Julito Cabello contra la lata tóxica. Esteban Cabezas
a ser “pan comido”, pero me equivoqué. Me estiré, me salieron un par de ruidos irrepetibles (sin olor, lo juro) y después fui a la cocina a tomar la leche y a comer un par de panes con paté. Ustedes saben que el desayuno es la comida más importante para un niño. Sin calorías es imposible copiar en las pruebas, molestar en el recreo y defenderse de los puñetes. Je.
Falso.
Igual se puede hacer todo eso en ayunas, pero comer cochinadas temprano, en la mañana, es rico. Y más tarde, también.
Cuando llegué a la cocina, el cuadro parecía película de dibujos animados.
—Jurasina —dije, y luego me corregí—, ejem, Clementina, ¿qué hay de desayuno?
La Clementina, que necesita dormir todas sus horas de hibernación y no había podido, andaba como un zombi, mucho más lenta que de costumbre (increíble, pero es posible). Y el Beltrán, que ya estaba despierto, disparaba con su cuchara cereales con yogurt para todos lados, desde su sillita.
Como yo era el adulto-despierto, intenté negociar con él, para que dejara de molestar.
—Beltrán, ¿te parece necesario lanzar el desayuno por todos lados?
Beltrán me miró con su mejor cara de angelito.
—¿Kaa? —me respondió.
Como habíamos establecido algún tipo de contacto, creía yo, seguí.
—Pequeño hermano mío, ¿puedes parar de desordenar?
—¿Kaaaaa? —fue su segunda respuesta mientras me miraba pestañeando.
—Beltrán, ¡para!
Entonces dijo una palabra que yo nunca había escuchado.
—¿Ka, Ulito?
¿Mi nombre? ¿Me dijo Julito?
Debo haber puesto una cara ridícula, de pura sorpresa y pura chochera, pero se me pasó altiro. Bajé la guardia y, en ese mismo momento, Beltrán me lanzó un cucharazo de yogurt directo a la cara.
Mi mamá dice que cuando se enoja ve rojo. Yo, en cambio, vi rosado, porque el yogurt era de frutilla.
Les juro que lo hubiera estrangulado, pero entonces escuché un ronquido de la Clementina que se había quedado dormida sentada en la silla.
Estaba con la boca abierta. Y sin dientes. ¡Qué asco!
●8
“KONOCIENDO” A KARLA
ES VERDAD QUE ME TOCABA SER EL ADULTO de la casa, pero la Clementina tenía mi edad multiplicada como por siete. Me llevaba lejos la delantera. Era como siete veces más adulta que yo y, además, no estaba picada, como yo sí lo estaba, ni con la cara llena de yogurt.
Mientras el Beltrán seguía con su labor de distribución del desayuno por todas partes, comencé a moverle el hombro a la Clementina. Para que atinara. Primero fue suave, pero no me resultó. Le salió un ronquido enorme y siguió durmiendo como si nada. ¿Cómo habrá levantado e instalado al Beltrán en su sillita?, pensé yo. Allí estaba, diciéndole “despierta” a cinco centímetros del oído, cuando entró Karla con el pelo mojado.
“¿Dónde hay café?”. Dijo solo eso y ni tan fuerte, pero fue como si a la Clementina le hubieran dado un golpe de corriente. Se levantó de un salto y fue directo a la despensa, se agachó a buscar la cafetera y la puso en la cocina. Si no la hubiera visto, no lo creo. Parecía a velocidad normal, casi humana.
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