La vuelta a España del Corto Maltés. Álvaro González de Aledo Linos

La vuelta a España del Corto Maltés - Álvaro González de Aledo Linos


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velas en orejas de burro. Fue uno de los hitos del viaje, junto con los que aún nos quedaban por la proa (San Vicente en Portugal, el estrecho de Gibraltar, el cabo de Gata y el cabo de Creus) y nosotros únicamente pensábamos que ojalá los demás fueran tan fáciles de pasar como este.

      Una cosa graciosa a destacar son los nombres que ponen a los escollos: Bajo de la Avería, El Bufardo, El Roncudo, Las Quebrantas (como en Santander), etc. La roca que hay frente al cabo de Finisterre se llama El Centollo, no sabemos si por su forma (no lo parece) o porque alguien se atreve a ir a pescar centollos en él. Pasamos el cabo por la parte más segura (se puede pasar por fuera o por dentro de El Centollo, y por fuera o por dentro del bajo El Turdeiro; en ambos casos optamos por hacerlo por fuera aunque el tiempo hubiera permitido la otra opción). Tras pasarlo arrumbamos hacia el Norte al pueblo de Fisterra, donde llegamos a primera hora de la tarde con un sol espléndido. Nos indicaron que los visitantes amarran en el exterior del pantalán rompeolas. Es un tipo de pantalán de hormigón situado por fuera de los pantalanes de amarre, cuya función es parar las olas con su masa. No suele estar pensado para amarrar barcos allí, pero con el mar tranquilo a veces se usa para eso. El de Fisterra está orientado para frenar la ola del Nordeste, el sector al que está más expuesto el puerto. Cuando atracamos todavía había viento del Nordeste pero muy flojo, y aparte de una olita incómoda que golpeaba el casco de lado no había peligro alguno. El atraque en ese sitio era gratuito, pero no tenía agua ni luz. El resto del puerto estaba abarrotado de barcos de pesca, la mayoría amarrados con gruesas cadenas de 10 cm a las boyas, lo que nos hizo imaginar la fuerza del viento en esta parte de España cuando se pone peligroso. Nos contaron que, pese a poner todas las precauciones debidas, con un temporal del Nordeste los barcos garrean y acaban contra el muelle.

      Fisterra es un bonito pueblo, muy turístico, con un turismo basado en la fama de ser su faro el del “fin del mundo” pero respetando el entorno. No hay bloques de pisos ni adosados en los acantilados como desgraciadamente ocurre en nuestra tierra. Sus ingresos provienen de la pesca y del turismo. Como nos dijo un lugareño, en Fisterra hay crisis cuando hace mal tiempo y los barcos no pueden salir a faenar durante días. El entorno del faro es precioso, una ruta circular de 5-6 kilómetros para hacer en bici o a pie, entre árboles y con vistas continuas al mar. Ya en el faro hay varios tenderetes de recuerdos y bebidas, cosa inevitable que no desmerece de toda la belleza de alrededor. Pasamos una noche tranquila y hasta pudimos resolver un problemilla de la tapa del motor. Con los pantocazos se saltaba el cierre y quedaba la tapa suelta, con un ruido muy molesto, y lo resolvimos sujetando mejor el pestillo con una filástica.

      Al día siguiente salimos hacia la isla de Sálvora, la primera de las islas Atlánticas de Galicia, que sería uno de los sitios más bonitos del viaje. Fue una travesía de 6 horas para poco más de 30 millas, con una ligera brisa del Norte que casi no hacía avanzar al barco (2 nudos con espí y mayor) y nos obligó a ayudar con el motor casi todo el tiempo. Por el camino gestionamos el permiso para desembarcar en Sálvora. Ya comentamos que las Islas Atlánticas de Galicia es un Parque Nacional y que, para moverse por él, hacen falta dos tipos de permisos. El permiso de navegación se otorga por un año y ya salimos de Santander con él. Por el contrario, el permiso de fondeo y desembarco se otorga por un día concreto y debe solicitarse por Internet. Esto añade una complicación a bordo, pues no todos los barcos tienen Internet y es absurdo que no se admitan las solicitudes por el móvil mediante mensajes de texto, pero así es. Además, los permisos se llevan a rajatabla, y aunque aparentemente el tema no se controla (los guardas no lo piden) nos informaron que tienen controlados con los prismáticos a todos los barcos que fondean, y que si comprueban en el ordenador que alguno no ha solicitado el permiso, le mandan la multa a casa. Afortunadamente había cobertura y pudimos solicitarlo con el acceso a Internet del

       móvil, recibiendo la contestación, eso sí, en el instante y dándonos vía libre para entrar en el paraíso... Pero ya eso es otro capítulo.

