El fin de la religión. Bruxy Cavey
Más bien, Dios nos invita a acercarnos directamente a él, la fuente de las aguas vivas. Y encima de eso, cuando nos negamos a acercarnos, él viene a nosotros y nos ofrece darnos su Espíritu, plantándolo en nuestro interior, su Espíritu que apaga nuestra sed. Esa es la historia de Jesús (ver Juan 4: 7-14; 7: 37-39).
Hay muchas profecías del Antiguo Testamento sobre el fin de la religión, y todas ellas se hacen concretas hasta cierto punto en la vida de Jesús. Por ejemplo, el profeta Isaías dice:
“Olviden las cosas de antaño;
ya no vivan en el pasado.
¡Voy a hacer algo nuevo!
Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta?”
Estoy abriendo un camino en el desierto,
y ríos en lugares desolados”. (Isaías 43: 18-19).
¿Puedes darte cuenta de la metáfora líquida? La Biblia a menudo compara el Espíritu de Dios con líquidos como el agua, el aceite, la leche o el vino. Jesús usó esa imagen líquida para proclamar el fin de la religión. Otros dos profetas hebreos predijeron un momento en que el “agua viva” fluiría desde el templo en Jerusalén hacia el resto de la tierra, trayendo un refrigerio espiritual a todas las personas (ver Ezequiel 47: 1-12; Zacarías 14: 8-9). Era una imagen vívida de la renovación global. Pero ¿cómo se cumpliría esa profecía? ¿Cómo se concretaría esa profecía líquida en la vida “real”? Las profecías pictóricas son tan difíciles de interpretar. El agua gorgotea desde debajo del templo y fluye hacia afuera para inundar la tierra seca y sedienta. ¿Qué significaba esa visión? ¿Adoraría un día el mundo entero al Dios de Israel al venir al templo judío para ofrecer sacrificios de animales? ¿Por qué la profecía describe el agua que fluye del templo a todo el mundo en lugar de representar a las personas que vienen a beber al templo?
Jesús creyó en esa profecía, pero creyó que se cumpliría de una manera radical que nunca se había escuchado. Su mensaje subversivo a la gente religiosa de su época fue que él reemplazaría el sistema de sacrificios del templo y que, a través de él, todo el mundo podría recibir la bendición de Dios directamente. El agua dadora de vida de las profecías saldría de él, el nuevo templo. Como veremos con mayor detalle en la parte 2, Jesús actuó como si su propia vida y muerte reemplazaran todo el sistema de sacrificios del templo. El mismo Jesús asumiría el papel de los tres: el del cordero sacrificial, el del sacerdote que ofrece el sacrificio e, incluso, el del templo. Jesús creyó que la profecía se cumpliría y que el “agua viva” fluiría del Templo, pero no como alguien lo hubiera podido anticipar. Él era el nuevo templo, y haría posible que todos nosotros llegásemos a ser parte integral de esa nueva realidad.
Jesús hizo público este mensaje en Jerusalén en un festival religioso llamado la Fiesta de los Tabernáculos. Uno de los rituales en esa celebración de varios días consistía en una procesión que llevaba agua al Templo, donde se vertía sobre el altar como una ofrenda simbólica. Aprovechando esta imagen acuática, Jesús tomó la iniciativa:
En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó:
—¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva.
Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él (Juan 7: 37-39. Ver también Juan 4: 7-14).
Observa que Jesús no solo está agregando algo nuevo a la religión de su época. Con esta oferta, la está suplantando. A través de Jesús, Dios vendría y moraría dentro de los individuos, animándolos con su presencia refrescante, desde adentro hacia afuera. Los fieles religiosos ya no necesitarían viajar a un lugar especial para reunirse con Dios. En cambio, el Espíritu de Dios estaría con ellos, en ellos, y fluiría de ellos a través de la fe.
