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se percibe mucha melancolía en el rostro del viejo poeta. Trata de comprender los desengaños del mundo y de la vida, y recobra una visión más optimista. Nuestro hombre mayor observa que le faltan muchos cabellos, que le falta la vida. Reprime sus sentimientos de melancolía, alza la vista al cielo y dice, como si hablara un labrador al declinar el día de trabajo: Ya queda poca luz del día.

      Kim Jong-gil es un sabio. Sabe sobreponerse a la vejez que se avecina. No pierde la esperanza y aguarda una primavera nueva, como Antonio Machado en “A un olmo viejo”.

      Primavera

      Abre los ojos

      una flor blanca de magnolia en un callejón,

      como en un bastidor para bordar.

      Al mediodía, en el aire nublado, gris,

      se da la vuelta la montaña Bukak,

      como si se acostara después del parto.

      Como una oruga recién salida de algún capullo,

      me revuelvo yo también.

      Abro los ojos.

      Aquí la primavera es una sala de parto; el tiempo es la cuna para nacer y renacer, y la estación es el ejemplo más señero para percibir el verdadero sentido del eterno retorno. Es verdad: todo nace y renace en la primavera de la tierra, lugar santo donde se puede esperar la reencarnación, porque se ve renacer todas las hierbas y flores.

      La descripción del poeta es muy visual y objetiva. Florece una magnolia mientras la montaña parece moverse entre la neblina primaveral. El poeta mira la montaña como si hubiera sufrido un parto difícil y se recostara para descansar. El gran acierto es que él siente cómo se convierte de pronto en la nueva criatura afortunada que nace, ya en el regazo de la montaña o en otras posibilidades; recobra vigor y fuerza al ver el paisaje primaveral. No queda ahí la esperanza, desea renacer o rejuvenecer, quitándose la cárcel del cuerpo viejo que lo aprisiona.

      Volvamos al punto de partida y hablemos del poeta propiamente coreano que es Kim Jong-gil. Antes que nada, se siente y reconoce oriental y así dice:

      La orquídea

      La orquídea occidental es esplendorosa,

      pero poco fragante,

      mientras que la orquídea oriental

      es poco vistosa,

      pero muy olorosa.

      Por consiguiente, las orquídeas orientales

      tienen que oler bien

      aun dibujadas solamente

      con el claroscuro de la tinta china,

      como aquellas flores dibujadas

      por el ilustrísimo Dae Won Gun,

      que hace unos días vi en la sala Hoam Art Hall:

      las flores florecían por encima de la mesa altísima.

      El poeta Kim sabe bien que ningún pintor puede dibujar la fragancia de una flor. Sin embargo, la pintura oriental parece intentarlo, porque los pintores-poetas prefieren la orquídea como tema, dibujándola solamente con el claroscuro de la tinta china. A la pintura oriental le importa mucho el Chi (energía vital o aura) que es, al fin y al cabo, un complejo físico-psíquico de elementos vitales, que incluye olor y sabor.

      El poeta no explica el modo oriental de pintar, habla de sus impresiones, de las magníficas imágenes que representan las orquídeas dibujadas por el ilustre potentado de la dinastía Chosun. Dice que “las flores florecían por encima de la mesa altísima”, lo que significa que la pintura inspira una imagen más elegante y noble que se imagina más allá de nuestra experiencia cotidiana.

      Otra faceta de Kim fue la de profesor de literatura inglesa durante treinta y tantos años en la Universidad de Corea. Kim Jong-gil es un buen conocedor de la poesía inglesa y estadunidense y tiene publicados, además de una veintena de libros, un excelente artículo sobre la traducción de Cathay, de Ezra Pound. He aquí un poema que habla de la Universidad de Cambridge:

      Siempre que vengo, veo

      que no ha cambiado nada:

      igual que antaño se encuentra la calle de King’s Parade.

      Saint John’s, Trinity, Clare, King’s ...

      edificios de los colegios mayores

      con sus ladrillos y piedras ya roídos y decolorados.

      La sabiduría y las ciencias

      se convierten también en torres tan fuertes como aquellas

      que se cubren con musgo, presumiendo su elegancia tan clásica.

      Solamente las enredaderas marchitas y las hierbas verdes

      revelan los fenómenos de la vida y la muerte

      mientras en esta calle el tiempo se hace espacio

      y el espacio, tiempo.

      No se distingue entre mañana y tarde,

      ni se notan los cambios de las estaciones:

      todos están callados en el silencio de los tiempos inmemoriales.

      El poeta es un enamorado de la eterna sabiduría clásica de la Universidad de Cambridge. En la vieja universidad las piedras y los ladrillos son el tiempo en el silencio de los tiempos inmemoriales, mientras las enredaderas y los musgos nos revelan la temporalidad de los seres terrestres.

      Así es y ha sido la poesía de Kim Jong-gil, poeta coreano y universal al mismo tiempo. En su poesía se unen y respiran juntos Occidente y Oriente. Si la península coreana ha sido puente y punto de conjunción entre la cultura china y la japonesa, la poesía de Kim lo concreta al hacer una síntesis armoniosa de ellas en su poética.

      No sólo estudia la poesía universal, también percibe el sabor universal en carne y hueso, por decirlo en términos unamunianos. El poeta Kim es intimista de estirpe romántica, porque su imaginismo no es más que un modo de asumir la gracia y los dones de la naturaleza y del universo al sentirlos íntimamente. Sabe que su cuerpo no es sino una serie de piezas orgánicas y les ruega a los “huesos de la nuca” que continúen sosteniendo su cabeza mientras dure su vida:

      Huesos de la nuca

      Y después de todo

      ¿cuántos huesos tendré en la nuca?

      y ¿por qué me crujen o suenan ¡crac, crac!

      los huesos de la nuca

      cuando muevo la cabeza para abajo y para atrás,

      en los ejercicios que hago en el patio todas las mañanas?

      He vivido una vida azarosa,

      tratando de no rendirme,

      con el cuello bien erguido.

      Y cómo habrán sufrido, mis queridos huesos de la nuca.

      Ahora casi se han convertido en piezas de una máquina oxidada

      a las que se les han secado los lubricantes

      y crujen con un ruido lastimero cada vez que se mueven.

      Bueno, tengan paciencia, aguanten un poco,

      ya que todavía tienen una cosita que sostener.

      Por último, debo advertir que abundan los nombres propios en la poesía de nuestro poeta. Los nombres personales y geográficos parecerán al oído occidental un poco extraños o exóticos. Sin embargo, no hay que preocuparse demasiado por no conocerlos, ya que todo se hace pájaro en el aire y porque los nombres propios se vuelven comunes, universales en la poesía, al convertirse en los símbolos de nuestra amistad y experiencia en la vida y en el mundo circundante.


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