Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego. Maisey Yates

Una aristócrata en el desierto - Matrimonio en juego - Maisey Yates


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tuve que hacerlo – contestó ella con una suave sonrisa–. Marcus había nacido para ser rey. Lo educaron para eso. Con traje o sin traje, parecía lo que era. Tú, sin embargo, no pareces un aristócrata ni con el mejor de los trajes. No te lo tomes a mal. Solo es la verdad. No, no lo ayudé. Yo no tenía ni idea de cómo ser reina hasta que Marcus me enseñó. Me temo que a ti te va a resultar un poco más difícil que a mí aprender, pero puedo ayudarte.

      –Nos casaremos – afirmó él con voz ronca–. No sé nada de esta vida. Sé lo que quiero. Sé quién quiero ser. Pero no puedo lograrlo sin ti. Me has convencido.

      Ella se quedó sin aliento.

      –¿Tras solo cuatro días?

      –Eres tenaz. Y muy convincente – afirmó él, y se quitó la camisa–. Anunciaremos nuestro compromiso en la coronación. Creo que es mejor ofrecer al país una imagen de solidez. Eso incluye el tener una esposa. ¿Podrás encontrar un vestido para la boda con la premura necesaria?

      –Sí.

      Por primera vez desde que la había conocido, Olivia Bretton parecía rendida. Se había mantenido altiva en todo momento, pero, cuando acababa de conseguir su propósito, parecía haberse encogido.

      –No te eches atrás ahora – dijo él–. Cuando te conocí, pensé que te marchitarías en el desierto, pero me has demostrado que estás hecha de acero. No me decepciones. No cuando he admitido que te necesito.

      Ella enderezó la espalda, recuperando parte de su altivez.

      –No lo haré.

      –Bien.

      –Entiendes que, cuando aparezcamos en esa coronación, debemos parecer una pareja unida, ¿verdad? Debemos ser un ejemplo de solidez. Yo tengo una reputación que mantener. Los ciudadanos de mi país me aman. Nuestra unión fortalecerá el comercio entre Tahar y Alansund.

      –¿Significa eso que tengo que llevarte de mi brazo?

      –Creo que podemos pasar por alto el baile. Dudo que nadie te culpe. Pero sí, tenemos que dar la impresión de estar muy unidos. Tendrás que pronunciar un discurso sobre tus planes para Tahar.

      –No tengo a nadie que me escriba los discursos. Lo despedí.

      –¿Sabes… escribir? – preguntó ella, titubeando.

      –Sí. Aunque admito que no lo hago a menudo.

      –Quizá podamos hacerlo juntos. Si puedes poner tu plan sobre el papel, yo puedo revisarlo para que quede bien. Haces buen uso de las palabras, eso tengo que reconocerlo.

      –Eso es por todo el tiempo que he pasado solo.

      –¿Por qué dices eso?

      –Porque pasaba mucho tiempo hablando conmigo mismo. He tenido cuidado de no perder todos los idiomas que me enseñó mi padre – explicó él. Eran los únicos retazos de humanidad que había seguido llevando en el alma. A pesar de que, muchas veces, las palabras le habían parecido fuera de lugar en un sitio como el desierto, se alegraba de no haberse olvidado de ellas.

      –Bien. Eso nos será útil más adelante.

      –Vivo para resultarte útil, mi reina.

      –Lo dudo – repuso ella, sonriendo.

      Entonces, Olivia bajó la mirada. El sultán vio cómo lo contemplaba de los pies a la cabeza. Cuando, al fin, ella levantó la vista, tenía las mejillas sonrojadas.

      –Me estás observando.

      –Me resultas fascinante.

      –¿Por qué? – preguntó él con voz ronca. De nuevo, un extraño fuego se había apoderado de su cuerpo.

      –Ahora mismo, me resulta fascinante tu cuerpo.

      El color de las mejillas de Olivia se intensificó, al mismo tiempo que a él le subía la temperatura.