Puede parecer que Jesús simplemente está reemplazando un intermediario entre Dios y la humanidad (el templo) por otro (él mismo). Pero eso es solo la mitad de la historia. Si Jesús realmente es Dios viniendo a nosotros en la carne, nuestro tema para el capítulo 14, entonces las palabras de Cristo cobran un nuevo significado. A través de Jesús, Dios está diciendo que Dios es el camino a Dios. En otras palabras, Dios quiere relacionarse con nosotros de manera directa, y por eso ha venido directo a nosotros en una forma con la que podemos relacionarnos.
Hoy en día, muchas personas usan el término “espiritualidad” de la misma manera que Jesús usó la palabra “fe” para describir la relación que uno tiene con la Realidad Última; directa, más allá de los sistemas e instituciones de la religión. Algunas personas religiosas se sienten amenazadas por este tipo de conversación. Personalmente, me siento alentado porque creo que por fin estamos alcanzando lo que Jesús ha estado diciéndonos durante más de dos mil años.
El Jesús descrito en la Biblia nunca usa la palabra religión para referirse a lo que vino a establecer, ni invita a las personas a unirse a una institución u organización en particular. Cuando habla de la “iglesia” se refiere a las personas que se reúnen en su nombre, no a la estructura en que se encuentran o a la organización a la que pertenecen (ver Mateo 18: 15-20). Y cuando habla de conectarse con Dios, no siempre habla de religión sino de “fe” (Lucas 7: 50; Juan 3: 14-16). Jesús nunca ordena a sus seguidores que adopten credos o códigos de conducta detallados, y nunca instruye a sus seguidores a participar de rituales religiosos exhaustivos. El trabajo de su vida fue deshacer los nudos que unían a las personas a la tradición ritual y vacía.
Al mismo tiempo, Jesús nunca enseñó que las personas podrían experimentar la verdadera espiritualidad si simplemente cortaran con esos mismos rituales religiosos. Te invito, por favor, a que entiendas (y esto es importante) que convertirse en un desertor de la religión no es más espiritual en sí. Jesús enseñó que el secreto era un cambio de corazón, no un cambio de expresión religiosa. No solo quería que la gente dejara de lamer la copa, ¡quería que bebieran su contenido!
He conocido a muchas personas que se llaman a sí mismas espirituales como una manera de decir que ya no les importa ir a la iglesia, la sinagoga, la mezquita o el templo. Sin embargo, ser espiritual no se trata de lo que no haces. Sí, por supuesto, caminar por el bosque puede ser una experiencia espiritual, pero también puede ser solo un paseo por el bosque. Del mismo modo, ir a la iglesia puede ser una experiencia espiritual o puede ser una simple tradición religiosa. El meollo del asunto es el corazón humano.
Hay una diferencia, una supremamente importante, entre relacionarse con Dios a través de sistemas de doctrinas, códigos de conducta, tradiciones heredadas o instituciones de poder, y hacerlo de forma directa, de alma a alma, de mente a mente, de corazón a corazón. Jesús enseñó esta distinción, vivió este mensaje y fue asesinado debido a sus implicaciones.
En una escena escandalosa registrada en Juan 4, Jesús inicia una conversación con una mujer samaritana con una reputación vergonzosa. El hecho de que él tenga esta conversación desafía múltiples fronteras religiosas. En primer lugar, habla con una persona samaritana (enemigos étnicos y religiosos de los judíos del siglo I). En segundo lugar, conversa con una mujer (en una época en que los líderes religiosos enseñaron que un hombre nunca debía hablar con una mujer en público, ¡ni siquiera con su propia esposa!). En tercer lugar, interactúa con una “pecadora” conocida, una mujer sexualmente quebrantada, de mala fama. A esta persona poco probable Jesús le revela el plan de Dios para la humanidad: inaugurar una nueva forma de comunicarse directamente con él.
En su conversación, la mujer plantea el tema de un debate religioso en curso entre judíos y samaritanos: ¿en qué monte sagrado se debe adorar a Dios? Es un debate que aún se discute en la actitud mi-religión-es-mejor-que-la-tuya de tantas personas religiosas. Jesús responde con palabras sobresaturadas de connotaciones irreligiosas:
—Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán ustedes al Padre... Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos