Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Francisco Fernández Buey

Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador - Francisco Fernández Buey


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de un modo radical el dificilísimo asunto de las relaciones establecidas y por establecer entre las razones de la razón y las razones del corazón en el movimiento liberador o emancipatorio de final de siglo [...] En El proyecto de Gramsci hay tres aportaciones muy precisas en tres planos distintos.

      En primer lugar, la caracterización de la crítica de la religión en el joven Gramsci influido por Renan, Sorel y Croce, así como por el colectivo francés de Clarté (con el que colaboraron Barbusse y Rolland); este es un aspecto poco estudiado hasta ahora y, como muestra Díaz-Salazar, confusamente interpretado a partir de la posterior evolución de Gramsci.

      En segundo lugar, el lector atento agradecerá en este libro la aclaración y contextualización de conceptos tan centrales en la obra de Gramsci como los de reforma moral e intelectual, bloque histórico, hegemonía, revolución pasiva, transformismo, etc., todos los cuales, al haber entrado ya a formar parte del instrumental teórico habitual en varias ciencias sociales, están perdiendo progresivamente el sentido original que tuvieron en el corpus gramsciano.

      Por último, hay que llamar la atención sobre la propuesta que aquí nos hace Díaz-Salazar en el sentido de interpretar con categorías gramscianas algunos de los aspectos más relevantes de los movimientos religiosos de liberación que hoy existen en el mundo, particularmente de los de tradición cristiana; una tentativa esta que choca inevitablemente con la crítica marxiana y gramsciana de la religión, pero que, por otra parte, prolonga no pocas sugerencias de la misma referidas al proceso de institucionalización de las iglesias. Se desemboca así en el capítulo final, dedicado al análisis del cambio sociopolítico y del factor religioso en la estructura social y, con ello, en lo que he llamado el reto que aquí nos deja Díaz-Salazar.

      Como suele ocurrir tantas veces, es ahí, en este comparar el pensamiento del clásico con la realidad presente o con las tendencias que parecen esbozarse en ella, y, mediante la comparación, en este medir la orientación resultante con lo que fueron las previsiones de futuro hechas por un pensamiento que ahora suscita y provoca el nuestro, nuestro pensamiento propio sobre este mundo que no es ya el del otro, es ahí —digo— donde se entrelazan principio y fin de una investigación cuando es sentida, no meramente académica o de oficio.

      Yendo al caso: la preocupación vital por el factor religioso en los movimientos liberadores que se desarrollan en el mundo de hoy, que empezó siendo móvil principal de este trabajo intelectual de Díaz-Salazar, se hace luego ejercicio de filología e interpretación gramsciana (a lo largo de cuatro capítulos) para volver por último a la preocupación central del principio y dejarnos, desde ella, un pensamiento propio que, evidentemente, va más allá del pensamiento de Gramsci. Un pensamiento propio que se puede resumir así: a diferencia de lo que Gramsci creía, el factor religioso puede actuar también en la historia como fuente impulsora de la reforma intelectual y moral, en la medida en que, en determinadas circunstancias, dicho factor invierte el sentido institucional en que ha actuado preferentemente y se transforma en elemento de articulación de la resistencia de las clases subalternas e incluso en configurador de un bloque contrahegemónico en la sociedad civil.

      Este cambio de función es, desde luego, un fenómeno sociológico de nuestra época. Un fenómeno innegable, que el pensamiento laico tiene que aceptar distinguiendo con precisión diversos planos del hecho religioso, diferenciando —de salida— lo que se entiende por religión en general y lo que son en realidad movimientos de radicalización de la conciencia religiosa en un sentido favorable a la lucha contra la injusticia y en favor de la igualdad. Esta distinción es importante, porque la crisis de la cultura socialista que estamos viviendo en el mundo actual (crisis observable en todas y cada una de las distintas corrientes en que se dividió aquella cultura durante el último siglo) favorece la apología indirecta de la religión en general y la ideologización de la fe cristiana en particular como sustituto de las grandes cosmovisiones en declive, empezando por el materialismo dialéctico. Manuel Sacristán y José María Valverde han denunciado ese riesgo durante los últimos años desde ángulos distintos, pero con una misma preocupación: la de favorecer el diálogo y el entendimiento práctico entre cristianos y comunistas manteniendo la identidad de cada uno, sin desnaturalizarse. Y esta es también la positiva intención de Díaz-Salazar al advertirnos de la conveniencia de distinguir entre el término genérico de «religión» y un tipo de mentalidad religiosa alternativa y actual, que no es la única pero sí la por él mejor conocida, a la que habitualmente hace referencia: el cristianismo de liberación.

      Puede parecer absurdo o incomprensible para el laicismo entendido como cinismo hiperracionalista, pero es así: la idealidad comunista en la cultura socialista actual está hoy representada en muchos casos por militantes cristianos también en los países económicamente más desarrollados. El que esto sea especialmente patente en Italia, donde durante décadas la tradición católica y la tradición comunista han competido en una interesantísima batalla de ideas, es natural. Pero eso no quiere decir que sea el único caso en el panorama europeo. Algo muy parecido estamos viviendo nosotros en España. Y previsiblemente esta situación nuestra se irá acercando a la italiana (en el sentido de la aproximación entre idealidad comunista y utopía cristiana de liberación) si se confirma la identificación del reformismo con el laicismo como cinismo, que Díaz-Salazar ha advertido —creo que con razón— en las teorizaciones recientes del socialismo hispano.

      A partir de datos como estos, innegables, Rafael Díaz-Salazar concluye, en primer lugar, la insuficiencia de la crítica marxista y gramsciana de la religión y, en segundo lugar, la necesidad de una reconceptualización del hecho religioso. Esto último viene siendo aceptado por el marxismo abierto al menos desde Bloch, quien escribió premonitoriamente que «el auténtico marxismo» tiene que tomar en serio al «auténtico cristianismo», y que hay que pasar del simple diálogo a la renovación de la alianza entre cristianismo y revolución que se produjo durante las guerras campesinas. Más difícil de aceptar para el gramsciano ateo es el radicalismo con que Díaz-Salazar critica lo que considera causa principal de la insuficiencia de Gramsci en estas cosas: su racionalismo, su «incapacidad para captar la importancia de lo simbólico y de lo que es no-racional». Pues en este punto se entrelazan ya de una forma tan inmediata como sutil juicios de hecho, valoraciones, creencias individuales y expectativas colectivas tan arraigadas y sólidas que las palabras mismas nos traicionan.

      En efecto, el gramsciano ateo, que aprecia la religiosidad laica y ha asumido la enseñanza de Bloch, que coincide con el militante cristiano de los movimientos de liberación en la necesidad de una nueva aproximación al hecho religioso (no solo más allá de Gramsci y del marxismo clásico, sino también más allá del «porvenir de una ilusión»), sigue aspirando, sin embargo, a un pensamiento y a una práctica emancipatorios no-ideológicos. Díaz-Salazar ha visto con mucha lucidez, en un paso del capítulo final de su libro, cómo el marxismo de origen gramsciano, precisamente por sus exigencias cosmovisionarias, tiene que hacer frente a dificultades mayores que las que plantea el marxismo


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