Las extremas derechas en Europa. Jean-Yves Camus

Las extremas derechas en Europa - Jean-Yves Camus


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con la ideología de lucha de clases. Para lograr que coincidan nación y pueblo, efectúa permutaciones entre los distintos sentidos de la palabra «pueblo». El pueblo es el demos, la unidad política; es el ethnos, la unidad biológica; es un cuerpo social, las «clases populares»; es la «plebe», las masas. La extrema derecha nacional-populista juega con la confusión entre los tres primeros sentidos: un dispositivo como la «preferencia nacional» debe unificar al pueblo social, étnica y políticamente. La plebe se entrega a un salvador para que rompa el yugo y permita que el pueblo y la nación ejerzan su soberanía. Al desembarazarse de los parásitos, las masas se convierten en el pueblo unido. Es, pues, una ideología interclasista, que se jacta de los valores «terrenales» contra las «falsas intelectualizaciones». El nacional-populismo se instaló en nuestra vida política hace ciento treinta años. El único sentido de remitirlo a la imagen del nazismo es, pues, despegarlo de la historia de la extrema derecha francesa; no hay ninguna posibilidad lógica de pensar que pueda desaparecer gracias a una fórmula mágica. Participa del sistema político francés de manera estructural.

      Además, el nacional-populismo se convirtió en un fenómeno de amplitud europea con la formación de varios partidos durante la década de 1970. Esta dinámica descansaba en tres dimensiones: el rechazo de los votantes al Estado de Bienestar (el Welfare State, según el modelo escandinavo, en general) y a un sistema fiscal considerado «confiscatorio»; el avance de la xenofobia, en un contexto de movimientos migratorios de una naturaleza considerada nueva —porque es extraeuropea— y, por último, el fin de la prosperidad vivida desde la posguerra, a partir del shock petrolero de 1973. Entre los partidos típicos de la primera dimensión, los dos precursores son el Fremskrittspartiet de Dinamarca, dirigido por Mogens Glistrup, y el Partido Anders Lange de Noruega, que lleva el nombre de su fundador. Dos partidos encarnan la movilización de los votantes contra la inmigración, al tiempo que también se vuelcan a posiciones económicas ultraliberales: por un lado, el Frente Nacional francés, que terminó penetrando electoralmente en 1983-1994, y un partido rejuvenecido y radicalizado, el FPÖ austríaco, que, bajo el estandarte de Jörg Haider, inicia a partir de 1986 una lenta y continua progresión, cuyo punto más alto se alcanza en 1999. En esa misma época, el flamenco Vlaams Blok comienza a dejar su huella en el campo político belga simbolizando, probablemente mejor que todas las demás formaciones europeas, la continuidad histórica con el nacionalismo de la primera mitad del siglo XX y a la vez una profunda modernización de los métodos de acción política.

      No obstante, durante el período de cristalización del nacional-populismo, este último está lejos de representar únicamente la efervescencia política. En la galaxia de las derechas de entonces, se destaca un movimiento, tanto por la coherencia de su doctrina como por el magisterio intelectual que ejerce hasta su disolución en 1944: Acción Francesa. (21) La revista L’Action française nace en 1898 con el caso Dreyfus: en ese entonces es nacionalista, antiparlamentaria, antidreyfusiana y republicana. Crece en 1889, cuando se suma Charles Maurras (1868-1952) y se convierte en portavoz del «nacionalismo integral» de este teórico. Dio su nombre al movimiento que se comienza a estructurar en 1905 y se convierte en periódico de combate en 1908.

