Nuevas formas del malestar en la cultura. Vilma Coccoz
y ese papá y no los del vecino. (27)
Muy pronto, en su texto “Los complejos familiares”, escrito en el año 38, en su época pre-estructuralista, ya destacaba la importancia de la función simbólica de esta institución, específica en el ser humano, especialmente en lo relativo al sentimiento de paternidad que ha marcado su desarrollo: “En este campo las instancias culturales dominan a las naturales, al punto que no pueden considerarse paradójicos los casos en que, como en la adopción, la sustituyen”. (28)
En el marco del examen de la sustitución de la naturaleza por la cultura encontramos una primera lectura de la obra freudiana sirviéndose de la noción de “complejo”, entendido como una forma fija de un conjunto de reacciones en las que se ven comprometidas diversas funciones orgánicas, un abanico que abarca desde la emoción hasta la conducta adaptada hacia el objeto. Los complejos de Edipo y castración freudianos, matrices de la humanización del deseo, son sometidos a una reelaboración en la que se destaca su carácter cultural, “abierto a las variaciones infinitas frente a la rigidez de la conducta instintiva”, propia de los animales.
El complejo de destete es concebido como una crisis vital cuya estructura dialéctica enmarca la pérdida del objeto. Vinculado a la prematuridad específica del ser humano, su aceptación o rechazo dejan indelebles huellas en la historia individual y en la concepción de las seguridades a las que aspira el sujeto durante su vida.
El complejo de intrusión, germen de los celos y “arquetipo de los sentimientos sociales” es orientado por las identificaciones formativas, con su ambivalencia intrínseca de actitudes contrapuestas y complementarias. El alarde, la seducción y el despotismo no se explican por una rivalidad vital, afirma Lacan, son efectos de la captura que ejerce la imago del semejante, causante de la tensión agresiva en la que se estructura el narcisismo en el marco del estadio del espejo.
En cuanto al complejo de Edipo, se inicia aquí un examen crítico de la concepción freudiana y aunque destaca la simbolización de la sexualidad que tiene lugar en la familia –fraguándose en una especie de pubertad psicológica “sumamente prematura” que ubica en torno a los cuatro años–, el punto clave es su observación sobre el declive de la imago paterna. Las consecuencias psicológicas de ese ocaso revelan un aspecto real de la carencia simbólica que Lacan vincula a los efectos extremos del progreso social (concentración económica, catástrofes políticas) y encuentra como justificación de la mayoría de los síntomas de la infancia y la adolescencia.
“Quizás deba relacionarse con esa crisis la aparición del propio psicoanálisis –afirma Lacan–. El sublime azar del genio no explica quizás por sí solo que haya sido en Viena –centro en aquél entonces de un Estado que era el melting-pot de las más diversas formas familiares, desde las más arcaicas a las más evolucionadas, desde las últimas agrupaciones agnáticas de los campesinos eslavos hasta las formas más reducidas del hogar pequeño burgués y las formas más decadentes de la familia inestable, pasando por los paternalismos feudales y mercantiles– donde un hijo del patriarcado judío imaginara el complejo de Edipo”. (29)
Confrontado a esta relatividad cultural Freud sitúa en esa dispersión un invariante estructural: el padre. (30) Las figuras del padre devaluado o indigno que vieron la luz en la literatura de Dostoievsky iban a revelarse como el núcleo en la experiencia clínica con las neurosis, donde se demostraba la influencia de la personalidad del padre, “…carente siempre de algún modo, ausente, humillada, divida o postiza”. La asimilación de la función paterna a la sublimación constituye el eje de la operación simbólica que puede suplir su decadencia y rescatar la subjetividad de un estrago que podía suponerse como un destino inexorable.
El niño como objeto
En su texto sobre “Los complejos familiares” ya apuntaba el paso decisivo hacia la estructura moderna de la familia, correlativo al final del patriarcado, esto es, a la reducción a su forma conyugal y a la multiplicación de sus formas. Es el resultado de una “secreta inversión”, operada durante el siglo XV con la revolución económica de la que surgieron la sociedad burguesa y la psicología del hombre moderno. Tal reducción de la familia al conjugo no implica simpleza, todo lo contrario, Lacan subraya la complejidad de su estructura.
