Pasión fugaz. Sally Wentworth
Elaine ya había estado allí una vez para decidir la distribución de la mesa, y pidió que hubiera un coche disponible para llevarla allí de nuevo al día siguiente por la mañana. A la hora acordada salió de la casa, con su vestimenta habitual de trabajo, pantalones con un jersey sobre una camisa de algodón y el pelo sujeto en un moño trasero, esperando encontrar a uno de los chóferes aguardándola. En su lugar, encontró a Calum junto a su coche y sin chófer.
Dedicándole su habitual y amable sonrisa, dijo:
–Yo también tengo que ir a la bodega y he pensado llevarte personalmente.
–Gracias –dijo Elaine–. Espero no haberte tenido esperando.
–En absoluto.
Calum abrió la puerta del coche para que ella pasara y luego ocupó su asiento tras el volante. Mientras se ponía las gafas de sol, Elaine notó que estar a solas con Calum le ponía un poco nerviosa, de manera que hizo un comentario intrascendente sobre el tiempo, logrando mantener una insustancial conversación hasta que llegaron a la ciudad, donde Calum tuvo que concentrarse debido al tráfico. Elaine observó con disimulo su duro perfil, los altos y prominentes pómulos, la voluntariosa mandíbula, tratando de captar la personalidad que había tras aquel rostro. Sin duda, era un hombre muy varonil, que no se andaba con tonterías y que probablemente tendría mucho mal genio si se enfadaba. Reconocía el tipo. Neil estaba en los Marines, y muchos de sus superiores eran así. Después de hablar con Calum varias veces por teléfono, Elaine había llegado a la conclusión de que era un hombre autoritario, pero al conocerlo personalmente se llevó una sorpresa; no esperaba encontrarse con un hombre tan joven y tan atractivo.
Elaine apenas había tenido alguna cita desde que murió Neil, aunque no le habían faltado oportunidades… oportunidades para mucho más que una mera cita. Su rostro adquirió una expresión de seriedad al recordar algunas de las ofertas que había recibido. Y varias, de los supuestos amigos de Neil.
–Ya estamos –mientras entraban en la explanada de la bodega, Calum miró a Elaine–. ¿Sucede algo?
–¿Qué? Oh, no. Estaba… pensando.
Calum frunció el ceño.
–Aquí debes sentirte muy sola. Debería haberlo tenido en cuenta.
–Oh, no… por favor –dijo Elaine, preocupada–. Estoy perfectamente. En serio.
Él la miró un momento y luego le dedicó una de sus encantadoras sonrisas.
Sin devolvérsela, Elaine salió rápidamente del coche para ocultar el rubor que tiñó sus mejillas.
Calum llamó a una de las chicas que atendía la sección de ventas y que hablaba inglés para que fuera su traductora, y Elaine se puso a trabajar de inmediato.
Calum estuvo en su despacho casi toda la mañana, pero fue a buscarla hacia las doce. La encontró ante las enormes puertas de la bodega, donde se cargaban y descargaban los barriles, supervisando la llegada de todas las sillas que había sido necesario alquilar para esa tarde, las mismas que se habían usado en el palacio el día anterior, y que al día siguiente serían llevadas a la quinta en un camión.
–Voy a almorzar algo y me preguntaba si te apetecería venir conmigo.
Elaine apartó la mirada de la carpeta que sostenía en la mano, y, tratando de ocultar su sorpresa, le dedicó una educada sonrisa. «Cuando un cliente te invita a almorzar, aceptas», se recordó.
–Necesito lavarme las manos. ¿Puedes esperar cinco minutos?
Calum asintió.
–Estaré en mi despacho.
Elaine dejó a cargo a Net Talbot, el camarero que había contratado para aquel trabajo, fue a refrescarse y a ponerse un poco de maquillaje y luego se reunió con Calum. Este la llevó a uno de los numerosos restaurantes que había junto al río. Se sentaron en una especie de muelle que se adentraba un poco en el río, a una mesa con un brillante mantel rojo. A pesar de que estaban en primavera, hacía bastante calor.