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      Capítulo 6

      Las primeras islas atlánticas de Galicia: Sálvora y Ons

      Después de un día entero a motor por falta de viento llegamos a la isla de Sálvora. Es la primera que nos encontramos del archipiélago de las islas Atlánticas de Galicia, que constituyen un Parque Nacional Marítimo-Terrestre desde 2002. Son un grupo de islas entre las rías de Arousa y Vigo, la mayoría cerrando la entrada de las rías de los embates del viento predominante en esta costa, que es del Oeste. Los acantilados, los matorrales, las dunas y las playas, y, sobre todo, los distintos fondos marinos, crean una gran variedad de ecosistemas en estas islas y las aguas que las rodean: más de 200 tipos de algas entre las que crían gran cantidad de peces y moluscos, aves marinas que anidan en los acantilados, plantas adaptadas a vivir en la arena de las dunas o en las estrechas grietas de los acantilados, etc. Las islas de Sálvora, Ons y Cíes se sitúan en la entrada de las rías de Arousa, Pontevedra y Vigo respectivamente, mientras que la isla de Cortegada se encuentra en el interior de la ría de Arousa.

      Pocos meses después de declararse Parque Nacional ocurrió la catástrofe del Prestige, el petrolero que se partió en dos y se hundió a 130 millas de Finisterre. Su carga llegó a estas islas y la prioridad fue su limpieza. Posteriormente se han ido manifestando otros problemas derivados de la presión humana, como las consecuencias de las plantaciones de eucaliptos, pinos y acacias que han desplazado a la vegetación autóctona, el pisoteo de las dunas por la presión turística, el exceso de pesca, etc. Las cuatro islas han pasado por situaciones similares debido a su relativa proximidad y la cercanía a la costa: ocupación por órdenes monásticas en la Edad Media, propiedad de la Iglesia, de distintos nobles, atacadas por invasores que las usaron como base de sus incursiones a la costa, establecimiento de empresas de salazón, etc. Las Cíes y Ons son las más visitadas por el turismo (más de 200.000 personas cada año a pesar de existir un cupo de visitas para evitar la masificación) por tener un servicio regular de transporte de pasajeros y algunos residentes permanentes.

      Por el contrario Sálvora es la más inaccesible y la que menos visitas recibe, está deshabitada salvo por la presencia del torrero del faro y un guarda, y no tiene conexión regular de pasajeros con la tierra firme. En la Edad Media se utilizó como base de ataques invasores de vikingos, sarracenos, etc. La Iglesia entregó la isla a Marcos Fandiño Mariño a mediados del siglo XVI. En 1770 se instaló una fábrica de salazón de pescado (“O Almacén”) y en 1789 una pesquería de atún. Estas empresas hicieron que gente de la costa poblara la isla. En 1820 la heredera de los Mariño se casó con Ruperto Antonio de Otero y la saga de los Otero se convirtió en la nueva propietaria. El Estado la expropió en 1904 por motivos de defensa, y mantuvo presencia militar hasta 1958. Los pobladores pasaron a ser colonos del Estado sin contraprestaciones. Como anteriormente tenían que pagar a los propietarios la mitad de la cosecha y la mitad del ganado nacido en la isla, la ocupación militar mejoró su vida. Cuando el ejército se retiró, los antiguos propietarios recuperaron la isla y se instalaron en el edificio de “O Almacén”, pero los habitantes se marcharon poco a poco buscando mejores condiciones de vida, el último en 1972. En la isla hay rebaños de caballos y ciervos en libertad (introducidos por la familia Otero para luego cazarlos), infinidad de conejos, aves rapaces, etc.

      Llegamos a Sálvora hacia las 17 horas usando el paso más seguro, por el Sur, por fuera de la roca “La Pegar” (siempre esos nombres que parecen querer gafarte) pues el del Norte está rodeado de islotes y de escollos. La aproximación es preciosa, sorprendiéndonos los bloques de granito de color claro que componen la isla (“bolos”) y los parches de matorral de color verdoso de su cara Oeste. La parte más alta de la isla no mide más que 73 metros. Nos dirigimos a la Playa del Castillo o del Almacén, la única zona donde está permitido el desembarco, al Sureste de la isla. Tiene un pequeño espigón de piedra con un pantalán flotante construido muy recientemente. Para entrar hay que pasar entre una roca que se sumerge en pleamar y la punta del espigón (un paso de 30 metros) y dentro maniobrar en poco espacio de agua y con poca profundidad. Lo hicimos con la orza subida y derivábamos un poco, pero al final conseguimos amarrar en el pantalán. En las guías adelantaban que no está permitido permanecer en ese muelle, que es solo de carga y descarga. En la playa


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