Claroscuro. Jorge Tigrero

Claroscuro - Jorge Tigrero


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pude contemplarte.

      No sé si mi alegría

      perdurará si no estás a mi lado

      quisiera hacer eternos los momentos

      y construir un hogar para los dos.

      Mi amor, vida mía

      cada día es un nuevo sol.

      Mi amor, vida mía

      cada día estoy contigo.

      Cuando el frío de la noche

      toque tu ventana

      llámame con el pensamiento

      y el calor de mi cariño te abrigará.

      Inocencia y alegría

      envolverte con palabras, vida

      quisiera tocar por un momento tu corazón

      y regalarte todo mi amor.

      Mi amor, vida mía

      cada día es un nuevo sol.

      Mi amor, vida mía

      cada día estoy contigo.

      La postal del parque

      Él no podía creer la idea de que Ella estuviera interesada en aquel cariño primerizo, esto no significa que Ella fuese la más experimentada y conocedora de las artes del amor, ni mucho menos, incluso era un año menor que Él; sin embargo, en cada conversación transmitía una extraña antigüedad, no sabiduría, más bien, un sentido propio de aquellas almas que han pasado por muchos abriles.

      Él siempre recordará una tarde de verano cuando Ella lo fue a buscar, llegó en su bicicleta de montaña, vestía con su uniforme de porrista, tenía brillo en las mejillas, el cabello recogido y mucha ansiedad porque siempre luchaba contra el reloj, aunque, pensándolo bien, también se debía a que su minifalda azul y blanca, durante su recorrido en bicicleta, atraía muchas miradas no deseadas. A pesar de todos esos obstáculos, Ella llegó.

      Intercambiaron lugares en su carruaje de amor, ahora Él manejaba la bicicleta y Ella era la pasajera, decidieron ir a un parque cercano que había sido un lugar frecuente para sus tardes de conversaciones sobre la familia, sobre los sueños, sobre la vida. Ella se acostó sobre una banca y puso su cabeza sobre las piernas de su amado, el poder que Ella tenía, era cada vez mayor, con un movimiento, con una caricia, hacía que todos los sensores dentro de Él llegaran al límite y ahora con la cabeza de Ella sobre sus piernas y, mirando hacia abajo, tenía un camino directo a esos labios rojos cubiertos de brillo que tanto deseaba.

      Ella hablaba de cómo le había ido en la práctica, de los movimientos que dominaba y cuáles necesitaba mejorar, Él la escuchaba y como siempre, mostraba profundo interés en cada detalle compartido con su amada. Sin embargo, no podía fijar la vista en los ojos de Ella, era inevitable desviar la mirada hacia el imán de su boca. Él temía que, si hacía un movimiento en falso, no sería robar un beso, sería hacer algo indebido, o peor, provocar su rechazo.

      El tiempo transcurría y para Él cada segundo era un paso al abismo.

      El relato de Ella estaba por llegar a su fin, ya le había contado todo lo que hizo hasta ese momento del día. Él sentía que ya había perdido cualquier oportunidad, porque estaban por enfrentarse a uno de los enemigos que siempre los venció. El tiempo, el bendito tiempo, jamás fue su amigo, jamás estuvo de su lado, siempre tenían una hora límite, para volver a las prisiones de sus hogares.

      Él escuchó la señal que tanto temía, aquel silencio, luego del último relato. Sintió que estaba a punto de levantarse, escuchó claramente en su mente como Ella diría que se tenía que ir. Sin embargo, justo cuando la esperanza ya estaba por subirse a la bicicleta. El silencio se convirtió en una pregunta.

      —¿Sabes qué es lo que más deseaba hoy?

      —No lo sé —dijo Él, torpemente.

      —Lo que más deseaba hoy, era este momento, estar aquí contigo.

      El resto no lo pensó, sus latidos acelerados tomaron el control de todo su cuerpo, cerró los ojos y por primera vez, unió sus labios con los de Ella. Las palabras no existen para describir las sensaciones de aquella primera vez, pero esa postal del parque: la bicicleta, la chica de minifalda, labios rojos y brillo, fue más allá del tiempo y conquistó la eternidad.

      El ultimo día de

      septiembre

      No te llevas ninguna valija cargada de cosas compartidas

      te llevas las llaves de mi casa imaginaria

      las meriendas de risas y media copa de vino.

      El eco sordo de tus pasos acelerados

      retumba en el vacío de un cuarto sin luz

      entre las camisas rotas que limpiaron nuestras huellas.

      Las canciones de nuestra aventura no resuenan ya

      cierro los ojos y solo se escucha una triste melodía

      acordes menores que anuncian el momento exacto

      en el que mi mente vuelve a ti.

      Tus gritos de soledad y temor resuenan en la tormenta

      avivan los únicos momentos en los que de verdad te creí

      las gotas de sudor y sed ahondan las grietas de cada recuerdo.

      Recuerdo, tu recuerdo, pasajes de este viaje incierto.

      Impersonal, impropia, fragmentada; tu voz,

      tu risa, tú...

      No sé qué parte de ti conocí, solo puedo decir con firmeza

      el último día de septiembre me dijiste adiós.

      Inexistencia

      Siempre regresar para navegar

      tienes un puesto fijo en el barco helado

      el cargamento es realmente pesado.

      La carencia del todo

      la dicotomía de las reacciones

      limitaciones de cuatro paredes

      vida en espacios infinitamente restringidos

      expansivos y asfixiantes.

      La pregunta es siempre insolente

      nadie escucha a quien habla en silencio

      la historia de quien jamás quiere ser contado

      penumbras en la inexistencia de estos días de solo vivir.

      Metropolitana

      Mientras viajas en la comodidad

      de latas azules de sardina

      mientras proteges tus pertenencias

      y aguantas la respiración

      un compatriota te mira

      mitad boricua, mitad paisa

      ¡Qué más, llavecita!

      Olvidas a dónde vas

      las calles son iguales

      periódicos, humo y polvo.

      ¡Linda mi ciudad, ciudad metropolitana!

      Desde las altas asambleas,

      cada resentido mayor

      inyecta su odio al rebaño.

      Desde tu televisor, el circo feroz

      inyecta dosis de nada a tu criterio

      el desfile de los sin cerebro en combate.

      ¡Linda mi ciudad, ciudad metropolitana!

      Se acerca


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