Asombro ante lo absoluto. Héctor Sevilla
muestran las desventajas del uso del lenguaje para la descripción de lo que está más allá de lo tangible, de lo cual se desprende la intuición de la esencia misteriosa, intangible, incognoscible e innombrable de Dios. Tras la asunción de la óptica transpersonal deviene la conclusión de que no hay camino que descifre lo divino, de modo que su desconocimiento no puede ser condenable.
En consonancia con lo anterior, el tercer capítulo muestra la opción de desestimar la verdad que el humano pretende enseñar. Serán expuestos los caminos de la imperturbabilidad escéptica, apoyados en los modos de suspensión del juicio presentados por Sexto Empírico. Asimismo, serán enunciados algunos de los postulados centrales de la argumentación negativa que solían utilizar los vitandines en Oriente, abriendo la puerta a la conciencia de la ironía y el absurdo de las explicaciones humanas.
La pauta de la contemplación es expuesta a través de los capítulos dedicados al reconocimiento de la vacuidad y la opción por concebir lo transpersonal. En el primero de estos se da paso a los aportes de Nishitani y Eckhart, ambos coincidentes en la idea de que Dios es un ser separado, que está vacío y que no tendría que recibir ningún tipo de gratitud. A su vez, será aludida la interacción entre el humano y Dios a partir del origen central que dio cabida a lo humano, a la manera de una Fuente contenedora de la que todo brota. Serán puntualizadas las diferencias entre el punto de vista de la vacuidad y el enfoque tradicional del judaísmo, así como la disputa que la propuesta eckhartiana generó en la Iglesia de su tiempo, sobre todo por promover que la elección por Dios debe iniciarse con la renuncia a las figuraciones sobre Él.
En el quinto capítulo se puntualiza con mayor presteza el conjunto de obstáculos religiosos que reprimen la experiencia sensible de lo transpersonal, así como el engaño de absolutizar los valores y el peligro de contentarse con las propias conjeturas. En ese tenor, serán cuestionadas las distintas versiones sobre la voluntad de Dios, la finalidad de lo existente o la naturaleza del yo. De tal modo, se hará notar que tras reconocer la influencia cultural en el imaginario que se tiene sobre Dios, de lo cual desprende la conciencia de saberse sin saberes de Dios, adviene cierta conciencia de lo sagrado y de la fugacidad de la vida, lo cual es el punto de partida de la paralización de la opinión y el reconocimiento de la no-dualidad; así, partiendo de la ruptura de fronteras propuesta por Wilber, se vislumbran los alcances de los niveles superiores de comprensión y el sentido de la contemplación.
La siguiente pauta abordada invita a la conexión, la cual es concretada al recobrar la empatía. Partiendo de las observaciones de Stein, se mostrará la relación entre la empatía y la congruencia, resaltando el significado de trascender las etiquetas y el engaño de suponer que se conoce al otro. En esa óptica, el capítulo refiere la condición del que se mantiene insatisfecho por el orden actual de las cosas, así como la importancia de colaborar en las causas sociales tras lograr contactar con el dolor de otros hombres y mujeres, lo cual invita a manifestarse en contra de la opresión y en pro de la justicia. Partiendo de la obligación por el merecimiento de la vida y de la apreciación del sentido del cambio, se clarificará el vínculo entre la mística y la relación con los demás, desestimando las opciones que rompen con todo lazo entre el individuo que opta por lo transpersonal y su entorno.
La última pauta, la del testimonio, conjunta el capítulo séptimo y octavo, centrados en la educación holística y la expresión artística. Tomada como ejercicio de espiritualidad, la educación es un acto testimonial cuando logra centrarse en los alcances que tiene en la vida interior de los demás. Si bien todo esfuerzo educativo es respetable, el énfasis del capítulo se apoya en la actitud holística. En consonancia con la idea de una conciencia que es dínamo integradora del aprendizaje serán aludidos los aportes educativos de Ana María González. De tal modo, se mostrará que cuando la educación es vista como una invitación al despertar, así como al aprendizaje y la significación a través del dolor, se logra ser maestro siendo uno mismo. La misma pauta de ser uno mismo representa también una oportunidad para combatir de manera pacífica, por medio de la educación holística, la agresión, la maldad y la violencia.
