Donde vive el corazón. Brenda Novak

Donde vive el corazón - Brenda Novak


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Carl, mirándolo de arriba abajo.

      Tobias apretó los dientes.

      –No son mallas. Son unos pantalones para correr o hacer senderismo.

      Carl lo ignoró.

      –Entonces, ¿este es el hijo que nunca tuviste? –le preguntó a su padre.

      –Yo no he dicho eso –respondió Uriah en tono de protesta.

      «Por lo que tengo entendido, no sería difícil ser mejor hijo que tú». Tobias estuvo a punto de decirlo, pero se contuvo.

      –Solo soy el inquilino –dijo, como si Uriah y él no se hubieran hecho tan amigos–. Y, si no vas a salir, dejo la furgoneta donde está –añadió, y se giró para marcharse.

      No quería tener nada que ver con Carl. Si Uriah estaba contento por tener a su hijo en casa, si creía que podían arreglar las cosas, él no iba a entrometerse. Entendía que aquella relación debía de significar mucho para Uriah; el hecho de que no hablara nunca de Carl era una señal. El hecho de no poder llevarse bien con su hijo le había causado una herida que trataba de ocultar. Pero como Uriah era el mejor hombre que había conocido, aparte de Maddox, Tobias pensó que Carl no se merecía un padre como él.

      –Espera –dijo Carl–. No quiero que me cierres el paso.

      Tobias estiró los dedos para no apretar el puño automáticamente, y esperó a que Carl fuera a buscar sus llaves.

      Uriah se quedó a su lado, pero no dijo nada. Tobias se imaginó lo que estaría sintiendo. ¿Esperanza? ¿El deseo de arreglar la relación, por fin, mezclado con la certeza de que no podía? Aiyana le había dicho que Carl era un tipo irritable, que muchas veces había perdido los estribos y se había puesto a golpear los muebles o a arrojar cosas. Uriah había intentado ayudarlo muchas veces, pero un día había vuelto a casa y había encontrado a su hijo tan enfurecido que estaba ahogando a su madre. Entonces lo había echado de casa y le había dicho que no volviera más.

      Ahora que Shirley ya no estaba y su seguridad no era una preocupación para Uriah, Tobias no creía que el padre fuera a echar al hijo nuevamente, aunque se pasara de la raya, y eso le preocupaba.

      Aunque, tal vez, estaba sacando conclusiones apresuradas. Tal vez Carl solo hubiera ido a casa para las fiestas.

      Se subió el cuello del abrigo para protegerse del viento mientras Carl pasaba por delante de él y, después de intercambiar una mirada con Uriah, siguió a su hijo al exterior.

      –¡Qué frío! –murmuró, quejándose, como si Tobias lo hubiera hecho salir a propósito.

      Cuando Carl apartó su Impala, le hizo un gesto a Tobias para que pasara. Era obvio que estaba impaciente por volver al calor de la casa.

      Tobias se quedó mirándolo unos segundos y, en aquel preciso instante, supo que nunca iban a ser amigos.

      Carl se quedó mirándolo con antipatía. Él aparcó en su sitio de costumbre.

      Carl no le dijo nada más; salió del coche y entró en la casa. Tobias tampoco se despidió.

      –Imbécil –murmuró, y entró en su propia casa.

      Puso la televisión y trató de olvidarse de la mujer de Axel Devlin, que estaba tan triste en la cafetería, y del hecho de que Uriah, un anciano vulnerable de setenta y seis años, estuviera en aquel momento con alguien que podía resultar peligroso.

      Una hora después, Tobias todavía no había conseguido relajarse. Recibió un mensaje de su exnovia, Tonya Sparks, la hermana de su último compañero de celda. Ella le había dado esperanzas suficientes como para soportar el último año de cárcel, pero, en cuanto había quedado en libertad, las cosas se habían estropeado entre ellos.

      Voy a dar una fiesta de Navidad el día 21 a las 19:00, aquí, en mi casa. Me gustaría que vinieras.

