Hoy quiero confesar... que mi marido es el Rey. David Enguita

Hoy quiero confesar... que mi marido es el Rey - David Enguita


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uno de los cocineros con más premios de la Comunidad de Madrid, el único con la receta perfecta para elaborar la salsa para acompañar las costillas, importada de EE.UU. Trabajaba en el restaurante situado en la carretera de Barcelona en el que un día ETA decidió atentar. ¿Y su madre? Una política que seguía los pasos de su padre; pero lo que la llevó a ser conocida ante la opinión pública fue que no pertenecía a ningún partido, aceptaba las propuestas que estos hacían según sus programas electorales.

      No es común tener de madrina a una de las cantantes más famosas del país. Esto hizo que su día grande fuera, a la vez, su presentación ante el resto de la sociedad. Aunque Alejandro no era consciente de ello, fue portada de muchas revistas, pero su vida transcurrió solitaria y sin grandes lujos durante muchos años.Así es el entorno en el que nace el pequeño Alejandro: una familia conocida pero humilde, cuyas obligaciones hacen que, desde pequeño, tenga que prescindir de la presencia de sus padres, aunque contaba una hermana con la que compartió sus primeros guiños y balbuceos. No obstante, pronto los celos empezaron a nublarle el corazón.

      Muchas madres prefieren evitar la guardería para que sus hijos estén más tiempo con ellas, pero Alejandro tuvo que ir desde bien pequeño. Solo pasó más tiempo con su madre cuando tuvo que ser ingresado en el Niño Jesús. Se ahogaba al comer y tuvo que ser operado de vegetaciones, y ello requería que su madre pasase el mayor tiempo posible con él, para poderlo alimentar. La desgracia que sufrió su familia antes de que naciera, hacía que el centro de atención fuera otra persona, no él. Alejandro se encontraba solo. Sus abuelos tenían todos sus ojos puestos en su hermana mayor, que aún estaba recuperándose de las operaciones que tenía que hacerse por las quemaduras sufridas con apenas pocos meses de vida.

      La sonrisa pícara de Alejandro y sus chispeantes ojos verdes se fueron transformando en un semblante serio, hasta llegar a convertirlo en un chico muy reservado que muy pocas veces abría su corazón. Alejandro solo era feliz y se desahogaba cuando cada año bajaba a una aldea muy especial para él y para su familia, una tradición que seguían sus parientes desde antes de que él naciera. Peregrinaban hacia la Virgen del Rocío, y solo allí, cuando estaba frente a frente con ella, Alejandro se sinceraba y le detallaba a la Virgen todo lo que le estaba sucediendo. Solo a ella. Nadie de su familia sabía lo mal que lo podía haber pasado en ciertos momentos, y hoy seguro que muchos de ellos se enterarán a través de estas páginas. Una vida parecida a una montaña rusa, con tremendos conflictos emocionales en torno a su familia y a su sexualidad. Hoy conocemos al joven Alejandro, que en unos cuantos años pasará a ser nuestro rey y que hará historia, como lleva haciendo desde que nació. Si de algo os daréis cuenta es de que este niño rubio hizo de todo menos pasar desapercibido.

      Capítulo 2SUS PRIMEROS AÑOS

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      Alejandro fue un niño muy querido en su casa. Pero su carácter desconfiado y las constantes advertencias de su madre y su abuelo, le hacían pensar mal de todo aquel que se le acercara. No sabía diferenciar si estarían cariñosos con él por un interés económico o realmente porque les interesaba. Su madre y su abuelo se lo repetían todos los días, pero él no lo lograba comprender. Se decía para sí mismo:

      — ¿Cómo un niño como yo es capaz de saber eso, si ni tan siquiera sé por qué es famosa mi familia?

      Estas inseguridades hacían que el rubio alemán, cuya sonrisa era de las más pícaras y bonitas, fuera cambiando su rostro por el de un chico triste sin expresión. Un pequeño sin amigos y con apenas nadie para jugar en el recreo de la guardería por las presiones que sentía.

