Ver como feminista. Nivedita Menon
en el hogar. Las mujeres mismas tienden a no dar cuenta de estos trabajos porque los ven como parte de sus responsabilidades «domésticas». Incluso cuando sus actividades generan ingresos, pueden pasar desapercibidas si están mezcladas entre medio de otras tareas domésticas (Krishna Raj 1990; Krishna Raj y Patel 1982). De este modo, el trabajo de las mujeres se invisibiliza. Como resultado de la presión persistente de las economistas feministas, en el censo de 1991 se modificó por primera vez la pregunta «¿Realizó usted algún tipo de trabajo durante el año pasado?». A la formulación original se le agregó la frase «incluyendo trabajo no remunerado en una granja o empresa familiar», permitiendo así que este trabajo se hiciera visible para el Estado. Las feministas cuyas intervenciones hicieron posibles estos cambios creen que cuanto más precisa sea la información que el Estado obtiene sobre los tipos de trabajo que realizan las mujeres, mejor organizadas estarán las políticas estatales de reducción de la pobreza, generación de empleo, etcétera.
La división sexual del trabajo tiene consecuencias serias para el rol de las mujeres como ciudadanas, porque los horizontes de una mujer están limitados por esta supuesta responsabilidad «principal». Sea en la carrera profesional que elijan o en lo que respecta a su participación política (en sindicatos o en elecciones), las mujeres aprenden desde muy pequeñas a limitar sus ambiciones. Esta autolimitación es lo que produce el denominado «techo de cristal», ese nivel profesional que rara vez logran superar las mujeres; o lo que se conoce como el «mommy track» (el «camino de la mami»), esa ruta laboral ascendente que es más lenta en el caso de las mujeres porque pasan algunos de los años más productivos de sus vidas profesionales cuidando de sus hijos. El supuesto de que la ocupación principal de las mujeres es la maternidad también orienta la política pública: los gobiernos de Francia, Alemania y Hungría otorgan a las mujeres tres años de baja de maternidad con la esperanza de mejorar sus tasas de natalidad. En 2008, el Gobierno indio alargó la baja de maternidad de sus empleadas a seis meses, además de instituir para ellas una baja remunerada de dos años (que puede ser utilizada en cualquier momento) para cuidar de sus hijos pequeños. Esta medida, según informaba un periódico, «pondría verdes de envidia a las mujeres de India Inc.». Es decir, que las mujeres empleadas en el sector privado matarían por tener el mismo privilegio del que ahora gozaban las mujeres del sector público: el privilegio de renunciar al progreso de sus carreras profesionales. En medio de todo esto, a veces resulta difícil recordar que la mayoría de las veces los niños tienen dos padres y que la crianza no es responsabilidad exclusiva de uno solo de ellos. Una madre soltera no debería verse obligada a tomar la difícil decisión de congelar su carrera para criar a sus hijos, mientras varones más jóvenes se le adelantan porque sus responsabilidades de crianza están completamente cubiertas por sus esposas.
No quiero decir con ello que las tareas domésticas y la crianza sean irrelevantes y aburridas, sino más bien que tanto los aspectos positivos y creativos de estas tareas como aquellos más arduos deben ser compartidos de forma equitativa por varones y mujeres.
La segregación del trabajo por sexo es clave no solo para el mantenimiento de la familia sino también de la economía, que se derrumbaría como un castillo de naipes si el trabajo doméstico tuviera que ser remunerado, sea por el marido o por un empresario. Planteémonoslo así: el empresario paga a sus empleados por las tareas que desempeñan en su lugar de trabajo. Pero para que sus empleados puedan regresar a su lugar de trabajo cada mañana dependen de que alguien más (o, en el caso de la mujer, ella misma) realice toda una serie de tareas por las que el empresario no paga (cocinar, limpiar, llevar adelante una casa). Cuando lo que tenemos es una estructura completa de trabajo no remunerado sosteniendo la economía, la división sexual del trabajo no puede considerarse un asunto doméstico y privado; es lo que mantiene la economía en funcionamiento. Si mañana todas las mujeres reclamaran una remuneración por este trabajo que hacen, o bien los maridos tendrían que pagarles o bien los empresarios tendrían que pagarles a sus maridos. Y la economía se haría pedazos. El sistema entero funciona sobre el supuesto de que las mujeres realizan el trabajo doméstico por amor.
