The twittering machine . Richard Seymour
Akal / Pensamiento crítico / 86
Richard Seymour
The Twittering Machine
(La máquina de trinar)
Traducción: Alcira Bixio
Una brillante investigación sobre los efectos políticos y psicológicos de nuestra cambiante relación con los medios sociales.
Los antiguos ejecutivos de la industria social nos dicen que el sistema es una máquina de adicción. Somos usuarios que esperamos histéricos nuestro próximo éxito, con sus likes, sus comentarios y su difusión compartida. Escribimos a la máquina como individuos, pero esta nos responde agregando nuestros deseos, fantasías y debilidades, y convirtiéndolo todo en datos. Nos transformamos, queramos o no, en una experiencia de mercancía.
En la obra de Paul Klee Die Zwitscher-Maschine (The Twittering Machine o La máquina de trinar, 1922), la canción del pájaro de una máquina diabólica actúa como un cebo para atraer a la humanidad a un pozo de condenación. De igual forma, las redes y la industrial social nos ofrecían la promesa de construir nuestra propia historia, pero ¿hasta qué punto elegimos la pesadilla en la que se ha convertido?
«Todos deberíamos leerlo.» William Davies, The Guardian
«Una mirada inmisericorde a nuestra relación tóxica con los sombríos pero convincentes medios de comunicación social.» Emma Jacobs, Financial Times
«Un brillante y urgente texto que cambia completamente nuestro punto de vista.» China Miéville
«Lo que Susan Sontag hizo por la fotografía y Christopher Lasch hizo por la cultura del narcisismo, Richard Seymour lo ha hecho con los medios de comunicación social. Lo leo con una sensación de reconocimiento y alarma.» Adam Shatz, London Review of Books
Richard Seymour, escritor, analista y locutor, es autor de The Liberal Defence of Murder (2008), Against Austerity (2014) y Corbyn: The Strange Rebirth of Radical Politics (2018). Sus columnas aparecen regularmente en The Guardian, Jacobin, London Review of Books, New York Times y Prospect.
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
Antonio Huelva Guerrero
Instagram: @sr.pomodoro
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Título original
The Twittering Machine
© Richard Seymour, 2019
© Ediciones Akal, S. A., 2020
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-5019-3
The Twittering Machine (Die Zwitscher-Maschine), Paul Klee, 1922 (The Museum of Modern Art, MoMA)
A los luditas
Nota del autor
Al escribir este libro, me he propuesto no cargarlo de referencias y alusiones eruditas. Quiero que se lea como un ensayo antes que como un análisis polémico o una obra académica. Pero, quien quiera saber más o sencillamente llegue a preguntarse en algún momento «¿cómo sabe el autor tal o cual cosa?» encontrará al final de la obra las notas bibliográficas. Quien sienta el impulso de investigar una cita, una estadística o un dato en particular, solo tendrá que buscar la frase de su interés por el número de página en la última sección de la obra.
Prólogo
Todo lo que está en el ordenador es escritura. Todo lo que está en la red es escritura en páginas web, archivos y protocolos.
Sandy Baldwin, The Internet Unconscious
The Twittering Machine (La máquina de trinar)[1] es una historia de terror, aun cuando se trate de tecnología que, en sí misma, no es buena ni mala. La tecnología, como dice el historiador Melvin Kranzberg, «no es buena ni mala… ni neutral».
Tendemos a atribuir poderes mágicos a las tecnologías: el teléfono inteligente es nuestro billete a la dicha; la tableta, nuestro anotador místico. En la tecnología descubrimos nuestras propias facultades enajenadas en una forma moralizada, o bien como un genio benevolente o bien como un demonio atormentador. Estas son fantasías paranoides, nos parezcan o no malignas, porque en ellas estamos a merced de los dispositivos. De tal manera que si estamos ante una historia de horror este debe residir en parte en el usuario: una categoría que me incluye y que probablemente incluya a la mayor parte de las personas que están leyendo este libro.
Si bien la The Twittering Machine (La máquina de trinar) nos confronta a una serie de calamidades –adicción, depresión, «fake news», trolls, turbas online, subculturas de la derecha alternativa–, lo único que hace es explotar y magnificar problemas ya socialmente generalizados. Si descubrimos que nos hemos hecho adictos a las redes sociales, a pesar –o precisamente a causa– de su frecuente sordidez, como me ha pasado a mí, quiere decir que hay en nosotros algo que está esperando para hacerse adicto. Algo que las redes sociales potencian. Y si, a pesar de todos esos problemas, aún frecuentamos las plataformas de las redes sociales –como lo hace más de la mitad de la población mundial– quiere decir que debemos estar obteniendo algo de ellas. La sombría literatura dictada por el pánico moral que vitupera «las frivolidades» y la sociedad de la «posverdad» debe estar pasando por alto una verdad vital del tema que analiza.
Quienes disfrutan de las plataformas que ofrecen las redes sociales tienden a sentirse a gusto con la idea de que se les está dando una oportunidad de ser escuchados. Esto debilita el monopolio sobre la cultura y el sentido, del que antes gozaban únicamente las empresas informativas y de entretenimiento. El acceso no es igualitario, pues los usuarios corporativos, las agencias de relaciones públicas, las celebridades y muchos otros compran y pagan un mayor alcance, y además ofrecen un contenido mejor financiado, pero aun así, las plataformas pueden dar una oportunidad a las voces marginales donde antes no tenían ninguna. El acceso recompensa la agudeza, el ingenio, la inventiva, la chispa y ciertos tipos de creatividad, aunque también recompense los placeres más oscuros tales como el sadismo y el rencor.
Y si el uso de las redes sociales desestabiliza los sistemas políticos, no es algo tan malo para los que tradicionalmente han estado excluidos de esos sistemas. La tan publicitada idea de la «revolución de Twitter» exageró enormemente el papel que desempeñaron las redes sociales en los levantamientos populares, sobrepasados desde entonces por fuerzas más oscuras subyacentes en las redes sociales, desde los asesinos de ISIS al Men’s Rights Activists (MRA). Pero, ocasionalmente, el flujo de información entre los ciudadanos es lo que permite establecer una gran diferencia, momentos en los que no es posible confiar en los medios informativos tradicionales, momentos en los que puede