Exploraciones y ocurrencias de un niño de los 70. Jesús González Herrera

Exploraciones y ocurrencias de un niño de los 70 - Jesús González Herrera


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      EXPLORACIONES Y

       OCURRENCIAS DE UN

       NIÑO DE LOS 70

      JESÚS GONZÁLEZ HERRERA

      EXPLORACIONES Y

       OCURRENCIAS DE UN

       NIÑO DE LOS 70

      EXLIBRIC

       ANTEQUERA 2020

       EXPLORACIONES Y OCURRENCIAS DE UN NIÑO DE LOS 70

      © Jesús González Herrera

      Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

      Iª edición

      © ExLibric, 2020.

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      ISBN: 978-84-18230-71-4

      Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

      JESÚS GONZÁLEZ HERRERA

EXPLORACIONES Y OCURRENCIAS DE UN NIÑO DE LOS 70

      PRÓLOGO DEL AUTOR

      Este pequeño libro no es una autobiografía personal de quien lo escribe ni persigue reivindicación alguna; sin embargo, podría decirse que es una biografía de muchos de los que fuimos pequeños en una determinada época. Contiene una sucesión de estampas que ref lejan cómo era la vida en la España de los años setenta para un niño cualquiera. Muchas personas no conocerán el modo en que se hacían las cosas en ese tiempo por no haberlo vivido, otras lo habrán olvidado con el paso del tiempo, erosivo de memorias, al menos parcialmente.

      Cuando se estrenó la genial comedia de Robert Zemeckis titulada Regreso al futuro, el éxito de su guion cómico se alimentaba del choque entre el modo de vivir de un adolescente del año 1985 en una ciudad norteamericana y el propio de justo treinta años atrás (1955) en el mismo lugar. Hoy podría hacerse de nuevo el mismo viaje y planteamiento humorístico: montar a algunos adolescentes de este tiempo en un DeLorean y llevarlos con ayuda del condensador de f lujo a un tiempo nada menos que cuarenta años atrás, a la segunda parte de la década de 1970, y dejarlos tirados ahí, en el mismo lugar en el que hoy viven. Descubrirían que no entienden nada de ese mundo pasado y les sucederían unas situaciones grotescas y surrealistas según el planteamiento de la sociedad actual.

      Los capítulos que siguen tienen más de descriptivo que de narrativo, pues se trata precisamente de hacer revivir al lector maduro las sensaciones visuales, sonoras, táctiles, olfativas y de gusto de aquel tiempo. Para quienes no lo vivieron, la lectura de este libro supondrá un descubrimiento de datos, circunstancias y sensaciones que rozan con lo increíble muchas veces. Sin embargo, a pesar de que todo el planteamiento de personajes, lugares y hechos es ficticio, los que vivimos aquella magnífica infancia sentiremos como familiares al menos algunas de las circunstancias que aquí vamos a ir desgranando. Sin otro fin que el de conseguir alguna sonrisa de los lectores, les ruego que se acomoden en el DeLorean, tomen pista y contengan la respiración.

      CAPÍTULO 1

      ¡Vivan los novios!

      (29/03/1975)

      Amigos que leéis este librito: antes de nada, os contaré que me llamo Julio Gutiérrez y vivo en un pueblo del centro-sur de España, en el que nunca pasa nada ni hay monumentos interesantes para ver, junto con mis padres, mi abuela y otros dos hermanos. Bueno, nunca pasa nada que salga en el telediario, porque a mí me han pasado, hace algún tiempo, muchas cosas interesantes que voy a contar con todo el detalle que pueda. Empezaré por la aventura que viví cuando fui a mi primera boda. La cosa comenzó con un cabreo que tuvo mi padre:

      —¡Vaya faena! —Entró a toda prisa por el pasillo dando voces, como si le acabasen de robar la cartera. Miré para atrás todo asustado y sus voces me sacaron de mi mundo idílico de los dibujos animados de la tarde, justo cuando el Coyote se ponía unos patines a reacción marca Acme para perseguir al maldito Correcaminos—. ¿Y tú qué miras? —me preguntó cuando me vio la cara de susto—. ¿Dónde está tu madre?

      —Está en la… —Iba a decir cocina, pero el talgo, que es lo que parecía mi padre por el pasillo, ya se dirigía hacia allí sin mi valiosa información. «Claro —pensaba yo—, ¿dónde puede estar una madre sino en la cocina?». También hice la siguiente ref lexión: «¿por qué mi padre pregunta unas cosas tan obvias que todo el mundo las sabe?»; decididamente, no entendía a los mayores. «¿Y por qué buscar la presencia de alguien que puede escuchar tus voces a dos kilómetros?», como yo oía desde el salón las voces que venían de la cocina.

      Desde la cocina precisamente se emitía una voz, vía pasillo, que no paraba de hacer otras preguntas sin respuestas, distintas a las mías; preguntas de mayores y de compleja solución. Bueno, se alternaban preguntas y respuestas o conclusiones que apuntaba el propio inquiridor:

      —¿Es que no tiene otra gente en quien pensar? ¡Claro, habrán pensado en el sacaperras1! ¿Ves lo que pasa por dar confianza a todo el mundo? ¡Y encima a día 29, que es fin de mes y no hay un duro! ¡Bueno, es que no lo hay desde el día 15 en ningún mes! ¿Esto es vida? ¡Como me líe la manta a la cabeza, me voy a Fernando Poo2 y que les vayan dando!

      Yo sufrí un ataque de risa f loja cuando escuché toda aquella retahíla de frases sin sentido: hablaba de sacaperras, de mantas en la cabeza y de un tal Fernandopón. Me sonaba todo a película de indios navajos o de moros con turbante con algún enano, o algo así, llamado Fernandopón, que era un nombre gracioso, como de dibujos animados o sacado de un programa de Torrebruno, que tampoco era muy alto. El caso es que no sabía cuál era el motivo del enfado ni entendí nada de aquellas palabras por más alto que las dijeran.

      A la hora de cenar, nos sentamos a la mesa y yo miraba fijamente a mi padre comiéndose un huevo frito. De repente, me acordé de la manta en la cabeza y de Fernandopón, y me imaginé a quien tenía enfrente con una manta encima, así como un tuareg, corriendo por un monte cuesta arriba. Como no podía ocurrir de otro modo, me dio una risa f loja cuya causa no podía expresarle a nadie, así que me mordí los labios para no reventar; pero empecé a soltar bufidos delatores. Mi padre, en vivo contraste con mi humor, estaba negro por aquel asunto que le había enfurecido esa tarde y, pegando un manotazo en la mesa, me dijo una frase habitual en él:

      —¿Y tú de qué te ríes, idiota?

      Yo no dejaba de pensar en el de la manta


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