Alto al bullying. Leonardo García Lozano
tercer apartado es la meta de este material: ahí ofrecemos alternativas específicas para la intervención por parte de los directivos, el profesorado y los orientadores educativos y tutores. Esto deja en claro que las intervenciones que aquí proponemos se circunscriben a los agentes escolares que tienen más posibilidades de influir en la erradicación de la violencia y de fomentar maneras más armónicas para la convivencia. Sin embargo, sabemos que es necesario que estas tres instancias, además de comunicarse de manera permanente entre sí, pueden y deben llamar a la participación de la comunidad en su conjunto, desde los estudiantes, sus familias, las autoridades de la comunidad y otras entidades del entorno más inmediato.
En el cuarto apartado ofrecemos tres casos sacados de nuestras experiencias en las escuelas y proponemos su reflexión desde los ámbitos que se desarrollaron en el tercer apartado; esto es, intentamos mostrar la manera en que usamos las recomendaciones a los diversos actores, con el fin de evidenciar la pertinencia de las orientaciones vertidas.
Finalmente ofrecemos un breve cierre, donde anticipamos los alcances y limitaciones de esta obra, mismos que están contenidos en el epígrafe de esta introducción.
Cómo se construye el ambiente escolar
El acoso, la agresión o la violencia sistemáticos en los entornos escolares es la punta del iceberg de un determinado sistema que produce, premia e invisibiliza el fenómeno. Según la perspectiva sistémica-ecológica y la constructivista sociocultural, el sistema educativo como tal se define como un sistema abierto que se concreta de acuerdo con este esquema:
Organización del sistema educativo (con base en García Lozano, 2013: 48).
Si bien es cierto que cada vez más se reconoce la interacción entre los distintos ámbitos o subsistemas socioeducativos en la producción de este fenómeno, en la mayoría de ocasiones las estrategias se dirigen al microsistema del aula y, de manera concreta, el abordaje del problema:
▶Se focaliza entre los agentes claramente identificados: agresor, agredido, público, dejando muchas veces fuera a los docentes, la administración escolar y la comunidad.
▶Se trata como un tema específico, la mayor parte relacionado con valores o actitudes, omitiendo las normas de convivencia para otros tópicos, como violencia de género, homofobia, convivencia para el aprendizaje, etcétera.
Aunque este es un avance significativo —puesto que para intervenir un fenómeno lo primero que hay que hacer es identificarlo—, afortunada o desafortunadamente la escuela es el lugar privilegiado para atender cualquier fenómeno relacionado con las actitudes y valores que queremos y creemos como indispensables para un determinado tipo de ciudadanos. Sin embargo, que ello sea así no significa que haya que desgajar dicho fenómeno de la cultura que lo produce, no sólo para fines de estudio sino de intervención.
Por lo anterior, proponemos una mirada pronoica, es decir, centrada en lo que queremos. Y lo que queremos es que los agentes educativos se relacionen de una determinada manera, que es la que aquí exponemos, pensando en que nadie da lo que no tiene. Por lo tanto, habrá que fomentar esa forma de convivencia no sólo entre los estudiantes, sino también entre los docentes, los administrativos, los agentes de servicios, las familias, la comunidad, los administradores del currículo, los políticos.
Lo anterior no significa distribuir entre todos la importancia del tema para que luego nadie se haga cargo de él; al contrario, se pretende enmarcarlo en el propio sistema educativo, para intervenirlo de manera transversal, integral y sostenible como parte de los numerosos tópicos urgentes de la agenda educativa.
Con relación a lo anterior, una primera y decisiva cuestión en la que debemos reflexionar es: si las actitudes y los valores de los que se apropia el alumno en torno a la convivencia escolar son aprendidos en la trayectoria de todo el sistema educativo, ¿cuál es el papel de la escuela frente a todos los involucrados en ella? Si la respuesta es “educarlos”, conviene, por tanto, identificar los cómos para cada tipo de actores: los estudiantes, los docentes, los administradores y operativos, la comunidad, los políticos.
¿Qué es violencia y qué es acoso escolar?
Las relaciones y los límites entre violencia escolar y acoso escolar no siempre son claros. Hay posturas de índole biologicista o individualista (Avilés, 2006) que pretenden enmarcar los comportamientos agresivos como naturales y predeterminados al sujeto que los ejerce, esto es, como parte de las acciones que han permitido la supervivencia y evolución de la especie humana. Sin embargo, nosotros sostenemos, de acuerdo con Macías y Laso (2017), que todo comportamiento agresivo es una conducta a) aprendida en un contexto determinado, y b) usada e instrumentalizada en todas las prácticas culturales. Con ello no pretendemos disimular los efectos de la violencia, sino insistir en que su normalización es parte de la cultura, y reafirmamos: la cultura, como producto humano, es susceptible de ser modificada.
La violencia, si se ejerce en la escuela o fuera de ella, es una acción o respuesta agresiva o nociva ante el medio ambiente, dentro del cual se despliegan, obviamente, las relaciones interpersonales ya sea en el barrio, la escuela, los centros de trabajo o la familia. La violencia puede ser episódica, lo cual no merma sus potenciales consecuencias funestas. La persona violenta pretende ejercer poder para controlar a su víctima mediante el miedo.
Definiciones de violencia y violencia escolar.
La violencia escolar es un fenómeno difícil de comprender; esto se debe principalmente a que no tiene una causa única. Puede surgir dentro de los procesos de interacción educativa por la mimetización de conductas asimiladas en el seno del hogar, por vivencias en el círculo social o por la influencia de los medios con los que interactuamos y en los que la conducta agresiva es el factor predominante. Esto implica que si en una estructura social se proyecta violencia, sus grupos, sus instituciones como la escuela, sus medios de comunicación como la televisión, reproducirán esos mismos patrones violentos.
Una forma de interpretar la violencia escolar, según H. Oliva (2015), es asumirla como el sometimiento psicológico o físico reiterado de una persona con menos poder o autoridad, ejercido por una persona o grupo de personas con mayor poder o autoridad. Algunos ejemplos de manifestaciones de violencia que pueden presentarse en las comunidades escolares, de acuerdo con Torrego (2000, en Oliva y Prieto, 2017), son:
▶Irrupción en las aulas
▶Vandalismo y daños materiales
▶Indisciplina
▶Golpes
▶Aislamiento
▶Insultos
▶Acoso.
Como parte de los comportamientos violentos encontramos el bullying o acoso escolar, el cual se refiere a la exposición repetitiva de acciones agresivas, físicas o verbales, infligidas por parte de uno o más estudiantes, de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado, y que implican la exclusión intencionada del grupo.
Según la Unesco (2001):
El bullying puede incluir burlas, provocación, uso de apodos hirientes, manipulación psicológica, violencia física y/o exclusión social. Puede ser directo, por ejemplo exigiendo dinero o pertenencias; o indirecto, es decir, un grupo de estudiantes difunde rumores acerca de una tercera persona. El cyberbullying es hostigamiento a través de correos electrónicos, teléfonos celulares, mensajes de texto y sitios difamatorios en la red. Los niños y niñas más vulnerables al bullying son aquellos con alguna discapacidad, que manifiestan una orientación sexual diferente a la establecida, que provienen de una minoría étnica o cultural, o de un grupo sociocultural determinado. Tanto para quien ejerce