Políticas de lo sensible. Alberto Santamaría
a lo largo de, aproximadamente, una milla[24].
Esta experiencia de Smith será común generacionalmente, y podríamos ver cómo se expande y reaparece tanto en la literatura como en las artes visuales de los sesenta o setenta. Pero igualmente la hallamos en el marco de la música de finales de los setenta y en una ciudad tan adecuada para estas descripciones como Manchester. No obstante, si llevásemos a cabo una genealogía, pronto observaríamos cómo se trata de una experiencia que se asienta en el marco de la poética romántica donde se pretende hallar el elemento de disenso con respecto a la experiencia de lo cotidiano. El descubrimiento de un espacio desacostumbrado que emerge de lo visible y que posibilita la visión de un futuro trastornado, he ahí una poética condensada[25]. Los escenarios están dispuestos: aeropuertos vacíos, gasolineras abandonadas, centros comerciales como proyecciones del futuro… El ejercicio del extrañamiento comienza aquí, en el momento en el que lo familiar (Heimlich) se transforma en (Unheimlich). Freud, en Lo siniestro, ahondó en ello. El extrañamiento radica en el presente y se postula como futuro. Y este extrañamiento estético del espacio, a la hora de hablar de Joy Division, tiene un referente clave: J. G. Ballard. La lectura de Ballard por parte de Ian Curtis parece haber desempeñado un papel relevante tanto en lo estilístico como, incluso, en lo emocional. Ballard, a su vez, le sirvió a Curtis de caja de herramientas para gestionar la desesperación de ese héroe esquizo y trágico de sus letras; un héroe que quizá fuese la propia desfiguración progresiva del propio Curtis. Tal vez hablemos de un héroe trágico a lo Antígona, que lucha desesperadamente ante un poder que sabe puede destruirla en cualquier instante. Lo que sí está claro, creemos, es la forma en la que las letras de Curtis, pero también la música de Joy Division, se sirven del universo en constante mutación hacia el radical trastorno que hallamos en la narrativa ballardiana. Es la atmósfera sonora igualmente de Joy Division la que también debe mucho al novelista. Empecemos por esto último. Simon Reynolds señalaba, aunque sin profundizar en ello, esta cuestión. Y lo hacía con respecto a quien construyó, junto a la banda, esa atmósfera tan peculiar, el productor Martin Hannett. Escribe Reynolds: «A Hannett también le gustaba la psicogeografía del espacio urbano, y declaró cosas como: “los espacios públicos y desiertos y los edificios de oficinas vacíos me dan subidón”»[26].
El trasfondo ballardiano crecía como una poética necesaria en la propia construcción sonora de la banda. Las palabras de Hannett, como las anteriores de Smith, como las letras de Curtis, definen, más allá de cualquier otra cuestión, una forma extrañada de ver el mundo. «Me chocaba que Ian ocupara todo el tiempo libre que tenía leyendo y reflexionando sobre la miseria humana» recordaba a este respecto Deborah Curtis. Pero no sólo eso. La propia Curtis ahonda en esta presencia:
Por entonces, Ian marcaba una distancia emocional entre nosotros dos. Trajo a casa un par de libros sobre la Alemania nazi, pero mientras tanto leía a Dostoievski, Nietzsche, Sartre, Herman Hesse y J. G. Ballard. […] Crash de J. G. Ballard combinaba el sexo con el sufrimiento de las víctimas de accidentes de coche. Me chocaba que usara su tiempo libre para leer y pensar en el sufrimiento humano. Ya sabía que buscaba inspiración para sus canciones, pero todo culminaba en una obsesión insana por el dolor físico y mental[27].
Leamos ahora a Ballard: «la magia y la poesía que uno siente cuando mira un depósito de chatarra repleto de lavarropas viejos, o un desguace lleno de coches hechos pedazos, o viejos barcos pudriéndose en algún puerto ya en desuso». Esta magia procede del extrañamiento, de la desfamiliarización que nos provoca y que dispone un futuro altamente distinto. Es algo que sentimos propio y ajeno al mismo tiempo. En Bienvenidos a Metro-centre realiza Ballard una descripción que concuerda con nuestra idea:
Allí, una gasolinera junto a la doble calzada encerraba un sentido de comunidad más profundo que cualquier iglesia o capilla, una conciencia mayor de cultura compartida que la ofrecida por una biblioteca o una galería municipal. […] En aquel pueblo, cuyo nombre ignoraba, no había periódicos tirados por el suelo ni personas recogiendo cartones. Era un sitio donde resultaba imposible pedir prestado un libro, asistir a un concierto, decir una oración, consultar el libro parroquial o dar una limosna. En pocas palabras, el pueblo estaba en un estado terminal de consumismo. […] La historia y la tradición, la lenta muerte por asfixia de una vieja Gran Bretaña, no desempeñaba ningún papel en la vida de sus habitantes, que vivían un eterno presente comercial[28].
