Egipto, la Puerta de Orión. Sixto Paz Wells
dominada por anquilosadas ideas conspiranoicas.
Esperanza iba vestida con un elegante traje sastre de color azul marino, blusa blanca, pañuelo de seda de colores en el cuello, medias color carne y zapatos de tacón azules.
La soberbia limusina negra Rolls Royce Cullinan con motor V-12 doble turbo de 6,75 litros y 579 caballos conducía a la bella arqueóloga bajo una intensa tempestad. La copiosa lluvia acompañada de truenos y rayos que rasgaban violentamente el cielo daba la impresión de que aquella noche se acababa el mundo. Debían recorrer el condado de Fairfield, en el estado de Connecticut, para dirigirse a la población de Greenwich.
Aquel vehículo era especial, pues estaba blindado. Tenía casi una tonelada de peso y más de seis metros y medio de largo. Era como una nave espacial pero de lujo. En su interior, el espacio reservado era alucinante, ambientado de la mejor manera posible con un centro de medios IMAC, así como con un sistema de audio Bang & Olufsen, iluminación ambiental LED, y todo controlado desde un iPhone. Era conducida por un chófer impecablemente vestido de traje negro, lustrosos zapatos negros, camisa blanca y corbata negra. Al chófer, de unos cuarenta años, se le veía experimentado y seguro, sobre todo por el temple con el que enfrentaba semejante vendaval.
Durante el viaje, con la mirada a veces perdida en las ventanas que chorreaban, la arqueóloga peruana recordó que solo tres días antes de viajar había recibido una llamada telefónica inesperada de Victoria Garza, la directora del Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, y la que le pidió su apoyo y asesoramiento en la aventura de localizar los lugares que se mencionaban en un antiguo códice mexica hallado casualmente durante unas labores de restauración de una casa antigua en Culiacán, Sinaloa. La notable arqueóloga mexicana había sido su compañera durante el recorrido por diversas cavernas para explorar impresionantes zonas arqueológicas que las llevó a ambas a hacer el más increíble descubrimiento de un antiguo y olvidado santuario indígena en lo más profundo de una cueva cerca del Tepozteco, en Tepoztlán Morelos (México), donde se hallaron insólitos vestigios y reveladores jeroglíficos. Entre los hallazgos se encontraba un grupo de grandes sarcófagos de piedra que contenían en su interior los cuerpos bien conservados de unos seres extraterrestres con aspecto de reptiles.
En la llamada, Victoria se expresó de forma lacónica y fría, limitándose a saludar a Esperanza y expresarle su deseo de hacerle llegar los recuerdos de su tío Ángel Ruiz, a quien la peruana tuvo oportunidad de conocer en México, al haberse alojado en su casa. Le comentó que como se le había presentado de repente un viaje a los Estados Unidos para unas conferencias, y sabiendo que en su viaje realizaría una conexión de vuelo por Chicago, donde residía Esperanza, aprovecharía para llevarle algo muy importante y que le había dejado en las taquillas del aeropuerto. Precisamente en la taquilla número 284. Lo único que ella necesitaba era marcar un número en los botones electrónicos del armario, un número o código que ella le daría por WhatsApp, y que con él podría abrirla y retirarlo. La despedida fue también rápida, terminando ella por decirle:
–¡Perdóname, Esperanza! ¡Perdóname! Tú sabes por qué te lo digo…
Esperanza recordó de inmediato la actitud de Victoria durante la aventura del Códice Mexica, que fue la de ocultar y negar la parte de los descubrimientos más trascendentales y controvertidos que desafiaban todo lo establecido, hallazgos que lograron juntas en México y que ella omitió o negó para evitar desacreditarse por las implicaciones de reconocimiento de vida extraterrestre.