Por último, el testimonio de los artistas es apreciado en el capítulo final, mostrando que su expresión a través del arte es también una modalidad de vivencia espiritual. El texto hará mención de las condiciones que resultan detonantes de la pasión por el arte, concretando la atención en la literatura. Del mismo modo, se mostrará la importancia de lo que algunos escritores consideran la fuente originaria de su labor y la motivación que los conduce a buscar una estética del lenguaje. A su vez, considerando el arte como un camino de exposición del misterio, se aludirá a la asociación del oficio del escritor con lo transpersonal y la acuciante sensación de dar un mensaje, tan presente en los novelistas y filósofos. La crítica social implícita en las obras literarias muestra un modo de pensar que representa una especie de redención que el autor logra en su texto, facilitando así que su labor sea un motivo para mantener la existencia. Por otro lado, se presenta el carácter denunciante de los escritores y su disposición a la soledad, entendida como una plataforma para la fluidez de su creatividad. A partir de distintas reflexiones ofrecidas por novelistas consagrados a su arte, el texto conjunta una invitación a mantener la actividad artística como una misión que trasciende las horas de oficina o la vana búsqueda de reconocimiento. Cuando el pensador y el artista, o ambos en uno solo, se conjugan para percibir lo sublime en la belleza, se convierten en testimonio de su asombro tras superar la insensibilidad mediante su perspectiva holística.
En cada una de las posturas contenidas en el libro, resultantes del asombro ante lo absoluto, se contradice la idea de que existe una sola manera de vivir lo transpersonal, toda vez que los caminos pueden diferir en la forma, aun siendo sustentados en un fondo que los une. Por tanto, lejano a proponer el seguimiento acrítico de una de las posturas descritas, mi invitación es acceder al asombro, sin pretender simularlo a partir de sus derivaciones. Es inapropiado tratar de adecuarse a una postura religiosa, mística, artística o científica, sin el asombro básico que detona el interés y la motivación por vincularse a lo universal, disponerse al misterio, expresar la noción transpersonal o descifrar los enigmas del mundo.
Asumir una postura que no deriva del asombro provoca la obstaculización de la meta, aun pensándose poseedor de ella. La vivencia del asombro, incluso sin clarificar una postura, es más recomendable que una postura sin asombro. Quien se asombra adoptará una postura tarde o temprano, pero esta debe ser consecuencia directa del asombro, no de una imposición. Son muchos los que invitan a asombrarse por algo que ellos señalan o enseñan, pero es mejor asombrarse por lo que nadie ha sido capaz de señalar. El asombro es una experiencia personal de lo transpersonal. Nuestro camino nos depara el asombro, el reto no es tratar de asombrarnos, sino deshacernos de los obstáculos que lo impiden. Aquello a lo que da paso el asombro será siempre una elección íntima e individual.
1. Sentir el pathos divino
La consideración del pathos divino, desprendida de la pauta de la pasión, es una de las posturas derivadas del asombro frente a lo absoluto. La noción del pathos implica la aceptación de un carácter emocional en Dios, una modalidad afectiva en su esencialidad. Este enfoque se ha promovido en los libros bíblicos y ha sido diseminado en algunos sectores del judaísmo. Si bien el concepto de la afectividad de Dios resulta inoperante para algunos, ha sido el fundamento de algunos filósofos de la religión, como es el caso de Heschel. En contrapartida, Maimónides y Spinoza, dos pensadores que comparten la judeidad, no convergen con Heschel en su idea del pathos divino. Por ende, en este capítulo resulta prioritario analizar los fundamentos y distinciones en relación con este primer posicionamiento ante lo absoluto.
I
Para comenzar, conviene matizar la importancia del judaísmo reconociendo que «una tercera parte de la civilización occidental lleva la impronta de sus ancestros judíos»,2 aun sin darse cuenta de ello. De tal manera, no resulta infructuoso revisar algunas de las nociones presentadas por tres pensadores fundamentales de este ámbito.
En su encomiable obra, Smith reconoce que «lo que sacó a los judíos de sus tinieblas y los elevó a una permanente grandeza religiosa fue su pasión por el significado».3 Visto así,