En la misma línea y ya muy avanzada su enseñanza explora la inscripción del niño en la familia (31) desde la impronta del deseo del Otro que alcanzará un importante abrochamiento en su texto “Nota sobre el niño”. Este se inicia arrojando un jarro de agua fría al entusiasmo que reinaba en los años 60, al referirse al “fracaso de las utopías comunitarias” en sus intentos de modificar la estructura de la familia tradicional: “La función de residuo (32) que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la evolución de la familia conyugal en la evolución de las sociedades pone de relieve lo irreductible de una transmisión que es de un orden diferente de la de la vida según las satisfacciones de las necesidades, pero que conlleva una constitución subjetiva, lo que implica la relación con un deseo que no sea anónimo”. (33)
A este respecto Jacques-Alain Miller precisa que frente al mencionado fracaso de las utopías comunitarias que buscaban ensanchar el círculo de la familia, criar a los hijos en común mediante la creación de una entidad colectiva más amplia se observa, al contrario, la vitalidad de la vida conyugal, apenas modificada por la homosexualidad. (34) Lo “irreductible” de la familia no es relativo a la transmisión de las necesidades ni del saber, sino de la constitución subjetiva, y desde esta perspectiva la pregunta por el origen puede traducirse en estos términos: ¿en qué o de qué deseo he nacido?
A partir de la diversidad de situaciones que se presentan actualmente en la procreación (heterosexual, homosexual, transexual, por conservación de ovocitos, gestación subrogada) se verifica la disyunción entre sexualidad y procreación, entre procreación y gestación, entre origen y filiación. Además, y siempre siguiendo a Ansermet en estos temas, se comprueba que “el niño genera la familia” y que los padres son “padres de intención”; en épocas pasadas se aspiraba a una sexualidad sin procreación, ahora se extiende la procreación sin sexualidad. Asistimos también a “una nueva visión antropológica de la donación” con efectos diversos según la incidencia de un tercero en la procreación, desde la injerencia del médico de referencia hasta la individualización posible del donante (de esperma, de óvulos, de cigotos), en tensión con la necesidad de mantener o no el anonimato legalmente. La clínica de las adopciones muestra también hasta qué punto el sujeto se empeña en encontrar un deseo particularizado en el origen, un nombre a partir del cual construir una ficción sobre el nacimiento.
Lacan no se refiere al éxito de la familia nuclear sino al fracaso de las tentativas de modificarlo, haciendo valer su función de “residuo”, de elemento real, (35) que pone en evidencia la necesidad de una transmisión donde se juzgan las funciones del padre y de la madre. (36)
La condición de objeto a (37) del niño deja al desnudo su dimensión de producto y reclama en nuestra época una reflexión especial a partir de las posibilidades de producción que ofrece la tecnología. El diseño de bebés “a la carta” y el riesgo de prácticas eugenésicas han desencadenado ardientes debates acerca de las limitaciones que deberían imponerse al avance imparable del discurso de la ciencia, para el cual, por estructura, no existe la imposibilidad. Al contrario, sus avances facilitados por las nuevas tecnologías son el resultado de la indagación en las posibilidades que, hasta hace poco tiempo, pertenecían al reino de la fantasía. Se añaden por supuesto los intereses de mercado, como se evidencia en el éxito de los bebés reborn. Evitando llamarles muñecos, su valor se mide por el extraordinario parecido con los bebés de carne y hueso. Su compra se denomina “adopción” y su adquisición recibe la rúbrica de “certificado de nacimiento”. Algunas “madres” dicen preferirlos a los niños verdaderos debido a que no sufren. Otras, capturadas por esta singular presencia en la casa familiar, llegan a relegar el cuidado de los hijos reales y hablantes para ocuparse de sus “bebés”. Algunos “padres” se muestran molestos por la irrupción de estos objetos