¿Cuánto vale una vaca?. Robert Marcuse
Papá, ¿qué es
la economía?
Josefina puso las bolsas sobre la mesa de la cocina. Papá todavía estaba desayunando con Juan.
—¡Feliz cumpleaños, papá! —dijo Josefina, dándole un abrazo cariñoso.
—Muchas gracias, Josefina.
—Papá, ¿qué es la economía? La gente no habla de otra cosa...
—¡Ay, hija, ¿de veras quieres que te lo explique? ¡No sabes en qué te metes!
—Sí, papá, me interesa.
—¿Estás segura?
—¡Sí, por favor!
—¡De acuerdo, entonces!
Papá dejó a un lado el periódico que acababa de abrir, se quitó los anteojos y frunció el ceño.
—Podría decirse que la economía es lo que producimos, construimos y fabricamos. Así que todo lo que puedes ver, tocar y usar, como juguetes, patinetas, bicicletas, aviones, casas, carreteras y puentes, son parte de ella. La economía también abarca las cosas que comes o bebes, por ejemplo, perros calientes, cucuruchos de helados o refrescos, y su distribución entre quienes las desean o las necesitan, como tú y como yo. La gente se preocupa por ella porque su buen o mal funcionamiento nos afecta a todos.
—¿Y cómo me afecta a mí?
—En todo lo que haces. Fíjate en esto: cuando compras chocolates en una tienda, lo haces porque eres golosa. Pero aunque no te des cuenta de ello, tu compra, y las de muchos niños como tú, convencen a la fábrica de chocolates de que es un buen negocio, y seguirán fabricándolos. Cuantos más niños compren chocolates, más venderá la fábrica a las tiendas y las tiendas a sus clientes.
Gracias a eso los empleados de la fábrica y los de la tienda tendrán mucho trabajo y no temerán perder sus empleos.
Como ves, con solo comprar chocolates, tú te conviertes en parte de la economía, sin siquiera notarlo. Es tan natural como respirar.
—¡Así que cuando como chocolate yo ayudo a la economía! ¡Qué bueno! —exclamó Josefina, con una chispa de picardía en los ojos.
¿Crees o sabes?
Hablar de chocolate le dio ganas de comerlo. Ella y Juan sabían en qué cajón encontrarlo.
—Basta, no coman tanto chocolate a esta hora de la mañana —los regañó mamá.
—Mamá, el chocolate es bueno para la salud. —Se defendió Josefina.
—Eso es lo que tú crees, porque el chocolate te gusta mucho —dijo papá—. Pero no es lo mismo creer, que saber.
—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó Josefina.
—Mira, cuando te duele el estómago, puedes creer que es porque comiste demasiado. Esa es tu opinión. Puedes estar en lo cierto, pero también es posible que alguna otra cosa te haya dado dolor de estómago. Tu médico probablemente te dirá que fue causado por un virus y, puesto que él estudió medicina por muchos años, su opinión es más confiable que la tuya.
—Las cosas en que creemos —pero de las que no estamos totalmente seguros—, se llaman “teorías”. Las cosas comprobadas, en las que todo el mundo cree y concuerda, se llaman “leyes”.
—El funcionamiento de la economía es difícil de explicar, porque solo hay teorías acerca de ella y la rigen muy pocas leyes...
—¿Jugamos una partida de ajedrez? —interrumpió Juan, instalando las piezas y el tablero en la mesa de la cocina.
—¡Con mucho gusto! ¡Y esta vez ganaré yo! —dijo papá, tomando asiento.
—¡Ni sueñen con jugar aquí, tengo mucho que hacer! —dijo mamá.
—Discúlpanos, María Elena, tienes razón. Ven Juan, vamos a la sala.
Solo que otra vez Juan ganó la partida, porque su abuelito, que era un jugador excelente, lo había entrenado bien.
Todo comenzó
en la familia
La fiesta de cumpleaños estuvo muy animada. Como al día siguiente Juan y Josefina no tenían que levantarse temprano, se quedaron con los mayores hasta pasada la medianoche. Padres e hijos despertaron a media mañana.
—¡Qué suerte que es domingo! —dijo papá—. Voy a descansar todo el día.
—Papá, ayer tío Eduardo y tío Pepe, que suelen ser tan bromistas y divertidos, no hicieron más que hablar de la economía. Nunca antes los oí hablar de eso —dijo Juan.
—Es que últimamente nos ha preocupado más que de costumbre.
—¿Acaso es un problema nuevo?
—No, no. En realidad, la economía es muy antigua. Comenzó mucho antes de que alguien hablara de ella. Existe desde cuando los humanos vivíamos en cavernas. Aunque en ese entonces todavía no le habían dado un nombre —respondió papá—. En aquellas épocas, cuando no había fábricas ni tiendas, los hombres cazaban para alimentar a sus familias. Cuando tenían suerte y conseguían regresar con un ciervo, los que habitaban la caverna lo comían juntos, pero no invitaban a sus vecinos a compartir el banquete.
Al desayuno, el almuerzo y la cena, casi siempre comían lo mismo. Pero como para buen hambre no hay mal pan, la gente comía todo lo que cazaba, así fuera un ave de presa de mal sabor.
Las familias compartían lo que obtenían, hacían o fabricaban; la familia fue la primera y más pequeña economía que existió.
Mucho, mucho
después...
—Más tarde, para protegerse de los animales feroces, unas familias se unieron con otras en grupos grandes llamados “clanes”. Pronto comenzaron a intercambiar comida, y así mejoraron su menú diario.
—¡Menos mal, porque debían estar cansados de comer siempre carne de ciervo! —comentó Juan. Papá siguió sin darse por enterado.
—Después comenzaron a plantar semillas para obtener verduras y algunos árboles, cuyas frutas les gustaban. Finalmente, también criaron animales para comer, como gallinas, cerdos y ovejas. Esto los obligó a asentarse en un lugar y los convirtió en agricultores y granjeros, en vez de cazadores.
Al formarse el clan, luego la tribu, la aldea, la ciudad y los países, se desarrollaron economías cada vez más grandes. Hoy, con los progresos tecnológicos en las comunicaciones, todas las economías del mundo están interconectadas.
—¿Quieres decir que en China y en África también se la pasan hablando de economía?