Una aventura salvaje. Elizabeth Duke

Una aventura salvaje - Elizabeth Duke


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rufianesca y el largo y rizado cabello castaño? ¿Dónde estaban los vaqueros gastados y la camisa con las mangas subidas? ¿Dónde las botas llenas de polvo y la gorra?

      ¿Y dónde estaba el cigarrillo que siempre tenía en las manos?

      Llevaba una chaqueta de ante marrón, zapatos de piel y una camisa azul, aunque sin corbata. Eso sí que hubiera sido increíble; Tom Scanlon con corbata. Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado. Pero solo un botón, no la camisa abierta como era su costumbre.

      Se había cortado el pelo y lo llevaba cuidadosamente peinado hacia atrás, aunque un mechón rebelde amenazaba con caer sobre su frente.

      Natasha disimuló su turbación y respiró profundamente, para reunir fuerzas.

      —Vaya, vaya… Tom Scanlon —dijo, intentando parecer despreocupada—. El hombre que decidió que el matrimonio no era para él.

      —Tash…

      Tash. Natasha sintió una punzada de amargura. Tom era el único que la llamaba de ese modo. Una vez había sido un nombre muy especial… una vez. Pero, en aquel momento, no podía soportar que la llamara así.

      —¡No te atrevas a llamarme Tash! —exclamó, con ojos relampagueantes—. No puedo creer que tengas la cara de venir a verme como si nada hubiera pasado.

      «Justo cuando estaba empezando a olvidarme de ti… cuando estaba empezando a pensar que podría sobrevivir sin ti», pensaba.

      —Todo eso ha quedado atrás, Tash… Natasha.

      De modo que no había ido a pedirle perdón, pensó ella. No, ese no era el estilo de Tom Scanlon. «Todo eso ha quedado atrás», había dicho. Eso era lo que su relación había sido para aquel hombre. Natasha levantó la barbilla, el azul de sus ojos convirtiéndose en gris helado. Pasara lo que pasara, no iba a decirle el daño que le había hecho.

      —Sí, el tiempo pasa y la vida sigue.

      No le preguntó qué había estado haciendo durante aquellos dieciocho meses. Él y su nuevo amor. Ni si seguía viviendo en Sidney, ni qué clase de trabajo hacía desde que había dejado de pilotar helicópteros. Conociendo a Tom, estaría trabajando en cualquier otra cosa. Antes de hacerse piloto, había trabajado como domador de caballos salvajes, dinamitero, carpintero y otras cien profesiones más, pero nunca había trabajado detrás de un escritorio. Siempre había preferido hacerlo en espacios abiertos. Siempre había preferido la libertad…

      ¿Su nueva novia lo habría convencido para que trabajase en una oficina?, se preguntaba. Una vez le había dicho que también tenía el título de contable. Que lo había hecho porque le iría bien cuando tuviera su propio rancho… su sueño de toda la vida.

      Pero solo era un sueño. Un hermoso sueño irrealizable.

      Todo en Tom Scanlon era un sueño. Nada de lo que hacía o prometía era real. «Cuando encuentras al amor de tu vida, quieres sujetarlo con las dos manos y no dejarlo escapar», le había dicho cuando le pidió que se casara con él.

      El corazón de Natasha se encogió al recordar el amor que habían compartido; las risas, las largas conversaciones, las noches de amor. Aunque sus diferentes profesiones los habían mantenido alejados durante gran parte de su noviazgo, habían estado tan cerca como dos personas podían estarlo… o eso había creído ella.

      No se le había ocurrido pensar que nada pudiera interponerse entre los dos.

      —Pueden pasar muchas cosas en un año y medio —dijo Tom entonces, buscando sus ojos, pero ella apartó la mirada—. No me he olvidado de ti, Natasha. He llegado a Brisbane esta mañana y lo primero que he hecho ha sido venir a verte para ver cómo va tu trabajo, cómo te trata la vida…

      Y para saber si seguía amándolo, si su corazón seguía roto o había encontrado otra persona… como había hecho él, pensaba Natasha.