Inquieta y curiosa, Esperanza en esa ocasión tomó su coche y se dirigió a la terminal aérea de Chicago. Buscó en las taquillas el número que ella le había proporcionado, accionó la clave con los botones que había recibido por WhatsApp y extrajo del interior un paquete algo grande y de peso regular. El paquete venía acompañado de una carta que empezaba con una cita del mismísimo Códice Mexica, que decía:
«Querida y recordada amiga Esperanza Gracia:
‘…Tepoztlán, desde sus profundidades, te conectará con los dioses, los cuales volverán a contactar con la humanidad a través de quien supo culminar liberando su alma sensible y bella de mujer’.
Tú pensaste que podía ser yo quien recibiera el encargo de los extraterrestres a la salida de la caverna de los sarcófagos. Hasta en eso me diste ejemplo de humildad, consciencia y desprendimiento. ¡Pero eras tú, no yo, Esperanza, a quien correspondía semejante honor y responsabilidad!
Esos seres dijeron que el cristal contenía las frecuencias para activar los anales de la historia planetaria que están grabados en el código genético de la humanidad. ¡Y quién mejor que tú, que eres una guerrera y a la vez un alma sensible, para representar al espíritu de la Tierra y a la humanidad para que reciba este legado!
Ellos dijeron que en nuestra sangre está todo lo que ha ocurrido, lo que se ha hecho, pensado y dicho en este mundo y sobre este mundo. Que ese cristal verde del espacio era, además de una joya, un detonante o activador. Y que debíamos conservarlo y cuidarlo, activando, despertando y administrando esa información para todos sin egoísmo y mezquindad. Que cuando nos sintiéramos preparados y lo diéramos a conocer, ellos aparecerían abiertamente para apoyar los cambios mundiales que se generarían con ese conocimiento.
Ellos dijeron que aquí están las respuestas de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, y qué relación tienen con nosotros.
Ellos estaban esperando ese momento en que la humanidad madurara lo suficiente como para venir al encuentro, para que recibiéramos la posta y retomáramos el camino de la evolución.
Tú consideraste que yo podía ser la depositaria, por ser mujer como tú, pero además por ser mexicana. Pero yo no estaba preparada para semejante responsabilidad, y no creo estarlo aún. Por ello te lo devuelvo y te la entrego a ti, como debió ser desde el principio, pues tú sí sabrás hacer uso de él y materializar de la mejor manera las expectativas de esta gente de las estrellas.
Perdóname una vez más por no haber estado a la altura de las expectativas.
Tu amiga por siempre.
Victoria».
Y terminaba la carta recitando aquella parte de la séptima carilla del antiguo códice azteca, que decía:
«Cuando salgan de la oscuridad a la luz, ellos estarán allí y se recibirá el séptimo tesoro, el cristal verde. Algo que estuvo en esta Tierra, luego fue llevado lejos y ahora regresa».
Al abrir el paquete en casa, Esperanza se encontró con el cristal verde, mostrándoselo de inmediato a su novio, Jürgen.
–¿Es lo que creo que es, Esperanza? ¡Es precioso!
–¡Sí, Jürgen! ¡Es la piedra verde de Orión, un olivino! He leído que es un mineral que pertenece a la familia de los nesosilicatos. Después de la experiencia en Tepoztlán me puse a investigar y por eso sé que es un cristal ortorrómbico, que tiende a la forma piramidal. El sistema cristalino ortorrómbico es uno de los siete sistemas cristalinos en cristalografía, la ciencia que estudia los cristales.
»Está entre la forsterita y la fayalita. Es una roca ígnea, rica en magnesio y que también suele contener hierro, manganeso o níquel.
»A la forsterita con calidad de gema se la denomina «peridoto» y suele poseer un brillo vítreo, siempre verde. Es una gema idiocromática, que quiere decir que su color procede de la composición química básica del mismo mineral.
»Los peridotos u olivinos son confundidos con las esmeraldas, a pesar de que su tono es más amarillento.
»¿Sabías que es el componente principal del manto superior de la Tierra? Y se puede encontrar en muchos sitios: desde las playas de arena verde de Hawái a las más remotas galaxias.
–¡Qué interesante! ¿Y qué tiene de especial este cristal que tienes entre las manos?
–Como te decía, las misiones de la NASA «Stardust» y «Deep Impact» los han detectado en sus