La Princesa del Palacio de Hierro. [Gustavo Sainz
precisos, así como algo que estás esperando desde hace mucho tiempo ¿no? Algo que deseas y que por fin lo consigues…
Cuando cerró la puerta ya estaba yo desnuda ¿no? Entonces fíjate que la televisión estaba encendida, parpadeaba con su único ojo y luego apareció el patrón de la estación. Después estuvimos platicando de miles de cosas. Llegó una amiga de él, como a las nueve, y desayunamos todos juntos, ahí, los tres juntos. Luego hubo, creo que fue algo de box, algo especial, un evento así especial que transmitieron en la tele. Entonces, desde esa vez, ya comencé a salir muchísimo con él. Hacía viajes a Acapulco cada vez que podía, cinco o seis veces por año. Y él venía cada quince días o cada mes. Me hablaba por teléfono a cada rato. Nos pasábamos los fines de semana encerrados en su cuarto de hotel…
(“Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso, durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.”)
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