.
de las redes P2P, usadas por pedófilos para el intercambio de archivos en la red oscura. Cuando esa tarde me comuniqué con Alain2, pensé que él estaría muy concentrado en la Operación Terciopelo y que me tendría noticias al respecto. Todas las acciones referentes a la búsqueda de los involucrados en la muerte de Beto habían sido coordinadas entre la UIT, la Europol, la Interpol y la Guardia Civil española. Pero Alain2, hablando un español muy fluido, me sorprendió preguntándome sobre otra cosa.
—Oye, Nemo, ¿has visto por ahí algo que tenga que ver con un delfín morado?
De inmediato me incorporé.
—¡La conmoción planetaria! —recordé con tono burlesco—. Siempre estamos conectados, justamente estaba pensando en eso. Pues sí, resulta que hace unos días descubrí un correo en que dos peches —así llamamos en clave a los pedófilos— hablaban de que delfín morado iba a causar una conmoción planetaria. Estaba por preguntarte lo mismo.
—¿Me puedes reenviar ese correo?
—¿Tienes algo? —pregunté—. Si el mundo se va a acabar quiero ser el primero en saberlo.
—No sé de qué se trata, pero ha ocurrido algo aquí en Francia, específicamente en Marsella. Una niña de quince años, Annette, fue encontrada muerta en el baño de su casa. Tenía tatuado un delfín morado en la palma de su mano izquierda. La investigación indica que recibió alguna instrucción por la red, pero hasta el momento ha sido imposible obtener algo concreto. ¡Envíame, por favor, ese correo!
—Lo estoy buscando, pero no lo encuentro. Dame unos minutos —respondí, mientras revisaba mis archivos de asuntos clasificados.
Soy muy cuidadoso con el material de trabajo. Normalmente hago tres backup cuando se trata de material sensible. El riesgo es muy grande. Yo mismo, siendo investigador, puedo ser blanco de ataques por parte de crackers o de agentes anónimos de la red oscura. Aunque mi equipo cuenta con un software muy avanzado, ellos siempre son muy sagaces y a veces es difícil mantenerse a la vanguardia. ¿Cómo iba a desaparecer un simple archivo, una copia de un chat, que no habría ocupado ni media página de Word, así, como por arte de magia? Era de no creérselo. Le pedí tiempo a Alain2 mientras investigaba qué había ocurrido.
Es difícil reconocer que se es vulnerable. Y aunque uno lo sabe —no hay equipos totalmente seguros—, es peor si se es experto en seguridad informática y ese ataque ha sido exitoso para el adversario. Porque así como un soldado tiene que enfrentar en la guerra a un enemigo que puede acabar con su vida, nosotros, Protón y yo, tenemos que vérnoslas día a día con enemigos despiadados que darían lo que fuera por vernos por fuera del sistema. El ataque a mi computador había sido exitoso y habían borrado todo lo referente al mensaje y a la ruta. Pero igual: no hay daño que no se pueda reparar.
Me quedé hasta muy tarde en la oficina recuperando lo que me habían robado. Lo logré a eso las dos de la mañana. No me contenté con obtener de nuevo la conversación, sino que descubrí otra charla en la que el tema del delfín morado volvía a salir. Era algo sobre “el chico de Turín” y, por lo que deduje, se trataba de un niño al que iban a someter a una especie de prueba. Todos los mensajes estaban cifrados y me fue imposible avanzar. Concluí que el asunto del delfín morado era algo muy organizado y que debía avanzar a ciegas durante un buen trecho si quería obtener un resultado positivo.
Justo antes de apagar el computador me llegó un correo enmascarado, cuyo contenido estaba desplegado en su totalidad en el asunto. Era una amenaza:
Laura
CIERTO DÍA NO FUI AL COLEGIO porque me dolía todo el cuerpo. Mamá me puso el termómetro y tenía 39 grados. Debí estar al borde del delirio pues la vi desfigurada: tan alta como un dinosaurio y tan voluminosa como esas gordas de Botero que visitamos una vez en Medellín. Me sentía tan mal que durante una hora ni siquiera tuve alientos de mirar el celular. Claro que al rato, cuando la fiebre ya estaba en 38, arrastré un cojín, lo puse sobre la almohada y ¡las que se conectan con el mundo!