Hubo un momento en la historia del feminismo en el que se impulsó la demanda de salarios para el trabajo doméstico. En el Reino Unido en la década de 1970 esta demanda fue una potente herramienta retórica, porque obligó a reconocer que el trabajo doméstico que hacen las mujeres tiene un valor económico. Pero muchas feministas sienten que esta demanda deja intacta la división sexual del trabajo; de hecho, medidas como la baja por maternidad de tres años pueden ser vistas como una forma de «salario por maternidad», pero, como hemos visto, encasillan a las mujeres de modo aún más rígido en el considerado «trabajo femenino».
En 2010, un fallo significativo del Tribunal Supremo de la India se pronunció sobre el valor del trabajo doméstico realizado por las mujeres. Una ama de casa murió en un accidente de tráfico y su marido reclamó compensación. Un tribunal le concedió una suma, calculando los ingresos de una mujer desempleada en un tercio de los ingresos de su marido. El marido apeló al Tribunal Supremo buscando mejorar la suma. En su fallo, el Tribunal Supremo aumentó la cantidad en un grado considerable y sostuvo, además, que entender el trabajo doméstico de las mujeres como desprovisto de valor económico evidenciaba un sesgo de género. Los jueces sugirieron que no solo convendría modificar la ley aplicable en este caso particular (la Motor Vehicles Act o Ley de Vehículos Motorizados), sino también muchas otras, y que la cuestión del valor del trabajo de las mujeres debía ser abordada por el Parlamento (Gunu 2010).
Es importante recordar el contexto de esta sentencia emblemática sobre el valor del trabajo doméstico de las mujeres. Estuvo ocasionada por la muerte de una esposa y trató la cuestión de la compensación económica debida a la familia del marido por la pérdida de la persona que había realizado ese trabajo. ¿Sería concebible un fallo similar si una mujer viva reclamara a su marido ante los tribunales una compensación económica por su trabajo? Tengo mis dudas. Así y todo, incluso si fuera concebible ese fallo, yo, como algunas feministas durante el movimiento que reclamaba un salario por las tareas domésticas, tendría mis reservas acerca de la reprivatización de la división sexual del trabajo, en la que el marido se convierte en el patrón y la mujer en la empleada.
El trabajo doméstico tiene una dimensión social ineludible pero invisible que debe ser reconocida. Esta dimensión deviene visible solamente cuando consideramos a aquellas que realizan este trabajo a cambio de un salario: las empleadas domésticas.
Las empleadas domésticas
Puede hacerse un cálculo aproximado del número de empleadas domésticas («sirvientas») en India sobre la base del hecho de que la clase media profesional del país se cuenta en alrededor de 30 millones. Suponiendo que en la mayoría de estas casas habría una criada, y que en algunas habría más de una, el número de trabajadoras y trabajadores domésticos probablemente se sitúe cerca de los 15 millones. Consideremos ahora la siguiente información. En la primera encuesta nacional de la India dirigida a trabajadoras sexuales no sindicalizadas, realizada recientemente, el 71 por ciento de ellas afirmó haberse cambiado voluntariamente al trabajo sexual tras probar otros tipos de trabajo más esforzados y peor pagados. La categoría mayoritaria entre estos empleos previos era la de trabajadoras domésticas. En otras palabras, un gran número de mujeres participantes en la muestra encontraban el trabajo de sirvienta más degradante, agotador y peor remunerado que el trabajo sexual (Sahni y Shankar 2011). A las personas de clase media que contratan «criadas», y en cuya imaginación ser prostituta es un destino peor que la muerte, este hecho debería producirles un momento de vergonzosa autorreflexión.
No hay nada inherentemente degradante en limpiar las casas de otras personas o cocinarles por un salario; podría ser un trabajo como cualquier otro. Pero no en India. Aquí el trabajo contiene los peores aspectos del feudalismo y el capitalismo.
La crueldad de las clases medias indias hacia sus «sirvientas» supera a los peores excesos del feudalismo. La expresión educada «empleada doméstica» que ha reemplazado a la palabra «sirvienta» en el uso público es peligrosamente engañosa. Que no quepa duda: son sirvientas. No se las trata como seres humanos, ni siquiera como mascotas. Además de sufrir agresiones físicas y sexuales (lo que es muy común), las trabajadoras domésticas realizan un trabajo