Educación global para mejorar el mundo. Fernando M. Reimers

Educación global para mejorar el mundo - Fernando M. Reimers


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      Prólogo

      Inevitablemente, la educación implica la toma de decisiones. A veces, estas decisiones son explícitas —vamos a requerir clases de Geometría para todos los estudiantes de Secundaria—; a veces, están implícitas u ocultas —ya no subvencionaremos a un maestro que se dedique a los estudiantes con necesidades especiales—; a veces, se lucha con ellas —¿debemos seguir leyendo Las aventuras de Huckleberry Finn? ¿Deberíamos llevar a cabo un seminario universitario que fuera completamente en línea?—. En términos más generales, las decisiones se centran en quiénes serán educados y quiénes no, cómo serán educados, por quién y con qué fines. Y las consecuencias repercuten en la sociedad actual y, por supuesto, en las trayectorias vitales de aquellos que vivirán en el período que se avecina..., con sus inevitables oportunidades e impredecibles desafíos.

      Fernando Reimers tiene una clara visión de estos temas y los expresa públicamente de forma prolífica y apasionada. La educación debería ser para todos los niños y debería llevarse a cabo de manera equitativa en las sociedades democráticas. Y, como se argumenta en este libro, debería centrarse en temas importantes y desafiantes para nuestro tiempo y para el futuro —la sostenibilidad, el cambio climático, las instituciones y métodos democráticos, el respeto a la diversidad, la preocupación por la equidad—. La educación debería ser global, es decir, para todo el mundo y al servicio de una población conectada globalmente.

      Son objetivos ambiciosos y difíciles de alcanzar. Fernando Reimers ha reflexionado profundamente sobre cómo lograr tal educación, que él llama educación global. Y en este libro, profundamente original, bien fundamentado desde el punto de vista académico y con claras raíces en la práctica educativa, trae a colación cinco perspectivas o miradas distintivas:

      • La cultural: qué sabemos sobre los contextos en los que se desarrolla la educación, tanto a nivel micro —el individuo, la comunidad— como macro —las regiones y, de hecho, el planeta entero—; ¿cómo se percibe y se implementa la educación formal con respecto a otros contextos educativos tales como las instituciones religiosas, la familia, la comunidad de vecinos?

      • La psicológica: qué sabemos acerca de cómo aprenden los niños en general, a diferentes edades, bajo diferentes circunstancias, y con respecto a temas específicos, disciplinas y perspectivas —por ejemplo, la creatividad, las habilidades socioemocionales, la ciudadanía—.

      • La profesional: qué tipo de habilidades, actitudes y disposiciones necesitan aquellos que enseñarán o tendrán otras responsabilidades con respecto a nuestros niños; ¿cómo podemos crear las mejores condiciones para que nuestros educadores puedan alcanzar altos niveles de habilidad y comprensión y trabajen juntos para proporcionar una educación global de calidad a todos los estudiantes?

      • La institucional: por muy esenciales que sean, los profesionales capacitados y experimentados no pueden provocar el cambio por sí mismos. Necesitan operar dentro de una red de organizaciones y actividades —normas, currículo, desarrollo profesional, gestión, evaluación—, que deben estar coordinadas entre sí para que el cambio sea coherente y alcance una escala eficiente.

      • La política: en cualquier sociedad que no sea completamente autocrática, las decisiones sobre a quién enseñar —incluyendo tanto a los estudiantes dotados como a los estudiantes que tienen desafíos de aprendizaje —qué enseñar, dónde enseñar, y cómo enseñar— estarán sujetas a las perspectivas y prejuicios de varios grupos, con diversos grados de privilegio, poder e influencia. Las escuelas, los padres, los contribuyentes, los encargados de elaborar políticas, los medios de comunicación o el público en general pueden tener diferentes opiniones sobre las escuelas que bien pueden estar en conflicto unas con otras, y algunos de ellos probablemente poseen una capacidad excesiva para influir en las decisiones. Negociar y conciliar estos puntos de vista es en sí mismo un proceso político, ya sea que las decisiones se tomen literalmente por votación o, en efecto, por diversos grupos que compiten permanentemente por el poder y la influencia.