–Estos lugares están especializados en pescados del día –dijo Calum–. No debes perder la oportunidad de probar uno.
–Me temo que tendrás que traducirme el menú.
Él se inclinó hacia adelante, señalando con el dedo mientras traducía los platos. Estaba sentado frente a ella y su rodilla la rozó.
Elaine apartó las piernas a un lado, pero sintió una descarga de sexualidad que la sorprendió y la inquietó. Aunque Calum tuviera algún interés, no era hombre para ella. Se preguntó por qué la había invitado a comer… ¿por amabilidad, tal vez? Entonces recordó el comentario que había hecho Calum sobre lo sola que podía sentirse. En ese caso, lo había hecho sintiéndose obligado, apiadándose de la pobre viuda a la que había contratado. Sintió una inmediata punzada de rabia. No necesitaba ni quería su compasión. Tenía su propio negocio y su propia vida; sin duda, había muchas personas en el mundo por las que sentir piedad antes que por ella.
–Tomaré ese –dijo, secamente, interrumpiendo a Calum.
Él fue a decir algo, pero cerró la boca al ver la llamarada de furia que asomó a los ojos de Elaine.
–Er… sí, por supuesto –dijo, al cabo de un momento–. Y creo que tomaremos un vinho verde para acompañar –llamó al camarero, encargó la comida y luego miró a Elaine.
Pero ella ya había recuperado el control. Había un despreocupado interés en su mirada cuando señaló unos viejos barcos cargados de barriles de vino.
–¿Navegan realmente, o sólo están amarrados para que los vean los turistas?
–Oh, sí, aún navegan. Cada año organizamos una carrera desde la desembocadura del río hasta el muelle principal. Todas las compañías del puerto compiten y hay fiesta en la ciudad; mucha bebida y fuegos artificiales por la noche.
–¿Habéis ganado alguna vez?
Calum sonrió.
–Más de una. Mis primos siempre vienen para la carrera y pilotamos el barco con algunos hombres de la compañía.
–¿Participáis personalmente en la carrera? –preguntó Elaine, sorprendida. Por algún motivo, no imaginaba a Calum en una situación como aquella.
–Claro. El abuelo empezó a llevarnos con él en cuanto tuvimos edad suficiente. Desafortunadamente, ahora es demasiado mayor para participar.
Había verdadero pesar en la voz de Calum, y Elaine comprendió que estaba realmente encariñado con el viejo patriarca.
–Es una pena –murmuró.
Él asintió, pero enseguida sonrió de un modo tan diferente al habitual que desconcertó a Elaine.
–Sí, pero siempre viene a animarnos, y creo que gasta más energía haciéndolo que si estuviera en el barco.
El camarero llevó el vino y Calum se volvió, permitiendo que Elaine se maravillara por el cambio experimentado en él. ¿Cuál sería el verdadero carácter de aquel hombre? Enseguida apartó aquel pensamiento. ¿Qué importaba cómo fuera Calum Brodey? Sólo era un cliente con el que debía ser amable y al que debía dejar satisfecho con su trabajo, que, por cierto, estaba muy bien pagado. Cómo fuera o dejara de ser no era asunto suyo, aunque, cuanto más lo conocía, más interesante le parecía.
Unos minutos después, Elaine averiguó que lo que había pedido eran calamares cocinados con jamón, cebolla y salsa de tomate. Durante la comida, Calum le contó la historia de las bodegas, y, por tanto, de su propia familia. Hizo que la historia resultara fascinante, describiendo con maestría los problemas que tuvieron sus antepasados al acudir a aquella tierra.
–Deberías escribir un libro sobre tu familia –dijo Elaine.
Él la miró con interés.
–¿Tú crees? Tenemos todos los papeles de la familia en casa, por supuesto, pero nadie se ha puesto