Eterno presente comercial. Son estas descripciones, donde el espacio ejerce sobre el héroe la más pura sensación de asfixia, los escenarios a través de los cuales Joy Division conecta con J. G. Ballard y, más allá de este, con una forma de percibir la imposibilidad de sentido de lo real, que proviene de una tradición más lejana y compleja. Esa estética del sinsentido, de la imposibilidad de hallar un centro, la estética de una imposibilidad de una definición cerrada de lo que acontece, también se hallaba ya, aunque modulada de formas diversas, en la poesía de T. S. Eliot (a quien, como recuerda Deborah Curtis, Ian leía con fervor) o en las elegías de Rilke. En la primera de las Elegías de Duino leíamos: «no nos sentimos en casa / en el mundo interpretado / […] Ciertamente es extraño no habitar ya la tierra». A pesar de las distancias y tiempos, podemos observar que la tradición del extrañamiento, de ese unheimlich que también Heidegger estudió en Introducción a la metafísica a través del canto de Antígona de Sófocles, se mantiene como una tensión en la conformación del héroe esquizo protagonista del proceder de Joy Division. «Disorder», «Shadowplay», «Interzone», «Atrocity Exhibitions»… por citar cuatro temas casi al azar. Entre las cosas en común hallamos la presencia de ese sujeto, de ese héroe abandonado cuyo destino es la locura en un espacio de dimensiones indefinibles. En buena medida es el lugar del personaje construido por Ballard. Es por ello que Savage apunta: «El exquisito tecnobarbarismo de Ballard aportaba un elemento adicional. La ciencia ficción ofrece un presente alternativo y Curtis utilizó ese lenguaje»[29].
En los temas mencionados se puede rastrear perfectamente esta presencia retórica y atmosférica. No sólo Ballard, obviamente, sino también William Burroughs. Es «Atrocity Exhibition» donde parece más obvia la presencia ballardiana, pero esto también puede resultar engañoso en manos del alegorista Curtis. Si bien es cierto que Curtis señaló en diversos momentos, y así lo ha corroborado Deborah Curtis, que esta novela, junto a Crash, fueron esenciales para su forma de percibir el mundo y escribir sus letras, no debemos olvidar que el mismo Curtis, en una entrevista con Allan Hempsall en enero de 1980, declaraba que la canción no tiene que ver directamente con el libro. Aquí, podemos creer en su palabra o no. Es decir, la letra, recordaba Curtis, ya estaba escrita cuando se topó con el libro de Ballard, del que tomó simplemente el título porque consideraba que conectaba perfectamente con el espíritu de la letra[30]. Más tarde leyó la novela y halló un gran número de concomitancias. Por tanto, no es una adaptación en sentido estricto. Sin embargo, esto no implica que no podamos intuir la presencia ballardiana en la atmósfera de extrañamiento de la canción. El propio Hempsall, en la entrevista con Joy Division para una revista de ciencia ficción, confiesa lo siguiente: «Mientras me siento a beber, le pregunto a Ian por su gusto por la obra de Ballard. […] Descubro que ha leído una buena selección de obras […] como Crash, Terminal Beach, Atrocity Exhibition y High Rise»[31].
Quizá sea en «Disorder» donde, efectivamente, la presencia ballardiana sea mayor (aunque esto siempre es difícil de calibrar). The Atrocity Exhibition, publicada por Ballard en 1971, puede leerse como la sucesión de escenas en un mundo esquizofrenizado donde los sujetos viven en sus propias pesadillas prefabricadas, personajes que siempre están huyendo, expulsados de sí mismos por algún oculto fantasma. Personajes que carecen de una identidad precisa y que viven sometidos a poderes terribles y asfixiantes. Y es en