En el ardor. Мишель Смарт

En el ardor - Мишель Смарт


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momento, iba a celebrar un baile para encontrar a la mujer con la que dormiría el resto de su vida.

      Ella había sabido desde el principio que no tenían ningún porvenir y había mantenido al margen el corazón y los sentimientos, pero oírle hablar con esa indiferencia sobre el asunto…

      Se quedó junto a la puerta del pasadizo secreto que conectaba sus apartamentos. Había docenas y docenas de pasadizos como ese por todo el palacio, un palacio construido para las intrigas y los secretos.

      –Me voy a mi apartamento. Que te diviertas esta noche.

      –¿Me he perdido algo?

      Que Helios lo preguntara con lo que parecía una perplejidad sincera solo empeoró las cosas.

      –Has dicho que no es apropiado que vaya esta noche, pero te diré lo que no es apropiado: que hables de la esposa que vas a elegir dentro de unas horas con la mujer que ha dormido contigo durante tres meses.

      –No sé cuál es el inconveniente –Helios se encogió de hombros y levantó las manos–. Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.

      –Si de verdad crees eso, eres tan necio como misógino e insensible. Hablas como si esa selección de mujeres fuesen caramelos en el mostrador de una tienda y no personas de carne y hueso.

      Amy sacudió la cabeza para dar más énfasis a su desagrado y pudo ver, a medida que hablaba, que la expresión de perplejidad de Helios daba paso a otra más sombría y ceñuda.

      Helios no aceptaba bien la crítica. En esa isla y en ese palacio lo alababan y todos se ceñían a lo que decía. Era afable y encantador, su buen humor era contagioso. Sin embargo, si se enojaba…

      Si no estuviera tan furiosa con él, seguramente tendría miedo.

      Él, espléndidamente desnudo, se acercó a ella, se detuvo a medio metro y cruzó los brazos con los dientes apretados.

      –Te cuidado con lo que me dices. Es posible que sea tu amante, pero no tienes permiso para insultarme.

      –¿Por qué? ¿Porque eres un príncipe? –ella apretó la toalla y la ropa con más fuerza todavía, como si así fuera a evitar que se le saliera el corazón del pecho–. Estás a punto de comprometerte con otra mujer y no quiero saber nada del asunto.

      Benedict, el labrador negro de Helios, captó el ambiente y también se acercó a ella, se sentó a su lado con la lengua fuera y dirigió lo que le pareció una mirada de censura a su dueño.

      Helios también lo notó, acarició la cabeza de Benedict y esbozó una sonrisa mientras miraba a Amy.

      –No seas melodramática. Ya sé que estás en el período premenstrual y que eso hace que estés más sensible, pero estás siendo irracional.

      –¿Premenstrual? ¿De verdad has dicho eso? Resulta que me pongo… sensible porque mi amante tiene citas secretas con otras mujeres y está a punto de elegir a una de ellas para que sea su esposa, y todavía espera que le caliente la cama. No te preocupes, dame una palmadita en la cabeza y dime que estoy en mi período premenstrual, date unas palmaditas en la espalda y dite que no has hecho nada mal.

      Ella, demasiado furiosa para seguir mirándolo, giró el pomo de la puerta y la abrió con la cadera.

      –¿Te marchas? ¿Vas a dejarme?

      ¿Lo había preguntado en tono burlón? ¿Le parecía divertido?

      Amy, sin hacerle caso, levantó la cabeza y entró en el pasadizo que la llevaría a su apartamento.

      Una mano inmensa la agarró del brazo y le obligó a darse la vuelta. A pesar de que tenía el corazón encogido y de que sentía náuseas, consiguió hablar con firmeza.

      –Suéltame, hemos terminado.

      –No –le tomó la nuca con la mano mientras le susurraba al oído–. Esta noche, cuando estés abatida, yo estaré pensando en ti, estaré pensando en todas las maneras de tomarte cuando haya terminado el baile. Entonces, acudirás a mí y las pondremos en práctica.