      Acción Francesa es una forma de neorrealismo mucho más apegada a la institución monárquica que a la persona de los príncipes, que la desaprueban. En su época, ni la Liga ni su mentor, Charles Maurras, fueron clasificados dentro de la «extrema derecha». Representaba al «nacionalismo integral», autoritario y descentralizador, que pone por encima de todo la noción de orden, incluso a costa de rebajar la religión católica —a la que concede gran importancia— al rango de mero instrumento de la sumisión de los individuos al orden natural, que Maurras definía a través de la razón (el empirismo organizador) y no de la mística. Se trata de que coincidan el «país real» y el «país legal», de poner fin al individualismo para restaurar las comunidades y jerarquías naturales (familia, oficio), de lograr que retroceda el Estado jacobino para volver a las antiguas provincias. Acción Francesa es de extrema derecha por la condena inapelable de la democracia, la utopía de edificar una comunidad orgánica, la definición exclusivista de pertenencia a la nación, por un antisemitismo feroz que encuentra su consecución en el estatus de los judíos implementado por el gobierno de Vichy (1940) y redactado por un maurrasiano, el ministro de Justicia Raphaël Alibert. Pero Acción Francesa y Maurras tienen influencia —y proyección futura— mucho más allá de la extrema derecha. Primero en la Resistencia, donde se encuentran el filósofo Pierre Boutang, el académico Pierre Renouvin y el teniente de navío Honoré d’Estienne d’Orves, el «coronel Rémy», que pusieron el nacionalismo antialemán de Maurras y Bainville al servicio de la independencia de la nación y no de su sumisión. Luego, entre los realistas que en la década de 1970 actualizan el pensamiento de Maurras dentro de Nouvelle Action Française [Nueva Acción Francesa], que apoya a la izquierda en 1981. Por último, políticos tan diferentes como François Mitterrand, René Pleven y Robert Buron —como recuerda Eugen Weber— «fueron influidos por su breve paso por los ámbitos de Acción Francesa», (22) como muchos escritores ajenos a la acción política y a todo extremismo (algunos «húsares», Michel Déon, Michel Mohrt). En el plano internacional, la influencia de Maurras se hace sentir desde el período post-1919 hasta la década de 1960. Probablemente sea en la península ibérica donde se lo acoge con más entusiasmo. El general Francisco Franco, a la cabeza de España entre 1939 y 1975, y António de Oliveira Salazar, que dirigió el Estado Novo portugués entre 1933 y 1968, conocen y aprecian este trabajo doctrinario… y el nacionalismo integral también es una inspiración en Bélgica, Suiza, el Canadá francés, Brasil o Argentina.(23)

      Si estos pensamientos antiliberales pueden desarrollarse a fines del siglo XIX es porque responden a una transformación del sistema de las ideas. En Francia, el pacifismo está claramente en retirada a partir del caso Agadir, en 1911, que generaliza, en torno a la cuestión de Marruecos, la idea de que es inevitable una nueva guerra entre franceses y alemanes. Ese mismo año se publica Ênquete sur les jeunes gens d’aujourd’hui [Investigación sobre los jóvenes de hoy], libro que muestra que los valores en ascenso son los del orden, la disciplina, la nación, la práctica del culto, el deporte, la voluntad de acción. El libro está firmado por Agathon (seudónimo de Henri Massis y Alfred de Tarde) y se habla de «generación de Agathon» para describir a esta juventud lista para ir a la guerra y en ruptura tanto con el sistema liberal como con el carácter revolucionario socialista.(24)

      En los años que preceden a la Primera Guerra Mundial se desarrolla una exacerbación de las tensiones tanto contra Alemania como entre franceses. Del otro lado del Rin, el movimiento del romanticismo alemán desempeña en ese entonces un papel fundamental: se rechazan la razón y el cientificismo, en favor del folclore legendario y el mito de una Edad de Oro: el Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806). El Reich medieval, con sus principados feudales y sus corporaciones de oficios, representa una Alemania ideal donde toda la sociedad habría sido organizada en un orden jerárquico armonioso. De este modo, el pangermanismo se legitima en la idea de reunir a todos los hombres de lengua alemana en el Segundo Reich (1871-1918), que ofrece a Alemania su poder pleno frente a las naciones occidentales. Allí se desarrolla una nueva pasión cuando en 1879 se expande el neologismo «antisemitismo», que busca romper con el antijudaísmo para fundar una oposición racial y científica. La sangre, el suelo, la lengua: tal es la Trinidad que oponen los Völkischen al nacionalismo del contrato social. Völkisch es un término con fama de intraducible. Además de su dimensión mística, populista y agraria, significa «racista» (palabra francesa de raíz alemana) y a partir de 1900, «antisemita». Los Völkischen son los adeptos al ideal del Blut und Boden [«Sangre y suelo»]. La raíz volk significa «pueblo», pero su sentido va más allá del de «popular», en una acepción intrínsecamente étnica. Puede ser entendido como nostalgia folclórica y racista de una prehistoria alemana ampliamente mitificada. Esta corriente heterogénea tomaba sus referencias del romanticismo, el ocultismo, las primeras doctrinas «alternativas» (medicinas alternativas, naturismo, vegetarianismo, etc.) y, por último, de las doctrinas racistas. La reconstitución de un pasado germánico ampliamente mitificado alejó a los Völkischen de las religiones monoteístas, para intentar recrear una religión pagana, puramente alemana. Esta corriente nutrió fuertemente al nazismo, pero también fue la base de muchas reorientaciones nacionalistas en Europa después


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