Julito Cabello y los zombis enamorados. Esteban Cabezas

Julito Cabello y los zombis enamorados - Esteban Cabezas


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       A María, mi hija.

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      ●1

      MALDITA PRIMAVERA

      JAMÁS PENSÉ que una estación del año podía ser tan traumática para un niño. Lo juro. Es verdad que el otoño es húmedo, el invierno gélido y el verano “brígido” (por el sol, que está atómicamente tóxico. Uf, ya me puse esdrújulo), pero nunca imaginé que una primavera iba a causarme tantos problemas.

      ¿Problemas?, ¿a mí? Paciencia, paciencia, paciencia. Ya les contaré.

      Y yo que creía que la primavera era la estación más sonsa del año. Siempre pensé que todo se resumía en:

      a) decenas de pajaritos cantando,

      b) cientos de bichitos en el aire,

      c) miles de vendedores de espárragos y frutillas en los semáforos,

      d) millones de flores abriéndose con todos sus colores y

      e) ene adultos sonándose los mocos por la alergia al polen.

      Jo.

      Pero no. Esta primavera resultó ser maldita, porque todos, TODOS, andaban como idiotas.

      ¿Por una alergia nueva?, se preguntarán. No. Es por una alergia muy vieja. Una que se llama amor. Oh, el amor (música de fondo: violines romanticones), (y pajaritos también), (y un arcoíris).

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      Ya sé: me pasé un poco. Ok.

      En mi vida real y diaria todo se está poniendo igual que en las películas de zombis, en las que todos se contagian con algo raro y después quedan con la cara torcida, arrastrando las patas y haciendo ruidos raros. Y, en este caso, mi gran problema es que el primer zombi de todos es nada menos que mi mejor amigo, Aarón.

      ¿Por qué?, ¿por qué él?

      Desde que llegó al curso Marilú, una niña súper rosada que nunca para de hablar, mi EX mejor amigo no es el mismo de antes.

      Es verdad que el Aarón nunca ha hablado mucho y solo decía “hum”, pero ahora cuando dice “hum” es como si se hubiera comido una cucharada gigante de manjar. Y lo dice como en pregunta. Ahora hace “¿hummmm?” y pone una cara de zombi cariñosito que ¡no-la-so-por-to!

      Lo odio. Y también odio a la Marilú. Y odio la primavera. Y también odio una espinilla que me salió en la nariz.

      Una espinilla. Lo único que me faltaba. Grrrrr.

      ●2

      EN MI CASA

      TODO ESTO PASA en el colegio (y en mi nariz). Mi casa sigue siendo menos zombi, por suerte. Allí la primavera no cambia nada. Para el que no sabe: mi papá, Julito padre, sigue yendo todo el tiempo a restaurantes para hacer sus críticas en el diario. Va, come como chancho y después les pone nota con tenedores —de uno a siete—. Al último (que se llama El Erizo Chascón) le puso un puro tenedor. Es que le salió un pelo en la sopa. Y era sopa de pescado que, OBVIO, no tienen pelos.

      ¿Habrá sido un pez-luca?

      Pez-luca = peluca.

      Cric, cric.

      Me pasé.

      Olvidemos mi fomedad patética y volvamos a la dura realidad de mi familia. Mi mamá se llama Rosa Parada, le encantan los jardines y también escribe, pero en una revista que se llama La Casa Feliz. Y la primavera sí que le importa, pero no por el asunto zombi, sino porque es cuando las flores son más lindas.

      Por eso anda tan happy-happy-joy-joy. Y también porque le salió un trabajo nuevo: le pidieron escribir un libro y anda muy nerviosa con eso.

      ¿Y de qué trata el libro ese? Aquí va.

      Todo partió hace unos días, con una misteriosa llamada telefónica.

      —¿Aló?— dijo mi mamá, tipo 7 de la tarde y con una cara de “si es una promoción de celulares, te juro que muerdo”.

      Pero no mordió nada.

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      Después de un rato al teléfono, le fue cambiando la cara y decía “¿sí?”, “me parece interesante”, “suena atractivo”, “eso es mucho dinero”, “¡ja, ja, ja!”, “me halaga”, “oh”, “uh” y un montón de ruidos raros y felices.

      Todo el resto de la familia (que estaba en la mesa esperando engullir una pizza ya casi fría) hacía otros ruidos, pero con el estómago que nos crujía de forma muy poco elegante.

      Finalmente, cortó, se sentó, ni nos miró y se puso a comer.

      Todos los demás —mi papá, yo y hasta Beltrán, mi hermano chico— la estábamos esperando para que contara algo.

      Pero ella —insisto— comía su pizza (con el queso ya duro, puaj), hasta que notó que era observada.

      —¿Qué miran?—nos dijo.

      —Bueno, cof —dijo mi papá, que cuando se pone nervioso no para de toser—, no es por ser intrusos, pero queríamos saber quién te llamó por teléfonof, cof.

      —Ah, era esof. Me llamó una editora para ofrecerme escribir un libro.

      Ahí me salió el Cabello Investigador:

      —¿Un libro sobre alguna nueva flor mutante carnívora del Amazonas, mamá?

      —No, Julito. Sería un libro sobre la superioridad femenina. Sobre casos en que lo femenino vence a lo masculino.

       What?

      ¿Un libro de literatura fantástica?

      (Broma).

      ¿Las mujeres al poder? Ese día papá no paró de toser hasta que se durmió.

      Hasta roncó tosiendo.

      ●3

      Y MI HERMANITO

      ENTONCES, después de esta escena sangrienta, siguiendo con el documental introductorio de la familia Cabello, el tercer miembro del grupo familiar es el Beltrán, que debiera ser mi hermano chico pero que ahora se cree hámster.

      En una tienda de mascotas encontró uno y se quedó “paralelo” viéndolo. No hubo forma de sacarlo de allí hasta que ese ratón blando terminó de lavarse la cara con saliva y después se llenó la boca con un montón de semillas. El Beltrán, que es digital (como una mezcla de grabadora y cámara de video), empezó a repetir TODO después.

      Ahora se escupe las manos y se las pasa por la cara. Pero eso no es lo peor: también guarda todo el colado en la boca y no hay forma de que se lo trague altiro. Mi mamá ya se aburrió de pedirle que le muestre la boca vacía: ahora le da toda la comida de una vez y lo deja andar por todas partes con la boca llena, hasta que se aburre, se le olvida que es hámster y se lo traga.

      Así es (o era) mi casa: todo anda (o andaba) más o menos parecido a lo de siempre. Aparte de mi espinilla, funcionaba como un videojuego, virtualmente perfecto. Hasta que la mañana postelefonazo, cuando nos despertamos, mi mamá no estaba.

      Dejó el desayuno servido y una nota: “Me fui a una reunión desayuno”.

      Mi papá no lo podía creer.

      —¿Reunión desayuno? —se repetía, incrédulo él—. ¿Se puede comer y hacer otra cosa al mismo tiempo? —decía en tono cuestionador.

      No se movió ni cuando llegó a buscarme la pan de molde amarillo. Ni cuando el Beltrán estaba con la cabeza metida en el refrigerador, comiéndose una lechuga a minimordiscos. Es que eso sí es un desayuno hámster.

      ●4

      EL


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