      Precisamente este momento de recreo, tan ansiado por todos los niños, era odiado por Alejandro con todas sus fuerzas. Eran treinta minutos donde se quedaba aislado de todo el mundo, o encerrado en el baño o en algún rincón. Estaba obsesionado con no acercarse a nadie, para que así no hablaran de él, con lo que no tenía amigos entre sus compañeros. Este comportamiento hizo de Alejandro un ser frío y calculador, todo lo contrario a lo que fuera meses atrás. Además, había algo que le molestaba más aún que su aislamiento, que era comparar este trato con el que recibía su hermana mayor. Ella era todo lo opuesto a él: un ser sociable con muchos amigos. Incluso era la cabecilla de un grupo, al que él llamaba “el eje del mal”, porque lo intentaban ridiculizar siempre que podían. Tal era la manía que tenía Alejandro hacia su hermana, que sus peleas en casa eran diarias. Pero no eran simples broncas, sino auténticas palizas, que acababa siempre perdiendo el joven.

      Alejandro no lograba dormir bien, por lo que prefería que los días no acabaran, ya que sabía que el día siguiente iba a ser mucho peor que el que había vivido. Él solía decirle a su madre:

      — Si no soy un niño querido, ¿por qué me tuviste? Hubiera preferido no nacer y así no daros un problema más a la familia.

      Tras llegar él al mundo, a los pocos meses, nació su prima, lo que hizo que toda la atención fuera para el nuevo bebé y no hacia Álex. Esto le creó una sensación de vacío y provocó que él mismo se creara su propio mundo y se tuviera que superar a sí mismo, para demostrar doblemente las cosas. De esta forma, su familia le prestaría más atención.

      Pero, con esa edad, poco podía hacer para destacar. Optó por cambiar el chip y actuar como un payaso andante para así llamar la atención, y convertirse en ese niño que a ningún profesor le gustaría tener, por lo repelente que podría llegar a ser.

      Esta actitud la arrastró hasta sus años de colegio. Veía que surtía efecto y sus compañeros se acercaban más a él, estaba mejor relacionado, y a toda la clase le hacía gracia cada vez que decía algo.

      Pero no conseguía lo que él realmente quería: ser querido en su familia. Todo lo contrario. Las broncas por parte de sus padres, tíos y abuelos se repetían día tras día. No aprobaba ninguna asignatura y su comportamiento con ellos era el de alguien maleducado y prepotente.

      El día en que esto traspasó los muros familiares y se plasmó en la prensa de crónica social, su familia se empezó a preocupar. La decisión, tomada conjuntamente con el colegio, fue que lo mejor para él y para su educación era que repitiese un curso, lo que haría que se distanciara de sus compañeros, a los que conocía desde los cinco años hasta ese cuarto curso de colegio.Ese cambio fue otro duro golpe que tuvo que sufrir Alejandro: adaptarse a una clase con nuevos compañeros, en aquella cárcel con permisos de salida diarios, y dejar atrás a todos aquellos amigos con los que celebraba cumpleaños, excursiones, gracias o incluso festivales de fin de curso. En un principio pensó que se mantendría su relación con su grupo, formado por cuatro chicas y dos chicos, pero no fue así. Pese a que estaban en el mismo centro, en el recreo sus antiguos amigos ya pasaban de él, no se arrimaban ni querían cuentas, y sus nuevos compañeros lo insultaban llamándole “marica”. Lo despreciaban, porque veían raro que no jugara al fútbol y que siempre estuviera más con chicas que con chicos. Esa cantinela de “mariquita” la repetían a diario. Él mismo llegó a pensar en algún momento que era gay. Igual, lo que tenía que hacer era echarse una novia pronto para que todo el colegio dejara de pensar así de él.Estos fueron los primeros años en la educación de Alejandro, pero en este tiempo también hubo acontecimientos que marcarían su vida para siempre. Uno de los peores momentos que jamás vivió fue en unas vacaciones, mientras veraneaba con su familia en Benidorm, en el mismo lugar de siempre y rodeados de amigos. Se presentaba una mañana normal y tranquila, como suelen ser los días de playa y vacaciones. Plantaron su sombrilla en la arena y se fueron al agua él y su hermana junto con su padre. Hay que recordar que la relación con su malvada hermana era pésima, y que se intentaban matar a diario.

      Entraron al agua. Empezaron a jugar a ver quién aguantaba más tiempo bajo el agua. En uno de los aguantes, su hermana salió corriendo del agua para esconderse. Cuando Alejandro levantó la cabeza y vio que no estaba, y que tampoco veía a su padre, empezó a agobiarse y, desorientado, salió del agua. Empezó a caminar por la playa buscando su sombrilla, que era llamativa (todas eran rojas con la marca de una bebida refrescante de proyección internacional, pero la suya era verde con rayas blancas, de otra bebida con menos proyección),


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