreja, solo escuchaba. Mudo. Parecía disecado.
Antes de colgar, solo exclamó: “¡Estaré allí en una hora!”.
Mi mamá y yo, que estábamos al lado igual de disecados, esperando que nos contara qué había pasado, no alcanzamos a saber. Se había hecho un gigantesco silencio que se rompió, precisamente, con algo que se rompía. Beltrán, aprovechando que no lo estábamos mirando, se había subido a la mesa de la cocina para ejecutar una danza-onda-disco-tipo-Godzilla-destruyendo-Tokio. Y Tokio eran los platos y tazas del desayuno.
Mis papás corrieron en dirección al desastre y lo único que alcancé a escucharle a mi papá, porque el bus del colegio ya estaba afuera tocando la bocina, fue: “Se murió el tío Leoncio”.
¿Y quién era ese Leoncio?
●4
OTRO NUEVO NOMBRE
ESE DÍA ESTUVE MÁS DISTRAÍDO que de costumbre, lo que ya es mucho. Lo único que me sacó de la gran pregunta (“¿quién era ese tío Leoncio?”) fue que el Aarón intentó comerse mi sándwich de jamón (por lo que se ganó un “colocado no cobra”). Y también me distrajo la llegada de una nueva profesora.
Habíamos vuelto del recreo y estábamos listos para una guerra de bolas de papel, cuando se abrió la puerta y no entró nuestra miss de Artes Visuales de siempre. Nosotros esperábamos a la miss Giner, que era muy simpática, tan simpática que nunca nos retaba. Y en cambio entró una profesora que lo primero que hizo fue hacernos callar. A continuación, nos dijo que sacáramos un papel y un lápiz para… ¡hacer una prueba! Cuando Sepúlveda, que es el presidente de curso, intentó protestar, la nueva profe le dijo fuerte y claro:
—¿Perdón? ¿Usted, señor… (ahí Sepúlveda dijo despacito “Sepúlveda”) usted, señor Sepúlveda, pretende decirme cómo hacer las cosas? Tome asiento y saque el lápiz y el papel. Y no quiero más interrupciones.
Esto es lo que se llama un duro aterrizaje después de las vacaciones. Nos estábamos mirando en el más absoluto silencio (solo se escuchaba la guata del Aarón crujiendo, porque no le había dado mi sándwich) cuando la profesora comenzó a hablar en otro tono.
—Bien. Es una sola pregunta y quiero