      Quizá Tom se sentiría menos culpable si ella se hubiera enamorado de otro hombre. ¿O deseaba que no hubiera encontrado a nadie? Sin duda se sentiría muy satisfecho sabiendo que era irreemplazable.

      —Como ves, estoy muy bien —dijo Natasha. Él no tenía que saber nada más, no se merecía saber nada más.

      —Me alegro. Estás estupenda, Tash —dijo él, mirándola de arriba abajo como había hecho ella unos minutos antes. Era un escrutinio tan directo que sentía como si la estuviera desnudando.

      Su aspecto pulido y elegante la hacía sentirse avergonzada de su desaliño y de las manchas de pintura sobre sus piernas desnudas. Llevaba el largo cabello rubio recogido en una cola de caballo de la que se habían salido varios mechones y, por la expresión de Tom, Natasha pensó que también tenía la cara manchada de pintura.

      —No hace falta que me des coba. ¡Y te he dicho que no me llames Tash! —repitió, incómoda.

      Se preguntaba cómo sería su nueva novia… la irresistible sirena que «le había robado el corazón», como él mismo le había dicho cuando la había llamado por teléfono desde Sidney para romper el compromiso. El recuerdo de la traición la hizo levantar la cabeza y mirar al hombre sin mostrar la angustia y el dolor que había sentido durante dieciocho meses… y que, de nuevo, volvía a sentir.

      —Pues bien, ya has visto que no me he cortado las venas. Y ahora, si no te importa, tengo mucho trabajo que hacer. Charlie, ¿podrías acompañar a Tom? Se marcha ahora mismo.

      Tenía que librarse de él antes de que se diera cuenta de que su corazón había vuelto a romperse.

      —Lo siento, muchacho, has venido en mal momento —suspiró su padre—. Natasha está muy ocupada. Vamos, te acompaño a la puerta.

      «¿Muchacho?» «¿Mal momento?» Natasha miró a su padre como si fuera un traidor. A Charlie siempre le había caído bien Tom. Más que eso; a pesar de su vida nómada y su espíritu aventurero, su padre se había quedado tan fascinado por su irresistible encanto varonil como ella.

      Charlie no entendía por qué habían roto el compromiso tan de repente cuando parecían estar locos el uno por el otro, y Natasha estaba demasiado dolida y humillada como para contarle que Tom se había enamorado de otra mujer.

      Después de la separación se había negado a hablar de él y simplemente le había dicho que Tom no estaba hecho para el matrimonio y quería seguir siendo libre. Eso había sido la mentira que Tom Scanlon le había contado hasta que Natasha le había obligado a confesar la verdad: que había conocido a otra mujer.

      Tom dio un paso hacia la puerta y después se volvió de nuevo hacia ella, mirando el cuadro que estaba pintando.

      —Has capturado perfectamente la esencia de la montaña. El color de la puesta de sol, las nubes… las sombras. Igual que aquella noche —murmuró.

      «Aquella noche…»

      El corazón de Natasha se aceleró. El recordatorio de que habían estado juntos la primera vez que ella había visto amanecer sobre la roca Ayers hizo que un montón de agridulces recuerdos se amontonaran en su cerebro. Había ido a Red Centre de excursión y Tom pilotaba del helicóptero que la había llevado desde Alice Springs hasta la roca Ayers. Se habían gustado inmediatamente y, durante dos maravillosos meses, se habían visto cada vez que sus profesiones se lo permitían. Natasha había estado tan segura de que eran almas gemelas, que querían las mismas cosas, que estaban hechos el uno para el otro… pero se había equivocado. El sueño se había roto cuando Tom la había llamado desde Sidney para decirle que había conocido a otra mujer y que lo suyo había terminado.

      —Me alegro de que te guste —dijo ella, sin mirarlo.

      —¿Está en venta?

      Natasha se quedó atónita. ¿Tom quería comprarlo? ¿Sabría que sus cuadros se habían revalorizado durante el último año? Sus paisajes eran demandados en toda Australia. Incluso el Primer Ministro le había encargado uno para el Parlamento en Canberra. Y los precios se había centuplicado. Tom Scanlon no podría pagar uno de sus óleos…


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