      Se veían de vez en cuando, pero él sabía que no eran buenos el uno para el otro. Tonya salía demasiado de fiesta, y no tenía rumbo en la vida. Le recordaba demasiado a su madre. Él estaba mejor alejado de ella.

      Lo había intentado, pero no era fácil desde que Maddox se había casado. A él todavía no le había dado tiempo a hacer buenas amistades desde que había salido de la cárcel. Algunas veces salía con dos de los hijos de Aiyana, Elijah y Gavin, que también trabajaban en el colegio, pero ellos estaban casados y tenían niños, y no podían hacer muchas cosas después de la jornada laboral. Si no salía a montar en bicicleta o a hacer senderismo, normalmente pasaba las tardes y noches con Uriah. Sin embargo, tenía el presentimiento de que eso iba a terminar hasta que Carl no volviera a Maryland, si pensaba hacerlo.

      Qué demonios… Tenía que alejarse de su madre. Ella lo estaba utilizando otra vez, y no podía correr el riesgo de permitírselo. Tenía que alejarse de la chica de dieciocho años de la cafetería, la que le había dado su número de teléfono. Tenía que evitar ser una molestia para Maddox, para que Maddox pudiera disfrutar de su matrimonio y de su hija. Y, ahora, tenía que darle espacio a Uriah para que el anciano pudiera recuperar la relación con su problemático hijo.

      Pero… necesitaba tener amigos, ¿no?

      Sí, cuenta conmigo, respondió.

      Capítulo 3

      Sábado, 7 de diciembre

      Al día siguiente, por la mañana, llamó Axel. Harper se había levantado y se había lavado los dientes. Al ver su cara en la pantalla, se emocionó, y detestaba aquel sentimiento, pero no podía evitarlo. Él siempre había sido el amor de su vida. Nunca se hubiera imaginado que iba a tener que vivir sin Axel, así que nunca se había preparado para esa posibilidad y, seguramente, ese era el motivo por el que el divorcio la había dejado tan hundida.

      En el documental que habían hecho juntos, Axel le había dicho a todo el mundo que ella era la mejor persona que conocía. ¡Y eso había sido solo doce meses antes! ¿Cómo era posible que todo se hubiera desmoronado desde entonces? ¿Qué había pasado con eso de tener siempre en mente lo que era importante en la vida, tal y como se habían prometido el uno al otro desde el principio?

      Al final, Axel había perdido esa perspectiva.

      ¿O acaso era culpa suya? Él decía que ella no lo estaba apoyando lo suficiente. Que no entendía todo lo bueno que podía hacer en su carrera, y tenía algo de razón. Todos los veranos, Axel daba un concierto benéfico para el hospital St. Jude y recaudaba un millón de dólares. Para conseguir tanto público, él tenía que escribir, actuar y promocionar su música. Ella se sentía egoísta por anhelar su atención. Sin embargo, durante los largos días y las largas noches que había pasado cuidando a solas de sus hijas, se habían distanciado el uno del otro.

      Se prometió a sí misma que no iban a discutir, dijera lo que dijera Axel. Cerró silenciosamente la puerta del dormitorio para que Karoline no pudiera oír la conversación. Todos estaban en la cocina desayunando las tortitas que Terrance preparaba los sábados por la mañana, y ella quería tener intimidad.

      –¿Sí? –preguntó, tratando de que su voz sonara alegre, algo que le costó un esfuerzo considerable.

      –¿Harper? ¿Cómo estás?

      «No demasiado bien», pensó ella. Sin embargo, él no quería escuchar sus quejas. A medida que se había hecho cada vez más famoso, ella había dejado de ser importante para él. Y, cuanto menos importante se volvía, más había intentado recuperarlo y llevarlo al mismo punto en el que estaban antes, y más lo había agobiado. Era un círculo vicioso terrible.

      –Muy bien –le dijo–. ¿Y tú?

      –Agotado –respondió Axel, con un suspiro–. Este tour me está pasando factura.

      –Te dejas la piel en cada concierto –le dijo ella, y era cierto. Admiraba su ética de trabajo, la enorme cantidad de energía que les dedicaba a sus fans. Era un intérprete


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