Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс
que le faltaba algo y aceptar que era mujer de un solo hombre. O Vincenzo, o ninguno.
–¿Te rompió el corazón? –preguntó Amelia, interpretando correctamente su expresión.
–No, me lo machacó por completo.
–Ahora lo odio –Amelia frunció el ceño–. Lo he visto alguna vez en televisión y me pareció un tipo decente, para nada el típico playboy de la realeza, a pesar de su reputación. Pensé que ser científico lo había librado de ser un monstruo narcisista. Pero ahora veo que me equivoqué.
–Él no es…, no era así –lo defendió Glory. Movió la cabeza, confusa–. Es como si fuera tres personas distintas. El hombre del que me enamoré era como tú lo describes: honorable, sincero y centrado en la vida pública; enérgico y brillante en su vida profesional; sensible, compasivo y apasionado en la personal. Luego llegó el hombre que rompió conmigo: frío, despiadado y cruel. Y ahora el hombre que vi hoy: implacable y dominante, pero distinto del que se lo tomaba todo en serio o del que disfrutaba humillándome.
–¿Humillándote? –Amelia estaba furiosa–. ¿Y ahora te pide que te cases con él para arreglar su reputación? No vuelvas a decir «solo un año» o romperé algo. ¡Dile que se vaya al infierno y se lleve con él su oferta de matrimonio temporal!
Amelia parecía una leona defendiendo a su cachorro y eso enterneció a Glory.
–¿Insinúas que no me habrías dicho eso en cualquier caso? –le preguntó.
–Pues no. No te interesa el matrimonio y de repente aparece el Príncipe Delicioso ofreciéndote un año de cuento de hadas con un plus de diez millones de dólares. Si no fuera el indeseable que te destrozó el corazón, me habría parecido una oferta genial. Lo que quiero saber es cómo se ha atrevido a hacértela precisamente a ti.
Glory no había compartido el motivo de que Vincenzo la hubiera elegido. Así que suspiró e ignoró la pregunta.
–Pero da igual –refunfuñó Amelia–. Si sigue molestándote después de que le digas que no, mi Jack le partirá los dientes.
Glory soltó una risita histérica al imaginarse a Jack, todo un oso, enfrentarse al también fuerte pero refinado gran felino que era Vincenzo.
–Ya he decidido decirle que sí. Solo será un año, Amie. Imagina cuánto bien podría hacer con diez millones de dólares.
–No tanto –rezongó Amelia–. Solo daría para una cuantas plantas purificadoras de agua. Si eres tan tonta como para acercarte al hombre que te hirió y humilló, pídele cien millones. Puede pagarlos, y es él quien tiene que limpiar la basura de su imagen con el brillo de la tuya. Por esa cantidad sí merecería la pena correr el riesgo.
Glory sonrió débilmente a su mejor amiga. Se habían conocido cinco años antes, trabajando para Médicos Sin Fronteras. Ambas eran profesionales que habían descubierto que necesitaban una causa, no una carrera. Amelia, experta en derecho internacional y corporativo, había ayudado a Glory a conseguir cosas que ella había creído imposibles. Amelia, por su parte, siempre decía que los conocimientos empresariales y financieros de Glory eran más importantes que la ley, en un mundo regido por el dinero.
–Quería que miraras esto… –le dio el acuerdo matrimonial como si la quemara–. Por eso te lo he dicho. Necesito tu opinión legal sobre esta joya.
–Caramba –dijo Amelia mirando el grueso volumen de tapa dura–. Por su aspecto y peso, dudo que «joya» sea la palabra adecuada. Bueno, veamos lo que ofrece el Príncipe Inquietante.
–Lo único que no ha incluido es el número de cubiertos que debe haber en la casa antes de entregarte «la última parte de la compensación monetaria a la finalización del trato» –bufó Amelia, dejando el documento en la mesa.
–¿Tan malo es?
–Peor. El tipo añade cláusulas a las cláusulas, como si estuviera tratando con un criminal.