      –Sé que hemos hablado de esto y que no íbamos a volver a hacerlo hasta que decidieras si íbamos a casarnos – indicó ella–. Pero ahora ya lo has decidido.

      Con un torrente de adrenalina corriéndole por las venas, Tarek dejó que fuera su cuerpo el que tomara la iniciativa.

      Rodeándola de la muñeca, atrajo la mano de ella hasta su pecho y se la colocó sobre el acelerado corazón.

      Como respuesta, a ella le brillaron los ojos y, al instante, comenzó a mover la mano sin necesidad de que la sujetara. Le recorrió el pecho, los músculos del abdomen. Él no hizo nada para detenerla. No podía comprender cómo una mano tan suave podía causarle un impacto tan grande. Era como si una pluma fuera capaz de derrumbar una montaña.

      El fuego se extendió por todo su ser, doblegándolo bajo los dulces dedos de Olivia. En ese momento, ella era la diosa de su universo, la dueña del aire que respiraba.

      Olivia dio un paso más y, con la otra mano, lo sujetó de la nuca. En la batalla, Tarek había visto a soldados jóvenes e inexpertos actuar como él, paralizados ante el avance del enemigo a pesar de que sabían que lo mejor era huir. La morbosa fascinación de la tragedia era demasiado poderosa como para darle la espalda.

      En ese instante, al igual que ellos, Tarek se sentía privado de todo instinto de protección. No era capaz de resistirse.

      Por eso se quedó allí, clavado en el suelo, hipnotizado.

      Aunque, en lugar de ver cómo se acercaba a su rostro un filo de acero, tenía la mirada entrelazada con los ojos azules de aquella mujer.

      Olivia hizo una pausa. Cuando se humedeció los labios rosados, él sintió la urgencia de abrazarla y completar la tarea. Casi le temblaba el cuerpo de tanto contenerse.

      Ella era la prueba viviente de que no era necesario tener un puño de hierro para ostentar el poder. Una caricia podía conseguir mucho más que una espada. Olivia había conseguido adentrarse en partes vedadas de su corazón, había despertado necesidades por largo tiempo dormidas. Ansiaba sentir su contacto, saborear su piel, su calor, tener el cuerpo de una mujer bajo el suyo.

      Una batalla estalló en su interior, dividido entre el deseo de recuperar el control y apartarla de su lado o rendirse a los oscuros deseos que lo inundaban.

      No podía negar la conexión física que había entre los dos. Podía ser algo beneficioso para su matrimonio, se dijo. Siempre y cuando aprendiera a dominarla.

      Por eso, se quedó allí parado, dejando que fuera ella quien lo tocara. Hasta que, con la respiración entrecortada, Tarek se apartó.

      –¿Qué pasa?

      –Es bueno que estés fascinada por mí. Parece que para ti es importante. Aun así, creo que la consumación de nuestra unión debe esperar hasta nuestra boda – indicó él, cerrando la puerta de sus emociones.

      –Esa forma de pensar está pasada de moda.

      –No es una cuestión de valores. Es porque no quiero que ni tú ni yo perdamos la concentración.

      –No veo por qué me va a resultar difícil desempeñar mis tareas diarias porque tengamos una relación. Eres un hombre guapo, pero no creo que vayas a distraerme por eso. Aunque tampoco me parece mal que nos demos tiempo para conocernos mejor. No acostumbro a acostarme con extraños.

      Contemplando al ser femenino que tenía delante, Tarek se dio cuenta de que había muchas cosas que los separaban. Él había visto cosas terribles, aspectos de la vida que nadie debería tener que conocer jamás. Había soportado un dolor capaz de matar a la mayoría de los hombres. Aun así, no sabía nada de las personas, ni de las relaciones. Era un ignorante en todo lo relacionado con la pasión.

      Al contrario que él, ella era poseedora de esos secretos. Eran misterios que brillaban en sus ojos azules. E intuía que los compartiría con él, si se lo pidiera.

      Sin embargo, cuando llegara el momento de experimentar la pasión, Tarek quería que fuera por decisión


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