Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Francisco Fernández Buey
también se alejaba y no compartía las tesis de los defensores de las campañas basadas en «la religión fuera de la escuela». De nuevo, esta afirmación revela la importancia que le daba al conocimiento de los hechos religiosos para una cultura ciudadana integral, especialmente en el seno de la izquierda alternativa.
Desde su perspectiva internacionalista, considera que la noción de laicidad ha sido elaborada en un mundo occidental desde la cultura ilustrada europea. Ahora es necesario repensarla para un mundo globalizado en el que en la mayoría de países las religiones están muy vivas, no hay secularización y la laicidad sigue siendo muy importante para contrarrestar y evitar los fundamentalismos e impulsar las libertades civiles.
Las señas de identidad de la izquierda alternativa
Para quienes llevamos muchos años leyendo los libros de Fernández Buey, sus artículos y las revistas mientras tanto, El Viejo Topo, Viento Sur y Noticias Obreras esta identidad está muy clara: una izquierda roja, verde y violeta67. Roja porque recoge de forma heterodoxa y libre lo mejor de las tradiciones de las cuatro internacionales obreras. Verde porque la ecología, especialmente la que denominaba ecología política de la pobreza —algo parecido a lo que Joan Martínez Alier llama ecologismo de los pobres y Jorge Riechmann ecologismo descalzo— es un tema absolutamente central; tanto que en uno de los textos sobre José María Valverde afirma que una razón para seguir declarándose comunista marxista es la ecología. Violeta por la relevancia que tienen los feminismos y los valores de sus culturas y sus prácticas.
Considera que los sindicatos mayoritarios y las izquierdas socialista y comunista son insolventes y están desfasadas para introducir los cambios sociales, económicos y ecológicos que la superación del capitalismo necesita. Especialmente destaca la carencia de internacionalismo. Por estas razones él se centró más en la izquierda social, salvo la época en la que estuvo en IU, mucho después de abandonar el PSUC. Su campo de actuación fueron los movimientos sociales, especialmente los internacionalistas68. Pensaba que había que aprender de ellos para construir una izquierda alternativa. Los sectores para formarla iban, según él, desde la izquierda del PSOE y de la UGT hasta el anarquismo pasando, claro está, por esos movimientos. Su aproximación a la tradición libertaria fue incrementándose con el paso de los años.
No fue un intelectual quimérico, ni se centró exclusivamente en la elaboración de un pensamiento ético-político profundo para ofrecer un soporte cultural a la izquierda alternativa. También trabajó en el ámbito programático69 y algunas de estas propuestas aparecen en el libro. En esta obra he seleccionado tres entrevistas y una carta que considero que sintetizan bien su pensamiento sobre esta temática y otras relacionadas con ella.
Marxismo heterodoxo y comunismo ecologista para la izquierda alternativa
A la hora de pensar la construcción de una izquierda roja, verde y violeta, Francisco Fernández Buey no podía dejar de ser lo que era: un marxista gramsciano heterodoxo. Los mejores conocedores de su obra, Salvador López Arnal y Jordi Mir, lo califican como un «marxista lascasiano y leorpardiano»70. Lo primero por lo que se puede leer en varios capítulos de este libro y lo segundo por la corrección del optimismo de Marx desde el pesimismo del poeta Leopardi que le descubrió John Berger, uno de sus autores preferidos. Pensaba que Marx debía seguir siendo leído en el siglo XXI como un clásico. En un capítulo de este libro presenta una interesante forma de leer a Marx.
El talante libertario y crítico que tenía influyó en su lectura laica, profana y transgresora de Marx y otros marxistas71. Sobre el Marx de 1840-1850 afirma que «ha escrito cosas con las que no estoy de acuerdo». Estaba en contra de un marxismo cosmovisional y afirmaba que el «marxismo del teorema y del economicismo» estaba en crisis. Siempre rechazó el marxismo cientificista. En esto como en tantas otras cosas coincidía con la interpretación de Marx y del marxismo que hizo su maestro72. Javier Muguerza supo interpretar bien que «para Sacristán, el marxismo era un pensamiento a horcajadas del neopositivismo y el existencialismo. El neopositivismo, al identificar ciencia y racionalidad, convertía en irracionales las decisiones últimas que inspiran la praxis social humana»73.
Repensó el marxismo desde los nuevos problemas en el sistema-mundo, especialmente la destrucción ecológica, y desde la crisis de civilización en las sociedades capitalistas avanzadas74. Coincidía con Sacristán en que «el marxismo es un intento de vertebrar racionalmente, con la mayor cantidad posible de conocimiento y análisis científico, un movimiento emancipatorio»75.
Consideraba que el marxismo es una forma de pensamiento con intencionalidad política que busca llevar a la práctica una moral que constituye su núcleo más profundo76. Él prefería más al Marx ético-político que al Marx economista. Valoraba mucho lo que escribió en su etapa de madurez que transcurre entre 1870 y 1880. En esa década rectifica posiciones anteriores, se abre a nuevas temáticas y pone las bases para que no se lea el primer volumen de El capital como un método de aplicación inflexible y dogmático para todo. Ese Marx maduro que se centra en el análisis concreto de la situación concreta es con el que se identifica.
En las conversaciones con Jaume Botey que aparecen en el capítulo 17 afirma que «para mí, Gramsci ha sido el marxista por antonomasia»77. Afirmó que este «hizo una lectura de Marx filológicamente no adecuada»78. Había una incompatibilidad muy profunda entre la defensa de Gramsci del marxismo como cosmovisión completa y autosuficiente y el tipo de marxismo antiideológico propugnado por él y Sacristán. Ellos consideraban que era irrealizable un marxismo como concepción general del mundo, de la sociedad y del hombre. Por eso, cada vez se abrieron más a culturas y a autores no marxistas. En este sentido, recuerdo los debates que mantuvimos cuando redactaba mi tesis sobre Gramsci y yo defendía a los austromarxistas, especialmente a Max Adler, por su intento de vincular filosofía kantiana y marxismo liberado del materialismo dialéctico79. Él no estaba de acuerdo con esta tesis y siempre defendía una concepción del marxismo como praxeología racional y, sobre todo, como moral. Es interesante tener en cuenta que José Luis Aranguren publicó en 1968 El marxismo como moral. Un análisis comparado de las coincidencias y divergencias entre la interpretación de este y las de Fernández Buey y Sacristán, desde el enfoque realizado por Jacobo Muñoz80, es muy conveniente para pensar qué marxismo necesita la izquierda alternativa en el siglo XXI.
También pienso, como nuestro autor, que el pensamiento de Gramsci es el que mejor puede inspirar la construcción de una izquierda roja, verde y violeta. Considero que esta ha de ser capaz de actualizar cinco ideas-eje gramscianas: la creación de hegemonía en la sociedad civil, la difusión de una reforma intelectual y moral, la organización de una cultura de masas antagónica a la capitalista, la articulación de un sindicalismo consejista y el impulso de un nuevo internacionalismo81.
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