María y Sectiva. Sectiva Lozano Aguilera
José, es preciosa! Con esto les voy yo a hacer a mis niñas vestidos lindos. Y si me sobra, les haré hasta delantales.
Ya lo creo que le sobró, había por lo menos quince metros de tela. Hasta mi madre se hizo un delantal de volantes para ella que se lo ponía por las tardes cuando se arreglaba para sentarse con Anita María a coser en el porche delante de la casa. Mi madre era una morena muy guapa y muy alta con unas piernas larguísimas. Nunca he comprendido cómo se enamoró de mi padre, ya que él era más bien bajito al lado de ella. En realidad formaban una extraña pareja, ¡pero qué felices eran y qué bien cantaba mi madre! Tenía un gorgorito en la garganta cantando “los pajarillos” que no tenía su igual. Cuando mi padre llegaba del campo con los burros cargados de troncos para el carbón, si ella estaba cantando en ese momento “sus pajarillos”:
Que estáis en el campo
gozando del aire y la libertad,
decidle al hombre que quiero
que venga a mi reja por la madrugá.
A lo que mi padre se paraba en seco. Nunca avanzaba hasta la casa. Paraba sus bestias debajo del olivo y la escuchaba embelesado. Cuando ella terminaba la canción, él hacía como que acababa de llegar y le decía a mi madre:
—María, en vez de tanto canturreo, ven a ayudar a tu marido a descargar los troncos. —Y así transcurría la vida entre ellos, apacible y feliz.
Una vez mi madre le hizo unos calzoncillos de “borcelina” morena y se los puso justo el día antes de irse a Sevilla, pero algo raro se notaba mi padre y no sabía lo que era hasta que le entró ganas de hacer pis y se dispuso a ello. De pronto gritó:
—¡María!, ¿por dónde meo? —Al mirarlo, mi madre se torcía de la risa. A lo que él contestó:
—Sí, tú ríete, ríete. ¿Pero por dónde saco yo mi gusano para hacer pis? Simplemente mi madre le había cosido la portañuela en la parte de atrás.
Así transcurría aquel verano caluroso de 1936 en Morón de la Frontera. Mi padre se disponía a sacar sus sacos de trigo que aún estaban amontonados en la era. Para ello le ayudaba siempre mi hermana Mari, que por aquel entonces tenía ya doce años y a la que él siempre llamaba “mi chico mayor” porque tenía mucha fuerza y trabajaba como un hombre. Mi padre la llamaba “su machopingo”. Modesta en cambio era mucho más femenina. No se separaba ni un momento de las faldas de mi madre. Siempre cosiéndole los vestiditos a sus muñecas. Mi madre decía de ella:
—Esta sí que será una mujer de su casa.
—¿Y mi Mari qué? —protestaba mi padre.
—Tu Mari también será un buen hombre de su casa —contestaba mi madre antes de salir corriendo.
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