Mamá en busca del polvo perdido. Jessica Gómez
qué?
—Porque no tienes hijos —y añadí, maliciosamente—, TODAVÍA —y una risa de Úrsula de La Sirenita anegó silenciosamente todo mi ser—. Bueno, se acabó la hora del vino. Tengo que ir a buscar a Gabi y a Brisa.
—Vale —dijo Vane levantándose y alcanzándome la chaqueta—. ¿Quién es Brisa?
* * *
Después de la cena, mientras la prole al completo jugaba con el escándalo propio de las once de la noche, Didier estaba sacando la ropa mojada de la lavadora y yo fregaba los platos dándole vueltas en mi ignorante cabeza a todas las (im)posibilidades sexuales que Vane me había contado por la tarde.
—Dero —dije, distraída—, ¿tú crees que todavía sabemos follar?
Dero dejó de sacar ropa de la lavadora y me miró con una expresión que sé leer perfectamente porque es la misma que me ponía mi padre cuando le decía que por mi cumpleaños quería un caballo: «¿Pero qué tonterías estás diciendo, Paz?».
—¿Se puede saber qué te ha contado Vane? —dijo al fin con una leve sonrisa.
Me lo pensé un momento.
—Nada —respondí, negando con la cabeza.
—Ya… —Y siguió sacando ropa—. No, Paz. No sabemos. Nuestros hijos han aparecido ahí por esporas. Como los ficus.
—Dero —dije, muy seria.
—Qué.
—No estoy segura de que los ficus se reproduzcan por esporas.
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