      No hace falta decir que alinear estas diversas perspectivas no es una tarea fácil. De hecho, es difícil pensar en cualquier sociedad, y ciertamente en cualquier sociedad contemporánea de cualquier complejidad, en la que estas perspectivas se hayan alineado de alguna manera.

      Digamos que, hipotéticamente, como por arte de magia, estas cinco perspectivas diferentes podrían conjugarse, y que fuese posible, en principio, lograr el tipo de educación global sobre la cual Fernando Reimers ha escrito en este libro. ¿Sería entonces más fácil alcanzar y mantener una educación global?

      Desafortunadamente, no. Incluso un examen superficial de la historia indica que los esfuerzos por promulgar y luego lograr una única educación global tienen precedentes. Ciertamente, en el período de los imperios clásicos —Roma, Grecia, China, India— había una formación reglada para aquellos que tenían el privilegio de recibir una educación formal, pero esa era una pequeña minoría. Y una vez que el mundo se extendió más allá de regiones específicas, fue posible concebir una educación que se extendiera a todo un imperio, ya se tratara del español del siglo XVI, el holandés del siglo XVII, el francés del siglo XVIII, el británico del siglo XIX o el estadounidense del siglo XX. Incluso el lenguaje de la globalización tiene una historia. Según el historiador John Coatsworth, es posible discernir tres períodos distintos de globalización antes del actual 1990, hasta el presente: las exploraciones globales de finales del siglo XV; el transporte de los esclavos a finales del siglo XVI; y los movimientos migratorios masivos a finales del siglo XX. Hace ciento cincuenta años, los novelistas Herman Melville y Joseph Conrad retrataron cada uno un mundo intensamente conectado. Pero estos períodos pasados fueron no solamente muy elitistas, sino que cada uno de ellos reflejaba una visión muy diferente de lo que debería aprenderse en la escuela, quién debería aprenderlo, cómo debería ser aprendido y cómo debería demostrarse ese conocimiento.

      Si se quiere alcanzar un objetivo, es importante tenerlo claro, pero es igualmente importante reconocer y afrontar los factores que lo dificultan. En el caso de la educación global, hay que tener en cuenta que:

      –Hay muchas cuestiones de relevancia mundial: ¿cómo sopesar cuáles son las más importantes, cuáles son las más urgentes, cuáles pueden ser enseñadas de una manera efectiva?

      –Muchos de estos temas tienen facetas políticas y son controvertidos. ¿Cuál es la postura que adoptamos y cuál rechazamos en cuanto a la sostenibilidad del planeta o las instituciones democráticas o la equidad social y financiera?

      –Aún más que hace veinte años, hoy día hay potentes fuerzas contrapuestas a la globalización: nacionalismo, patriotismo, localismo, xenofobia. Estas posturas, ampliamente compartidas incluso entre las personas instruidas, implican ignorar a los que están lejos —desde el punto de vista geográfico, cultural, racial— o, peor aún, marginarlos, estigmatizarlos o incluso tratar de destruirlos.

      Escribiendo en el verano de 2020, me resulta difícil imaginar una educación global que satisfaga la visión de líderes como el presidente Trump de Estados Unidos, el primer ministro Goh de la India, el presidente Putin de Rusia, el presidente Xi de China, por no hablar de los líderes y sistemas políticos de Turquía, Brasil, Hungría, Israel, Polonia, Filipinas... Y la lista podría continuar...

      Pero es demasiado fácil ser derrotista y darse por vencido. Tal vez particularmente en estos momentos —y no puedo olvidar que también estoy escribiendo en el momento de la peor pandemia en un siglo— es más importante que nunca tener visiones positivas, junto con un plan de cómo se pueden concretar en la realidad.

      Me he familiarizado con las ideas de Fernando Reimers en sus numerosos libros, en conversaciones personales y en sus presentaciones públicas. Apoyo con entusiasmo su visión. Es necesaria, es oportuna, es sensata. Además, Fernando Reimers ha identificado las características importantes y la perspectiva sistémica que se requieren para lograrla.

      En esta área, la de la educación global de calidad para todos, todos los caminos llevan a Fernando Reimers.

      Y, si no tiene tiempo para leer sus escritos recopilados o para escuchar todas sus charlas, está a punto de encontrar sus ideas esenciales: la biblia de la educación global.

      Howard


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