No hay nada tan emocionante como prender el celular: es como abrir una ventana y encontrarse con que una multitud lo está esperando a uno para contarle sus cosas: “¿En que anda mi befa? ¿Daniel se ha dignado responderme? ¿Qué se comenta por los lados de Los Melomerengues? ¿Y mis adoradas Rechiqui? ¡Condesa se ha manifestado otra vez!”.
A pesar del dolor de cabeza y el escalofrío, leí todo lo que Condesa había escrito y le respondí. Ella, ¡tan linda!, me levantó el ánimo y me aclaró las dudas con respecto a nuestro último contacto, en el cual me hablaba de un juego de delfines azules, que en verdad eran morados, porque en internet uno ve las cosas del color que le plazca, como cuando se puso de moda que un vestido era azul, pero unos decían que era fucsia y otros que rosado…
Condesa me lo explicó en mensaje de voz. Yo, que andaba tan achicopalada, me reanimé un poco con solo escucharla y salí de mi lamentable estado. El juego se llamaba Delfín Morado y era de carácter privado. Es decir, que no era para todo el mundo. Como dijo Conde, había una lista reducida de invitados. Y habría premios o tal vez dinero, que se pagarían en bitcoines, para quien llegara sano y salvo a la meta después de cumplir con los veintiún retos de la prueba.
Eso de los retos siempre fue la pasión de Condesa. ¡Sí que se divertía con el No Arms Challenge! Yo me consideraba bastante tímida y hasta miedosa para esas cosas. Condesa me mostró los tiquetes que acababa de ganar por otro juego en el que participó y en el que obtuvo el segundo puesto: ¡un crucero por las islas griegas! Bueno, el caso es que ella me convenció de que participara en Delfín Morado. Además, la primera prueba me pareció tan tonta que me dije a mí misma: “Laura, ya es hora de salir al mundo y vivir emocionantes aventuras. Pronto saldrás del colegio y empezarás tu vida de adulta. Has vivido una juventud tan aburrida que si algún día tienes hijos no tendrás nada qué contarles”. Me imaginé con mi propia cuenta en bitcoines comprando en la red todo lo que se me antojara: ropa, maquillaje y… ¡Una casa en Hollywood! Condesa dijo que si ella se ganaba el reto se compraría un Mustang GT, que era el carro que le gustaba.
La cosa funcionaba de la siguiente manera: todas las pruebas tenían que ser grabadas, pero no había que subirlas a las redes sociales ni nada de eso, sino enviarlas a un correo donde las clasificaba un jurado. Eso me acabó de convencer porque yo no quería aparecer por ahí haciendo alguna bobada que se volviera viral y por la que mis amigas me matonearan. A medida que superabas las pruebas, los jurados de Delfín Morado te enviarían un correo de confirmación, donde te aceptaban para el siguiente reto. Si no llegaba nada era porque no habías superado la prueba y chao: si te vi no me acuerdo. Lo mejor era que todo sería secreto: solo al final se diría el nombre de los dos ganadores y ni en ese momento los videos saldrían a la luz pública. Condesa dijo que los organizadores de Delfín Morado eran los mismos de La Vaquita Hablantinosa, el juego en el que ella se ganó el viaje a las islas griegas.
Solo se podía participar por invitación de un concursante activo. Como Condesa ya estaba inscrita e iba por la segunda prueba, ella me aceptó y los del juego me enviaron por la tarde un correo de confirmación con mi primer reto, que decía así:
1. Maquíllate al estilo drag queen utilizando los cosméticos de tu madre.
Me pareció divertido porque a mí siempre me ha gustado el maquillaje. No tan exagerado y elaborado como el que usan las drag queens, que conocí un día en la Feria de Cali cuando paseaba por el Bulevar del Río y me quedé embelesada mirándolas como si fueran personajes que hubieran acabado de llegar del País de las Maravillas. Pero sí me gustaba maquillarme de forma moderada. Lo difícil para mí iba a ser utilizar el maquillaje de mamá porque ella siempre era muy celosa con sus cosas. Una vez se había puesto furiosa porque me puse una camisa suya sin pedirle permiso. Y en cuanto al maquillaje, dice