Fortunato perdido en el amazonas. Gloria Beatriz Salazar
Más sabroso —suspiró Fortunato.
Tomás lo observó detalladamente hasta que se decidió a preguntarle:
—¿Por qué tienes la bolsa de tu pico llena de flores?
—Pueeees… lo que pasa es que soy vegetariano y por andar buscando deliciosas flores me sorprendió una gran tormenta y terminé aquí en medio de la selva —dijo suspirando.
—Y nosotros lo vamos a llevar de regreso —dijo Luciano—, pero necesitamos que tú nos digas cómo se llega al mar.
—¡Ah! Es un largo camino según lo que cuenta la tatarabuela, que un día llegó al mar. Para llegar a ese salado mar es necesario seguir el curso del río, hasta que este es tragado por su dichosa agua salada —hizo un gesto de asco— que tanto les gusta a los pelícanos…
—Esto será muy interesante, pero parece un largo camino —dijo Sofía.
—No solo largo, sino peligroso —exclamó Tomás.
—¿De qué peligros hablas? —preguntó Clara.
—Para seguir el curso del río, tienen que pasar la Isla de los Micos, que son necios y peligrosos, porque se comen a los animales pequeños como tú, Sofía. Después, tendrán que atravesar por el costado una aldea de hombres blancos y de indígenas. Y los hombres se comen todo lo que se mueve en el río. Contigo harían un buen asado —le susurró a Fortunato en el oído—. Más adelante tendrán que pasar por una parte del río donde el mundo se vuelve al revés y es muy peligroso.
Después de oír semejante historia, Fortunato bajó la cabeza derrotado y exclamó:
—Nunca podré volver a mi casa, no podré ver a mi familia… a mis amigos… a mi bandada.
—No te preocupes, todos te acompañaremos al mar. ¿Verdad, amigos? —dijo Lu entusiasmado.
Hubo un minuto de silencio, al cabo del cual, no sin cierto titubeo, Clara y Sofía exclamaron:
—Eehhhh… ¡por supuesto!
Fortunato, en un estruendoso arranque de emoción y felicidad, abrazó a Clara y a Luciano y casi le daña un ala a Sofía.
—No conocía tu valentía, Sofía —exclamó Tomás con picardía—. No te imagino perseguida por un pez volador.
—Si sobreviví a este abrazo, sobreviviré a todo —murmuró Sofía, ordenando sus alas despelucadas.
—Bueno, pues que tengan suerte. Ojalá no terminen en el estómago de un cocodrilo o en la olla de los hombres. Me quitaron mucho tiempo y tengo que conseguirles comida a mis hijos, que ya pronto van a despertarse.
—Gracias por su ayuda —gritó Fortunato.
Y Clara, Sofía y Luciano dijeron al unísono:
—Vamos a volver pronto, viejo… Si preguntan por nosotros, diles que nos fuimos al mar.
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