El siglo de los dictadores. Olivier Guez
lo rechazó. Entonces, Lenin dio la orden de disolverla por la fuerza. El 19 de enero, guardias rojos y regimientos bolcheviques impidieron toda reunión: fue el asesinato de la democracia rusa y la señal de una guerra civil extraordinariamente violenta, que duraría casi cuatro años. En ella, se enfrentaron los Rojos y los Blancos, un conglomerado de fuerzas políticas antibolcheviques, desde los nostálgicos del zarismo hasta los anarquistas, pasando por todo el espectro de demócratas y socialistas. Pero también se enfrentaban allí los Rojos con los obreros de las ciudades, cuya situación se agravaba día tras día, y sobre todo con los campesinos –los Verdes–, cuyas cosechas eran secuestradas por los bolcheviques con las armas en la mano bajo el pretexto de “requisiciones”. Sobre todo cuando el régimen acababa de establecer la conscripción para crear el Ejército Rojo, un ejército de guerra civil encargado, según Lenin, de garantizar la protección de su dictadura y llevar la revolución comunista al extranjero.
Quedaba un enorme problema: Rusia seguía en guerra con Alemania y Austria-Hungría, que, tras interminables negociaciones, llevaron a cabo en febrero de 1918 un ataque fulminante y obligaron a Lenin a firmar, el 3 de marzo de 1918, el Tratado de Brest-Litovsk: Rusia debía aceptar las independencias ucraniana, finlandesa y báltica, y perder 800.000 km2 así como el 26% de su población, el 32% de su producción agrícola, el 23% de su producción industrial y el 75% del carbón y del hierro. Fue un enorme desastre nacional, que encendió la guerra civil. Pero a Lenin no le importaba.
Gracias a los alemanes, conservó su poder, que trasladó en marzo a Moscú, al Kremlin, e impuso una política contra grupos sociales enteros, que iba desde la privación de derechos, incluido el derecho a alimentarse, de acuerdo con el eslogan “El que no trabaja, no come”, hasta el exterminio simple y llano con su orden de marzo de 1918: “Muerte a los kulaks”, los campesinos que se negaban a ser saqueados. Inauguró el principio de exterminio masivo de categorías completas: opositores políticos, aristócratas, burgueses, propietarios de inmuebles, oficiales, cosacos, religiosos, etc. Instauró el “comunismo de guerra”, que convirtió al Partido Bolchevique en el propietario de todos los bienes y prohibió todo comercio privado. En julio de 1918, una “Constitución” estableció que “el Partido Comunista dirige, comanda y domina todo el aparato de Estado”. Se prohibió toda la prensa no bolchevique y el poder impuso su propaganda omnipresente.
Esta política provocó reacciones, algunos jefes comunistas fueron asesinados y Lenin fue víctima de un atentado. Los bolcheviques reaccionaron con una extrema crueldad: en el otoño de 1918, se fusiló a más de 15.000 personas, en muchos casos rehenes encerrados en los primeros campos de concentración –el origen del gulag–, es decir, muchas más que las 6321 ejecuciones por motivos políticos entre 1825 y 1917. La guerra civil instauró una cultura de la crueldad que le permitió al poder seleccionar a los “hombres más duros” que reclamaba su jefe y que se convertirían en los dirigentes soviéticos a lo largo de medio siglo. Y aunque los bolcheviques ganaron en 1920 la guerra contra los Blancos, mal dirigidos, mal armados y dispersos, debieron enfrentar innumerables insurrecciones campesinas, mientras el “comunismo de guerra” arruinó la industria, el comercio y la moneda, y llevó al país al desastre.
Instalado en el Kremlin, en un modesto apartamento, con su fiel Krúpskaya, Lenin vivía su vida habitual de pequeñoburgués burócrata: presidía las reuniones del Sovnarkom y del Politburó, leía una gran cantidad de informes, recibía a muchos dirigentes, a menudo daba órdenes de todo tipo por telegrama, escribía artículos y discursos, en los que explicaba su política, y combatía a sus enemigos tanto rusos, como extranjeros. Desarrolló en particular una violenta polémica contra el líder socialista alemán Karl Kautsky, el “renegado”, que en 1918 había criticado la “dictadura del proletariado” desde un punto de vista marxista. A veces realizaba mítines en fábricas o partía al campo para descansar. Una vez vivió una singular aventura: su Rolls-Royce, “requisado”, fue asaltado por unos bandidos, pero logró salir indemne.
