Vivir para Cristo Eucaristía. José Rivera Ramírez

Vivir para Cristo Eucaristía - José Rivera Ramírez


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de la Misa).

      Todo brota de aquí, y por eso la principal actitud en la vivencia de la liturgia será siempre una fe viva y personal que nos haga suficientemente conscientes y hambrientos de esta obra de la Trinidad santa en nosotros, en toda la Iglesia y en toda la humanidad. Si algo aprieta y conviene es no achicar nunca el valor universal de la Misa por falta de fe o de esperanza.

      Don José repetirá con frecuencia en su predicación que en la Eucaristía, en la comunión y en la liturgia en general, recibimos en la medida de esta fe viva y personal con la que entramos en las celebraciones litúrgicas.

      Y es que, como ya hemos visto, las personas divinas quieren tener siempre la iniciativa en nuestras vidas y movernos en todo nuestro obrar, dando así valor divino a todas nuestras acciones, desde las más interiores hasta las obras más naturales. Y eso desde la Eucaristía, que viene a ser el centro de la vida del creyente y la fuente de esta divinización o santificación.

      ¿Cómo, si no, se santificará el cristiano en el trabajo o en el estudio? ¿De dónde sacará virtud el creyente para unirse a la cruz de Cristo en sus sufrimientos y cruces de la vida? ¿Cómo santificar el matrimonio y elevar ese amor humano tan necesitado de elevación?

      Las personas divinas quieren obrar así y de manera permanente en nosotros. Y esas gracias permanentes son las que especialmente hay que buscar y recibir en la Eucaristía. ¡La obra principal del día, principio de todas las demás, para no trabajar en vano!

      Los capítulos del libro quedan distribuidos, al hilo de la predicación de don José, según las partes fundamentales de la Misa que todos conocemos. Y, por supuesto, las otras divisiones y subrayados son nuestros, para mejor captar y recibir el rico pensamiento de don José.

      A estos contenidos hemos añadido citas del Diario de don José, que pueden enriquecer el texto y darle más hondura y fuerza teológica; sobre todo, nos pueden ayudar a saber beber en la Eucaristía tanta riqueza como esconde. Y a eso responden también los apéndices finales, que han sido extraídos del mismo Diario y que explican la normalidad y frecuencia con que don José meditaba constantemente el Ordinario de la Misa para vivificar su vida y ministerio sacerdotal.

      Lo hacía diariamente y buscando sacar toda su riqueza. Así meditaba sobre la cristología en el Ordinario, sobre la santidad de Dios y su respeto en el Ordinario, sobre la presencia de la Virgen en el mismo Ordinario, o sobre diversos temas:

      «En torno a la Misa debo centrar mi conocimiento del Espíritu Santo, de la Virgen Madre, de los hombres, del sentido de los menesteres pastorales.

      Se me ahonda, como inmediatamente aplicable a todo, la conciencia de que es Cristo mismo quien comunica el Espíritu y, por tanto, la Sabiduría; que la obediencia, las humillaciones, la oración —sobre todo la litúrgica— son más ilustrativas que todos los estudios. Y ello es particularmente oportuno en esta época mía en la cual, ignoro por qué, se me despierta voracidad intelectual respecto de libros, estudios, temas…» (Diario, 1439).

      No es fácil subrayar en don José acento alguno, porque todo lo señala desde la suma importancia; todo parece, situado en el misterio, tener la misma importancia.

      Pero puestos a distinguir señalemos, además de la fe viva en la presencia operante de las personas divinas que aludíamos antes, estos dos acentos.

      En primer lugar, la conciencia de indignidad frente al misterio del don inestimable de la Eucaristía. Nos hace falta siempre mucha humildad, profunda humildad. Y así subraya en todos sus repasos del Ordinario las muchas veces que nos invita, es decir, que Dios quiere darnos la actitud de indignidad, la conciencia del amor inmerecido de Dios:

      «Una actitud necesaria para vivir cristianamente es la humildad. El reconocimiento doloroso de que somos pecadores y de que, de hecho, pecamos. Pero tal reconocimiento es ya una gracia de Dios, que nos ilumina nuestra condición, ciertamente triste, para levantarnos por el perdón, más cierto y poderoso todavía» (Notas personales sobre el Ordinario de la Misa).

      Y, en segundo lugar, confianza absoluta en el amor de Cristo. Es necesario partir en la celebración de la certeza de que Cristo desea la intimidad plena conmigo. Intimidad perfecta y transformadora.

      Pues en la Eucaristía se encuentra el bien mayor de la Iglesia y del mundo. Y también nuestro. Insiste:

      «Partir de la conciencia de que mi bien mayor posible es la unión con Cristo, en el cual, con el cual, por el cual y desde el cual, quedo unido al Espíritu Santo y, consiguientemente, al Padre y a cada uno de todos los hombres, en la medida en que ellos se dejen o se hayan dejado unir a Cristo» (Notas personales sobre el Ordinario de la Misa).

      Por eso todo alejamiento de la Eucaristía es literalmente desvivirse.

      José Luis Pérez de la Roza

      INTRODUCCIÓN

      Un modo de reflexión, partiendo del Misal, puede ser ir viendo cómo en esta acción litúrgica principal se manifiestan actuando el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y el católico —como miembro de la Iglesia— y, por tanto, la Iglesia entera. No es más que ir viendo cómo se manifiesta esto en los mismos textos. Incluso en la cantidad de signos que hacemos. Por ejemplo, el simple hecho de una serie de inclinaciones o genuflexiones tienen su significado, no son solo palabras, sino signos, que son también signos de actos nuestros.

      Otro modo sería recoger lo que es la sustancia del sacrificio sacramental partiendo de la Revelación y de la teología y ver cómo se expresa en el Ordinario de la Misa.

      Pero lo que voy a hacer es más modesto. Es, simplemente, seguir los textos y hacer unas cuantas observaciones parándome y extendiéndome en alguna frase para profundizar más. Porque si entendemos lo que la Iglesia quiere decir en los textos, cuando los escuchemos en la celebración los viviremos personalmente, y nuestra participación será fructuosa. Precisamente esta es la intención de la Iglesia hoy —a partir del Concilio— poniéndolos en los idiomas accesibles al público, para que los asistentes puedan participar también conscientemente no solo en la sustancia del misterio, sino en lo que están diciendo y en lo que se está haciendo. La prueba está en que han quedado menos oraciones en silencio y que, cuando interviene el pueblo de una manera expresa y externa, lo hace para manifestar que está en conformidad, que está incorporado a lo que está haciendo el sacerdote y lo está haciendo con él, a su nivel. Pero es necesario que se dé cuenta. Recuerdo siempre que en la constitución sobre la liturgia (Sacrosanctum Concilium), de cuatro veces que se califica la actitud del que participa, tres se dice la palabra «consciente». Démonos cuenta de lo que decimos.

      Tengamos en cuenta además una práctica muy recomendada en la historia de la espiritualidad. Se trata de las jaculatorias, es decir, de las oraciones vocales breves, pero reiteradas a lo largo del día. Porque si uno coge la bendita costumbre de tomar alguna de las frases del Ordinario y usarla como jaculatoria, entonces obtendrá dos beneficios por lo menos.

      Primero, al iluminar esas jaculatorias algún momento de su vida, las habrá hecho vida en él, y así, cuando llegue a la celebración, simplemente al enunciarlo, le estará haciendo revivir actitudes vitales de momentos importantes de su vida, porque haya evitado una tentación o porque haya estado más fervoroso.


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