Un pueblo de alianza. José María Pardo
el signo de esa alianza divina. Dios se ha comprometido a custodiar el orden cósmico y a salvarlo de la destrucción. Su alianza expresa entonces que de parte de Dios no procede más que una voluntad salvífica. La amenaza de destrucción del cosmos, no viene desde afuera, sino solo desde dentro del mismo mundo.
5. Nueva alianza y nuevo pueblo
En el Nuevo Testamento no es frecuente la mención de alianza, y en la mayoría de los casos aparece en las citas que se hacen del Antiguo Testamento. En este nuevo contexto, alianza adquiere un matiz propio: el de una “disposición”; no el de un pacto que acentúa su carácter unilateral o bilateral. Además, la relación principal y directa de la alianza se da en conexión con la Eucaristía (Mt 26,28; Mc 14,24; Lc 22,20; 1Cor 11,25). En ese ámbito se hace mención de la “sangre” (cf. Ex 24,8), para indicar que el sacrificio de Jesús estableció un vínculo de vida nuevo y definitivo entre el hombre y Dios. También los relatos eucarísticos ponen la alianza en relación inmediata con la idea de expiación vicaria, porque el sacrificio de Jesús es un sacrificio de expiación por “muchos” (cf. Is 53,10). Su muerte es la “divina disposición” – la alianza- de una nueva salvación (cf. I Cor 11,25), que comunica a todo ser humano, mediante el don del Espíritu, la capacidad de vivir y de morir como vivió y murió Jesucristo. Su persona es la alianza perfecta que lleva a plenitud de modo inaudito y sublime toda la historia de relación de Dios con su pueblo desplegada en el AT. El fruto de esta relación es el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que nació precisamente de esa alianza que la eucaristía significa y realiza.
6. Alianza y creación
Pablo muestra que la alianza de Dios con su pueblo, irrevocable y válida para siempre, fue llevada a su plena realización en Cristo, en quien culmina el don de gracia y las promesas de Dios. Si las alianzas de AT fueron un don y un privilegio para Israel, Jesucristo, nueva y definitiva alianza, hace alcanzar a todo ser humano su verdadera dignidad. En la revelación del misterio de Dios, la alianza de Cristo revela al ser humano destinado a hacerse hijo de Dios, libremente, antes de la creación del mundo (cf. Ef 1,4-5). Esta es la nueva alianza, no la de la letra, sino la del Espíritu (cf. 2Cor 3,6).
Así, en sentido pleno, Dios ha creado para hacer alianza, es decir, con la finalidad de hacer entrar en la comunión con él a los destinatarios de su gracia. Por lo cual, si toda la creación tiende a esa relación como fin, entrar en alianza no es entonces una modificación histórica posterior y accidental que se añade a lo creado, que en sí ya está dotado de sentido y es una realidad consistente. El Señor al crear al ser humano a su imagen y semejanza (Gn 1,27), hizo posible la alianza, porque su existencia pone en evidencia la apertura al Otro, y a los otros. Si Jesús es la imagen de Dios (Col 1,15-17), y el ser humano fue creado a imagen de Dios (cf. Gn 1), en definitiva, el ser humano fue creado conforme a Jesucristo, nueva y eterna alianza; todo comenzó a existir por medio de él, en él, y con vistas a él. Por tanto, la alianza en Jesucristo se muestra como el plan misterioso y salvífico de Dios, dentro de la cual hay que colocar, no solo la revelación realizada en la historia, sino toda la creación. No cabe entonces pensar la acción creadora de Dios fuera de su voluntad de alianza para con el ser humano en orden a introducirlo, desde el principio en la comunión con él.
Esta relación creación – alianza sintetiza Ef 1,4-6 al proclamar: “Él nos ha elegido antes de crear el mundo…”. El designio de Dios, manifestado en Cristo, coincide con la predestinación a ser sus hijos en el Hijo, antes de la creación. Una relación de alianza que es la razón y el fin por el que se nos ha creado; un proyecto de bendición y de comunión que abarca el tiempo y el universo.