      Aunque se había encomendado a todos los dioses que conocía, su cuerpo reaccionó a sus palabras y a su cercanía como reaccionaba siempre. Con Helios, era como una niña hambrienta a la que, por fin, dejaban que comiera lo que quisiera. Lo anhelaba. Lo había anhelado desde que lo conoció, hacía tres meses, y el deseo no había decaído lo más mínimo.

      Sin embargo, había llegado el momento de dominar ese anhelo.

      Le puso una mano en al granítico pecho, contuvo las ganas de acariciarle el vello oscuro que lo cubría e hizo un esfuerzo para mirarlo a los ojos, que todavía tenían un brillo burlón.

      –Que lo pases muy bien esta noche. Intenta no derramar vino sobre el vestido de ninguna de tus princesas.

      Su risa sarcástica la siguió por todo el pasadizo que la llevaba a su refugio, a su apartamento.

      Cuando llegó al apartamento, grande en comparación con su vivienda habitual y pequeño en comparación con el apartamento de Helios, pasó por delante de un espejo y vio que seguía llevando la mascarilla de arcilla, aunque completamente agrietada.

      * * *

      Helios llevaba a su pareja de baile, una princesa de la antigua familia real de Grecia, por toda la pista. Era una joven muy guapa, pero fue tachándola de su lista a medida que bailaba con ella y escuchaba lo que decía. Fuera quien fuese con quien se casara, quería poder mantener una conversación con ella que no fuera sobre el último desfile en la pasarela.

      Cuando terminó el vals, inclinó la cabeza con cortesía, alegó que tenía que ir con su hermano Teseo, quien seguía solo a la mesa, y no hizo caso de la mirada suplicante de esa mujer que le pedía que le concediera otro baile.

      Se acordó de lo que le había dicho Amy sobre tratar a las mujeres como si fueran caramelos en el mostrador de una tienda. Era lo bastante hombre como para reconocer que eran auténticas, pero si tenía que elegir una con la que pasar el resto de su vida y que fuera la madre de sus hijos, quería que se pareciera todo lo posible a lo que más le gustaba a su paladar.

      Si Amy pudiera ver a esas mujeres, la avidez de sus ojos y cómo le enseñaban el escote cuando pasaba, entendería que querían que las paladeara, que querían ser exactamente del gusto de su paladar.

      Miró a Talos, su hermano menor, que estaba bailando con la cautivadora violinista que tocaría dentro de tres semanas en la gala del aniversario de su abuelo.

      –Hay algo más –comentó Teseo dando un sorbo de champán–. Míralo, el muy tonto está prendado.

      Helios miró hacia la pista y entendió inmediatamente lo que quería decir. Talos y su pareja de baile se prestaban tanta atención que era como si los otros doscientos invitados no existieran. Se miraban con tanta intensidad que era casi visible e hipnótico en cierto sentido.

      Helios deseó, y no era la primera vez, que Amy estuviera allí. Le encantaría bailar el vals por todo el salón de baile. Para alguien tan voluntariamente estricto, ella tenía una parte divertida que hacía que le encantara estar con ella.

      Teseo volvió a mirarlo fijamente.

      –¿Y tú? ¿No deberías estar en la pista de baile?

      –Estoy dándome un respiro.

      –Deberías estar con la princesa Catalina.

      Helios y sus hermanos habían hablado muchas veces sobre sus posibles esposas y habían llegado a la conclusión de que Catalina sería perfecta para entrar en esa familia.

      Hasta hacía una generación, los matrimonios de los herederos al trono de Agon se habían concertado. El matrimonio de sus propios padres se había concertado. Su abuelo, el rey Astraeus, al presenciar el desastre de ese matrimonio, había decidido acabar con esa parte del protocolo y permitir que la generación siguiente eligiera a su cónyuge, siempre que tuviera sangre real… y él lo agradecía.


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