Vístete para tu mejor vida. Karen Dawnn
el individuo. La ecología evolutiva señala otro contribuyente, la herencia epigenética, la transmisión a las crías de las respuestas fenotípicas de los padres a los desafíos del medio ambiente, incluso cuando los hijos no experimentan por sí mismos esos desafíos”.9 En otras palabras, nuestras experiencias posiblemente están grabadas en nuestros genes. Algunos científicos afirman que el trauma puede ser heredable.
Después de mi violación, decidí romper este círculo de abuso soterrado silenciosamente. Hablé al respecto para que mi futura hija no naciera con la carga de mi dolor, con la carga del dolor de mi abuela. Y seguí hablando. Después de abrirme con mis padres y mis profesores, a la larga busqué terapia. Recientemente di una plática TEDx sobre ello. La vergüenza florece en el silencio. Así que hablé fuerte, y así seguí.
Pero durante la secuela de la agresión que sufrí, sólo me preocupaba por el asunto práctico de mi supervivencia. Para quedarme en Nueva York y mantenerme a flote financieramente tomé un trabajo de niñera. Lo sentí como un retroceso enorme, una retirada y derrota por no cumplir mis metas. Al principio, el trabajo parecía lo mismo que limpiar pisos y baños, como los trabajos que mi papá y mi tía habían desempeñado como inmigrantes nuevos. Pero yo no tenía recursos. No conocía a nadie fuera de mi programa. Sólo podía ser niñera o trabajar en un McDonald’s. Si mi vida fuera una película, éste sería el momento de que entrara la música dramática en el escenario de vindicación. El niño al que cuidaba era un pequeño de siete años con necesidades especiales y verdaderamente maravilloso. Estar con él, cuidándolo y calmándome para él resultó ser la mejor terapia que pudiera haber esperado. Después de mi ataque, se abrió un abismo entre antes y después. La Dawnn que solía ser, se convirtió en la Dawnn que nunca más volvería a ser. Reviví esa noche una y otra vez en mi mente. Pero como te lo dirán muchos sobrevivientes de abuso sexual, cuando lo sufres el mundo no se detiene a notarlo. Somos los caminantes invisibles heridos, parados en la fila en las cafeterías, comprando en el supermercado, observando el pavimento cuando pasamos junto a ti al cruzar la calle. “Hay un campo de batalla ignorado”, tuiteó la cantante Liz Phair acerca de los sobrevivientes de la violencia sexual, “somos los veteranos sin condecoración”.10
De vuelta en Columbia durante esos meses cuando me sentí tan vulnerable, mis vestidos hechos a la medida me volvieron a prueba de balas. Eran mi armadura. Mi fachada. Mi forma de telegrafiarle al mundo que no sólo estaba bien, sino que era fabulosa. Pero además de enmascarar mi sufrimiento, de ponerme prendas frescas y limpias para ocultar el desastre que era mi vida, también intentaba levantarme el ánimo con desesperación. No era locura. Era algo metódico. Me tomó tiempo sanar realmente de mi violación. Años. ¿Sabes qué? Todavía sigo sanando. Examinarme —muchos días en pijama—, la terapia, el apoyo de mis amigos y familia, mi propia apertura —y sí, incluso hablar en público— respecto a mi ataque, han sido esenciales en mi proceso de reconstrucción. Al igual que trabajar con ese niñito. (Con él usaba pantalones deportivos.) Nos subíamos al metro y fingíamos que éramos astronautas. Ninguno de los dos tenía idea de qué íbamos a ser cuando fuéramos grandes. Ahora me doy cuenta de que esto significaba que mi visión del futuro estaba abierta a modificaciones. Juntos descendíamos bajo tierra. Dejábamos que nuestra imaginación nos llevara al infinito y más allá. En el periodo posterior a mi violación, el contenido de mi clóset me hizo sentir con los pies en la tierra. Las prendas eran las únicas cosas tangibles y físicas que tenía, que me conectan con el yo que temía haber perdido para siempre.
“No todas las tormentas llegan a perturbar tu vida”, tuiteó el novelista Paulo Coelho. “Algunas llegan para aclarar tu camino.”11 También me gusta la siguiente frase de la escritora Katherine MacKenett: “Las montañas no se levantan sin causar terremotos”. Ésa la leí en Instagram. Mi papá, en su búsqueda desesperada de una mejor vida, asumió riesgos, tomó ciertas decisiones y sufrió las consecuencias. Mi mamá, para lidiar con el desamor, se adormecía con drogas. (Ahora está en recuperación.) Me gusta pensar que aprendí de sus dificultades, usé lo que me sirvió y trascendí mi historia para forjar un futuro distinto. Estoy convencida de que palpar mis sentimientos y ayudar a otras personas —demostrándoles que tu pasado no determina tu futuro— me ha dado la posibilidad de alcanzar finalmente lo que mis papás siempre desearon: el Sueño Americano.