El primer régimen totalitario
En marzo de 1921, Lenin enfrentó una crisis mortal. Contaba con una revolución comunista europea que reafirmara su poder y había creado a tal efecto en 1919-1920 la Tercera Internacional, el Komintern, concebida como un partido comunista mundial formado por secciones nacionales: por ejemplo, la Sección francesa de la Internacional Comunista, el futuro Partido Comunista francés. Pero la revolución mundial se hizo esperar, sobre todo después del fracaso de la revolución comunista de Béla Kun en Hungría en 1919 y la derrota del Ejército Rojo ante Polonia en el verano de 1920. Se desmoronaron todos sus castillos en el aire, sobre todo con la revuelta de los marinos de Kronstadt, que, en nombre de los sóviets, impugnaban el poder bolchevique. La isla fue tomada por asalto por el Ejército Rojo y cayó tras diez días de encarnizados combates, que provocaron 10.000 muertos y unos mil heridos y prisioneros fusilados en el acto, 2103 condenados a muerte y 6500 deportados a campos de concentración, mientras que 8000 habitantes huyeron hacia Finlandia. De este modo, fueron aplastados los proletarios opuestos a la “dictadura del proletariado”. Su jefe, pragmático, comprendió que era necesario soltar lastre.
En el X Congreso del Partido que se estaba realizando en ese mismo momento, Lenin impuso la NEP, la Nueva Política Económica: reemplazó el pillaje de las cosechas por un impuesto en especie fijado de antemano, que debían pagar los campesinos, restableció la libertad del comercio interior y otorgó concesiones a empresarios privados contra entrega al Estado de una parte de su producción. Eso significaba reconocer el fracaso total del “comunismo de guerra”. La ideología marxista había sido derrotada por la realidad. Como contrapartida, Lenin reforzó la disciplina del Partido y prohibió las fracciones, es decir, toda discusión interna. El “aparato”, el conjunto de los militantes “permanentes” pagados por el Partido, tenía un poder total, bajo la autoridad del Buró político. Su Secretaría era el corazón del poder: Stalin fue nombrado a principios de 1922 secretario general del Partido. El jefe supremo, cuyo culto público ya era muy fuerte, podía disminuir la presión sobre la economía, pero intensificó el control de la dirección sobre el aparato, del aparato sobre el Partido y del Partido sobre la sociedad. Toda expresión de pluralismo estaba llamada a desaparecer y la unanimidad se convirtió en regla: se instaló el sistema totalitario. Se basaba en el monopolio político del partido único convertido en Partido-Estado y de su jefe carismático, en el monopolio ideológico marxista-leninista en todos los ámbitos de expresión –prensa, enseñanza, artes, etc.–, y en el monopolio de las riquezas, tanto como de la producción y de la distribución de todos los bienes materiales. A esto se agregaba el terror de masas como medio de gobierno y de fortalecimiento del poder.
Pero la NEP llegó demasiado tarde. La región de Tambov se rebeló: el 27 de abril de 1921, enviaron allí al Ejército Rojo, con artillería, aviones y gas de combate. La “pacificación” duró meses y su crueldad estuvo simbolizada por esta orden del 11 de junio: “1. Fusilar en el acto sin juicio a todo ciudadano que se niegue a dar su nombre”. El resto era del mismo tenor: privilegiaba la responsabilidad colectiva de las familias y la ejecución del mayor de las familias de bandidos. Terminaba así: “7. Aplicar el presente orden del día rigurosamente y sin piedad”. “¡Nada de piedad!”: este era el grito de guerra de los bolcheviques a partir de 1917 y así quedó hasta la muerte de Stalin.
Por último, y sobre todo, una gigantesca hambruna comenzó en la primavera alrededor del Volga, provocada tanto por los decomisos forzados, como por los cálculos groseramente erróneos de la cosecha de granos establecidos por el Gosplan –la Dirección de Planificación Central–, en los que se basaba el Politburó para fijar las cuotas de entregas de los campesinos. Este delirio estadístico, vinculado al voluntarismo utópico de Lenin y disfrazado con una propaganda engañosa, fue una de las grandes características del sistema de producción comunista. La hambruna provocó canibalismo, duró hasta 1923 y afectó a 30 millones de personas, de las que alrededor de 5 millones murieron de hambre. Terminó por destruir la resistencia campesina. Stalin aprendió esta lección y la usó para destruir a Ucrania en 1932.
El fiasco de la NEP y la hambruna fueron golpes duros para Lenin. La realidad resistía a su voluntad y la imagen de la Revolución Bolchevique quedaba oscurecida por esos millones de muertos, que se agregaban