Él ya debía saber que no había tenido nada que ver con las acciones de su padre y hermano, y que apenas había tenido contacto con ellos en los últimos años. Se preguntó si Vincenzo era así de paranoico con todo el mundo.
–¿Quieres mi opinión? –Amelia sacó a Glory de su ensimismamiento–. Teniendo en cuenta ese contrato y el comportamiento de ese tipo, pídele mil millones de dólares, Glory. Por adelantado. Y después de la boda, machácalo.
Amelia insistió en diseccionar el contrato y anotar los cambios que Glory tenía que exigir. Eran más de las dos de la mañana cuando se fue.
El timbre del teléfono rompió el silencio.
–¿Estás despierta? –ronroneó una voz profunda.
–Lo estoy, gracias a un príncipe pesado.
–Así que sigues despertándote dispuesta.
No dijo para qué, no hizo falta. Siempre había estado dispuesta cuando se despertaba en sus brazos. Incluso en ese momento, aunque su mente lo habría despellejado, su cuerpo respondía a su inexorable influencia.
–Si te he despertado, me alegro. No debería ser el único incapaz de dormir esta noche –susurró él.
–¿Te remuerde la conciencia? –a su pesar, sonó más sensual que cortante–. ¿O te deshiciste de ella hace tiempo? ¿O no la has tenido nunca por un fallo genético?
–No me hace falta en esta situación –rio él–. Como dije antes, mi oferta es beneficiosa para todos, empezando por ti. ¿Qué has decidido?
–¿Acaso puedo decidir? Eso es nuevo.
–Te dije que la decisión era tuya. Pero no podía esperar hasta mañana para escucharla.
–Me alegro, así no tendré que esperar para decirte que no quiero volver a saber nada de ti.
–Esa no es una opción. Serás mi princesa temporal y, como tal, me verás a menudo. Solo te pregunto si has decidido verme en toda mi gloria.
–Veo que has decidido desarrollar el sentido del humor y has tenido que empezar desde cero –resopló–. Eso explicaría el infantilismo de tus juegos de palabras.
–Te pido disculpas –su voz era pura tentación–. Dime, ¿cuándo dejarás que te desnude, adore, posea y disfrute de cada centímetro de tus nuevas y explosivas curvas, para placer de ambos? ¿Cuándo dejarás que te bese, acaricie y lama hasta llevarte al orgasmo, para después hundirme en ti y acompañarte al paraíso?
Ella dejó escapar el aire de golpe. Las imágenes asolaron su mente, junto con el recuerdo de la desesperación de añorar sus caricias.
–Cada centímetro de ti se ha revaluado. Siempre fuiste impresionante, pero los años te han madurado hasta un punto exquisito. Cada segundo que estuviste en mi casa anhelé tocar y saborear cada recuerdo y cada novedad. Ahora me muero por explorar y devorar cada parte de ti. Y sé que tú también me necesitas dentro de ti. Siento tu excitación incluso a distancia. Pero si crees que no estás preparada aún, iré a persuadirte. Te recordaré cómo era entre nosotros, te demostraré lo mucho mejor que puede ser ahora que somos más maduros y sabios y estamos seguros de lo que queremos.
–Ahora que soy más madura y sabia, ¿crees que te dejaría poseerme, como cuando era joven y estúpida? ¿Sin garantías?
–¿Quieres un anillo antes? Puedo llevarlo conmigo ahora mismo.
–No. No me refería a eso… –tragó saliva–. No a garantías materiales, sino a la garantía de ser tratada con respeto cuando decidas que ya no resulto «conveniente».
–Enterremos el pasado. Ahora somos personas distintas –farfulló él tras un breve silencio.
–¿Lo somos? Puede que tú sí, seas lo que seas. Pero yo sigo siendo la misma de hace seis años. Solo mayor y más sabia, y consciente de que lo que sugieres sería dañino a largo plazo. Y si me convierto en tu princesa,