7. Alianza y dinamismo trinitario
La alianza, como expresión de un vínculo personal y social, muestra en el camino de la revelación divina, la voluntad de relación del Dios verdadero con el ser humano y la creación entera. Un Dios que se manifiesta y se revela como un ser en relación, tanto en la historia como en la creación, expresa fuera de sí mismo una categoría que íntimamente lo define. Por Jesús sabemos que Dios no es una soledad sino una unidad de personas que se definen y distinguen por su relación de amor recíproco: el Padre ante su Hijo, en la comunión del Espíritu de ambos.
La encíclica Laudato Si’ nos hace actual esta verdad y sus implicancias: “Las Personas divinas son relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. (…) Esto… nos lleva a descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad” (LS 240).
Las comunidades de alianza reciben desde la Palabra de Dios y de la Iglesia la vocación y misión de hacer presente y cercano al Dios único y verdadero, cuya impronta trinitaria se refleja en la realidad concreta del mundo y de las personas. La categoría de alianza fue el camino histórico de Dios para revelar de modo pedagógico su intimidad. Vivir en alianza implica una transformación interior que causa el mismo Dios con la gratuidad de su amor y de su misericordia. Ser hijos de Dios implica descubrir que la propia realización humana y espiritual necesita el dinamismo trinitario en las relaciones con todas las criaturas. Es una renovación antropológica que se cumple por obra del Espíritu, cuando las actitudes de Jesús de despojo, de servicio y de cruz (cf. Fil 2,5-11) se encarnan en la convivencia y al compartir el destino de los hermanos. Esta acción de la gracia que culminó en la muerte y resurrección de Jesucristo, se hace actual y operativa participando de la alianza que sella la Eucaristía. El desafío de comprender la realidad en clave trinitaria, requiere como ideal forjar comunidades selladas por un amor recíproco que descubran y se capaciten para suscitar relaciones de comunión que testimonien la transformación y la novedad que ese tipo de relación suscita. La dinámica del Espíritu Santo impulse a todas las comunidades de alianza a desplegar signos de vida trinitaria en lo social, entre las personas y en toda la tierra, “nuestra casa común”.
Las palabras del PP Francisco nos llevan a contemplar la Trinidad: El Padre es la fuente última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo, que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos caminos” (LS 238). Introducidos por Cristo en esta intimidad trinitaria se hace posible, en nuestro caminar personal e histórico, alcanzar el gozo de la unidad, la gloria del don recíproco y la esperanza en dilatar siempre más las fronteras de la comunión.
Monseñor Ramón Alfredo Dus
Arzobispo de Resistencia (Chaco) - Argentina
INTRODUCCIÓN
Desde los inicios de la Renovación Carismática Católica, en 1967, muchos de aquellos que siendo llenos de la unción del Espíritu Santo, y que experimentaron la actualidad de sus manifestaciones, de sus dones y sus carismas - tal como lo fue en las primeras comunidades cristianas - movidos por Dios a dar una respuesta firme y estable al llamado que les fuera realizando, y siempre como fruto de un carisma que surge para servicio de la Iglesia, dieron vida a comunidades que asumían responsabilidades y compromisos fuertemente estables con Dios, la Iglesia y entre sus miembros. A éste compromiso se lo llamó ALIANZA, y pronto se convirtió en el eje principal de las comunidades que iban surgiendo en la Renovación Carismática (en adelante RCC).
La RCC surgió precisamente como una “corriente de gracia” para renovar todos los carismas en la Iglesia, y pronto los grupos de oración fueron multiplicándose por millares, inundando prácticamente cada rincón de los países donde arribaba. Pero, para muchos, sólo juntarse a orar una vez por semana no era suficiente, sino que movidos por el mismo Espíritu del Resucitado, buscaban un estilo de vida de renovación, y no tan solo una nueva práctica de oración y dones espirituales. Aquellos que buscaban tal estilo o forma