Siete años después de mi violación, The New York Times me llamó la “Doctora del Vestir” y describió que mis pasiones transversales eran como “la relación entre atuendo y actitud: no sólo cómo te hacen ver las prendas, sino cómo te hacen sentir”.12 Desde hace poco mi mamá ha estado manejando para Lyft para ganar algo de dinero extra. Cuando salió el artículo del Times, ella escuchó a dos pasajeros discutir sobre él en el asiento trasero de su auto. Llena de orgullo, les dijo que yo era su hija. Ellos no le creyeron.
Seis años después de que me convertí en niñera, comencé a colaborar con CNBC. Casi una década después de que mis profesores menospreciaron la idea de la psicología de la moda —término que desde entonces registré como marca— un periodista de New York Magazine la llamó una “herramienta explosivamente popular” que ayuda a “explicar el mundo en que vivimos”.13 Si hace una década me hubieras dicho que daría una presentación sobre el tema en una Conferencia Internacional del Empoderamiento de las Mujeres organizada por las Naciones Unidas, me habría reído para no llorar.14 A lo largo de los años y cliente tras cliente, he construido una reputación —y mi propio instituto educativo— de boca en boca. Un encuentro causal con un periodista derivó en apariciones en la televisión de treinta y cinco países. Me convertí en la primera mujer negra psicóloga en ser profesora del Fashion Institute of Technology —un afamado centro de capacitación para diseñadores, incluyendo a Calvin Klein y Michael Kors. Me contrataron en mi segunda década de vida y era una de las más jóvenes. En unos cuantos años, he construido el santo grial de las metas profesionales de los millenials: mi propia marca. Ahora sabes que tuve que ascender desde el infierno para llegar hasta aquí. Y carajo, ascendí en tacones.
Por supuesto todavía tengo mis críticos. Algunos de mis compañeros académicos dudan de que la psicología de la moda sea factible en la práctica clínica y cuestionan su legitimidad como búsqueda científica (hablaré más de eso en el capítulo 1). Pero aquí estoy para decirles que sí funciona y sus lecciones son accionables. Para todos. Si me preguntas, la duda proviene de su noción de que la moda en sí es superficial o frívola. Eso no es serio. En nuestro ambiente actual no puedo evitar preguntarme si algo tan cercanamente vinculado con la feminidad se vuelve vulnerable a los ataques. Al veneno y al escarnio. Al recelo. Y por ello, unir la moda “tonta” y de “chicas” con un campo tan prestigioso como la psicología parece elevar falsamente la primera y abaratar la última. Si se me permite el atrevimiento: a la mierda con eso. Yo afirmo que, desde una perspectiva emocional y económica, la moda no es frívola. Es importante, es un asunto serio.
Y el estilo —la forma en que usamos la moda para decir algo sobre nosotros mismos— es uno de los elementos más importantes que vinculan nuestra vida privada con nuestra imagen pública. Nuestra ropa es el tejido conectivo entre lo físico y lo emocional. Es lo que protege nuestro ser más verdadero y sensible, como un escudo contra un mundo a menudo hostil. Cuando Melania Trump o Kim Kardashian se ponen un abrigo sobre los hombros como si fuera la capa de un superhéroe, oscureciendo sus brazos y manos, están mandando un mensaje: Mira, pero no toques. En nuestras vidas y profesiones cotidianas no se nos permite mostrar nuestros sentimientos “a flor de piel”, por así decirlo. En la sociedad educada, somos entrenados para ocultar nuestros sentimientos y cubrir nuestras emociones. Para que todo esté tranquilo. Pero aunque logremos ocultar nuestros sentimientos, seguimos enviando mensajes subliminales con nuestra ropa.
Cuando observo mi trayectoria, a menudo pienso en la mañana posterior a mi violación. ¿Por qué elegí usar uno de mis mejores atuendos en un día que razonablemente podría ser descrito como el peor? ¿Por qué la ropa era tan esencial, tan inextricablemente vinculada a mi voluntad de vivir? He llegado a darme cuenta de que el estilo es prueba de nuestra condición humana. Un atuendo de buen gusto y pensado con cuidado es evidencia de que eres un miembro altamente funcional de la sociedad. Tu ropa tiene el poder de hacerte notar o, a la inversa, ocultar cualquier cosa que así desees mantener. Todos