Un amor para recordar - El hombre soñado - Un extraño en mi vida. Teresa Southwick
sabrás cómo comprobar si Mitch y Sam también lo han hecho.
—Sí.
—Tú primero —Cal la siguió al mostrador y dijeron los nombres de sus amigos, pero no consiguieron ninguna información.
—Aquí estamos perdiendo el tiempo —aseguró ella—. Vamos a empezar por la sección infantil, de cero a seis meses.
Había muchas cosas para hacer felices a los niños: parques, móviles de cuna, saltadores… Cal se mostró escéptico respecto a este último. Era verde.
—Me gusta el color, pero estoy completamente en contra del concepto.
—¿En qué sentido? —preguntó Emily.
—Los bebés necesitan sentirse libres para moverse a su alrededor y desarrollar los músculos. Si están confinados en algo de este tipo durante largos periodos de tiempo, no podrán.
Caminaron por varios pasillos llenos de ropa, biberones, almohadas y termómetros. Emily se detuvo y agarró una especie de canguro para llevar colgando al bebé. En su rostro se dibujó una expresión tierna.
—Yo tenía uno de éstos —dijo.
Cal había visto a madres llevando a los bebés pegados a ellas.
—¿Te vino bien?
—Mantiene al bebé cerca y las manos libres —respondió Emily con dulzura—. No puedo creer que ahora sea demasiado grande para entrar en él. Parece que fue ayer cuando podía llevarla así o dejarla tumbada y saber que estaría allí cuando regresara. Ahora está por todas partes.
Siguieron avanzando y Cal vio dos cosas que le interesaban. Una de ellas era un maletín médico. Lo agarró y leyó el contenido: guantes desechables, vendas, tiritas y antiséptico, todo de juguete.
—Es un maletín médico. A Mitch le va a encantar aunque el niño sea demasiado pequeño para apreciarlo —Cal agarró dos más.
—¿Vas a comprar tres? —Emily parecía confundida—. ¿Uno es para Annie?
—Sí —contestó él—. Y creo que a Henry también le gustaría tener uno.
—Es un detalle por tu parte.
—Me alegra que lo apruebes. Y antes de que digas nada, voy a conseguir otra cosa para Oscar, porque no sería justo —se acercó a un mostrador de camisetas para padres y las miró. Una de ellas tenía un dibujo de Superman con la palabra «papá» escrita dentro. Pero la mejor era otra que decía: «Papá sobrevivió al parto».
—Voy a llevarle esto a Mitch. Está muy nervioso por el próximo parto de Sam.
—Es algo emocionante… —Emily se detuvo y, antes de que pudiera darse la vuelta, Cal se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos.
—¿Emily? —Cal notó que se le tensaban los hombros—. ¿Qué te ocurre? Y no me digas que nada, porque estás actuando de forma extraña desde que entraste en el coche.
—Es sólo que… —ella se dio la vuelta y se pasó un dedo por la nariz.
—Hablo en serio. ¿Qué te preocupa?
—Mirar todas estas cosas me hace sentir triste.
—¿Por qué? —preguntó Cal mirando a su alrededor—. Aparte de Disneylandia, este debe de ser uno de los lugares más felices del planeta.
—No lo era la última vez que estuve aquí —Emily suspiró y lo miró con tristeza—. Estaba embarazada y sola. Culpa mía. Ya lo sé.
Cal no la había llevado allí para vengarse. Eso ya lo había superado. Ser el padre de Annie no dejaba energía para nada más que para seguir adelante, llevara donde le llevara.
—No era mi intención ponerte triste.
—Ya lo sé —Emily se encogió de hombros—. No puedo evitarlo. Tú no eres el único que se lo ha perdido. Traer a Annie al mundo fue increíble, pero hubiera sido una experiencia mucho más rica si la hubiera compartido contigo.
—De acuerdo. Esto es lo que vamos a hacer —Cal dejó los maletines y la camiseta y le alzó la barbilla con los nudillos—. Los dos hemos cometido errores, pero ahora mismo debemos dejar atrás el pasado y empezar de nuevo. Vamos a comprar algo juntos para nuestra hija.
—Creo que es una gran idea —Emily se secó una lágrima y sonrió.
Estaba muy hermosa en aquel momento. Cal sintió una opresión en el pecho y se le aceleró el pulso. Hacer las paces con ella no estaba exento de problemas. Ejercer juntos de padres implicaba pasar tiempo con Emily además de con su hija. Annie era una alegría. La magnitud de su deseo por Emily, no.
Que Dios lo ayudara.
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