Despertando a la bruja. Pam Grossman

Despertando a la bruja - Pam Grossman


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      Pam Grossman

      Despertando

       a la bruja

      Sobre la magia

       y el poder de las mujeres

      Traducción del inglés de Silvia Alemany

Editorial Kairós

      Título original: WAKING THE WITCH

      © 2019 by Pam Grossman

      © de la edición en castellano:

      2020 by Editorial Kairós, S.A.

       www.editorialkairos.com

      Publicado por acuerdo con el editor original, Gallery Books, una editorial del grupo Simon & Schuster, Inc.

      © de la traducción del inglés al castellano: Silvia Alemany

      Revisión: Alicia Conde

      Composición: Pablo Barrio

      Diseño cubierta: Katrien van Steen

      Foto cubierta: Caroline Manière

      Primera edición en papel: Octubre 2020

      Primera edición en digital: Noviembre 2020

      ISBN papel: 978-84-9988-758-6

      ISBN epub: 978-84-9988-859-0

      ISBN kindle: 978-84-9988-860-6

      Todos los derechos reservados.

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

      Para Matt,

       el hombre más encantador que haya conocido jamás

      «Tengo miedo y me encanta, me encanta y tengo miedo,

       Las Damas Lejanas se ciernen sobre nosotros.»

      HELEN ADAM, «At Mortlake Manor»

      Introducción

      Las brujas siempre han caminado entre nosotros, han poblado las sociedades y las historias y narraciones de todo el planeta desde hace mil años. Desde Circe a Hermione, desde Morgan Le Fay a Marie Laveau, la bruja siempre ha existido en los cuentos que tratan de ancianas con extraños poderes que pueden dañar o sanar. Y aunque personas de todos los géneros se han considerado a sí mismas brujas, esta es una palabra que ahora se asocia en general a las mujeres.

      A lo largo de la historia ha sido un personaje temible, ese Otro insólito que amenaza nuestra seguridad o manipula la realidad para sus propios propósitos mercurianos. Es una paria, una persona non grata, una «mujer del saco» que hay que derrotar y deshacerse de ella. A pesar de que a menudo se la ha considerado una entidad destructora, en la actualidad la mujer bruja es mucho más proclive a recibir ataques que a infligir violencia. Como sucede con otros marginados «terroríficos», ocupa un papel paradójico en la conciencia cultural como agresora malvada y presa vulnerable.

      Unos 150 años antes, sin embargo, la bruja hizo otro de sus trucos, y pasó de asustarnos a ser un personaje de inspiración. Ahora es muy probable que sea la heroína de tu programa preferido de la televisión, aun siendo la mala. Puede aparecerse adoptando la forma de tu colega wiccana del trabajo o de esa estrella de la música que emana vibraciones hechiceras en sus vídeos o sobre el escenario.

      También existe la posibilidad de que ella seas tú, y que esa «bruja» sea una identidad que has adoptado por un buen número de razones: profundas y sentidas o frívolas y superficiales, tanto públicas como privadas.

      En la actualidad cada vez hay más mujeres que eligen el camino de la bruja, tanto si es en un sentido literal como simbólico. Flotan caminando por las pasarelas de los desfiles de moda y por las aceras con ropa transparente y negra, y se adornan con pentagramas dignos de aparecer en Pinterest y con cristales. Llenan los cines para ver películas de brujas y se reúnen en trastiendas y en los patios de las casas para hacer rituales, consultar el tarot y proclamar su intención de alterar la vida. Se manifiestan por las calles con carteles donde se lee: «MAL DE OJO AL PATRIARCADO», y realizan hechizos una vez al mes para intentar neutralizar al comandante en jefe. Año tras año salen artículos que proclaman: «¡Es la estación de las brujas!», mientras los periodistas se lían la manta a la cabeza intentando comprender esta tendencia que prolifera como las setas y que defiende la figura de la bruja.

      Y todo eso nos anima a preguntarnos por qué.

      ¿Por qué importan tanto las brujas? ¿Por qué parecen estar por todas partes? ¿Qué son exactamente? (¿Y por qué diantre no se largan?)

      Me han hecho estas preguntas un centenar de veces, y uno esperaría que tras pasarme toda la vida estudiando y escribiendo sobre las brujas, así como haciendo mi página web sobre la temática de la bruja y practicando la brujería directamente en persona puedo dar una respuesta breve.

      En realidad, sin embargo, veo que cuanto más trabajo con la bruja, más compleja se vuelve. La bruja tiene un espíritu resbaladizo: cuanto más intentas acorralarla, más retrocede para internarse en la profunda espesura del negro bosque.

      Y lo digo convencida del todo: muéstrame a tus brujas y te diré qué sientes por las mujeres. El hecho de que el resurgimiento del feminismo y la popularidad de la bruja vayan en ascenso y de la mano no es ninguna coincidencia: el uno es el reflejo de lo otro.

      Dicho lo cual, la actual Ola de Brujas no es nada nuevo. En la década de los 1990, cuando yo era adolescente, la década que nos trajo esa cultura ocultista y pop encabezada por Buffy la Cazavampiros, Embrujadas y Jóvenes brujas, por no hablar del movimiento Riot Grrrl y de la tercera ola del feminismo, aprendí que el poder femenino podía expresarse en una variedad de colores y sexualidades. Aprendí que las mujeres podían liderar una revolución con los labios pintados y luciendo botas de combate; y a veces llevando incluso una capa.

      Sin embargo, mi propio despertar a la bruja me sobrevino a temprana edad.

      Morganville, en Nueva Jersey, donde crecí, era el típico pueblo de las afueras que todavía conservaba algunos terrenos naturales bastante cubiertos de maleza. Teníamos un bosquecillo en el patio trasero que colindaba con unas caballerizas, y entre ambas construcciones corría un riachuelo que podíamos atravesar poniendo un madero. De pequeñas, mi hermana mayor, Emily, y yo nos aventurábamos a cruzar al otro lado, y allí dábamos de comer a los caballos (actividad que todavía hoy en día me espanta) y recogíamos puñados de tréboles. Pero casi siempre estábamos en nuestro lado de la orilla, y nos internábamos entre el macizo de árboles que nos servía de bosque particular. En una esquina del patio se formaba un charco gigantesco cada vez que llovía, y que quedaba flanqueado por un puñado de helechos. Llamábamos a ese lugar nuestro Lugar Mágico. Y el hecho de que de vez en cuando se esfumara y luego volviera a aparecer solo hacía que añadirle más misterio. Era un portal a lo desconocido.

      En esos bosques es donde recuerdo haber practicado la magia por primera vez: entré en ese estado de juego profundo en el que la acción imaginativa se convierte en realidad. Solía pasarme horas allí, creando rituales con piedras y ramitas, dibujando símbolos secretos en el barro y perdiendo toda noción del tiempo. Era un espacio que parecía sagrado y salvaje, aunque seguía siendo extrañamente seguro.

      A medida que crecemos hemos de ir olvidando todas esas «paparruchas» y dejar de darle vueltas a la cabeza. Cambiamos los unicornios por las muñecas Barbie (aunque unos y otras son criaturas míticas, desde luego). Nos despedimos del Ratoncito Pérez y abandonamos a los brujos. Los dragones mueren asesinados en los altares de la juventud.

      La mayoría de niños abandona esa «fase mágica» cuando crece. Pero yo crecí reforzando la mía.

      Mi


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