Ellos y yo. Джером К. Джером

Ellos y yo - Джером К. Джером


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lo que se podía culpar a la publicidad era que no mencionaba otras cosas. No mencionaba, por ejemplo, que desde la época de la reina Isabel el barrio había cambiado mucho. No mencionaba que la entrada tenía un edificio público a un lado y una tienda de pescado frito al otro, que la Great Eastern Railway Company había establecido un depósito de bienes en la parte posterior del jardín, que las ventanas del salón daban a una enorme fábrica de productos químicos y que el ventanal del comedor daba a la esquina, al patio de un cantero. Pero la casa, en sí, era un sueño.

      —Pero ¿qué sentido tiene todo eso? —inquirió Dick—. ¿Por qué mienten los agentes inmobiliarios? ¿Creen que las personas pueden comprarse una casa simplemente después de leer un anuncio, sin ir a verla?

      —Una vez le hice esa misma pregunta a un agente —le contesté—. Me dijo que lo hacen, en primer lugar, para mantener la moral del propietario, el que quiere vender la casa, porque cuando un hombre trata de desprenderse de una casa se siente insultado de muchas maneras por parte de los que van a verla: si no la valoran bien, si no dicen todo lo mejor que se puede decir de la casa y no justifican sus defectos, podría terminar por avergonzarse hasta el punto de olvidarse de ella o, peor, volarla con dinamita. Me explicó que la lectura de la publicidad en el catálogo del agente inmobiliario es lo único que lo reconcilia con el hecho de ser el dueño de la casa. Dijo que un cliente suyo había tratado de vender su casa durante años, hasta que un día, en la oficina, leyó por casualidad la descripción que la agencia había hecho y se fue directamente a casa, quitó el anuncio, y desde entonces ha vivido en ella contento. Desde ese punto de vista, el sistema es bueno, pero para el que va a comprarla es muy ineficaz.

      »Una vez un agente me mandó a ver una casa en medio de una fábrica de ladrillos, con vistas al Canal Grand Junction. Le pregunté dónde estaba el río que había mencionado. Me explicó que estaba al otro lado del canal, pero a un nivel inferior. Esa era la única razón por la que no se podía ver desde la casa. Le pregunté por su paisaje pintoresco. Me explicó que estaba un poco más allá, a la vuelta de la esquina. Parecía pensar que yo era poco razonable porque esperaba encontrar frente a la puerta todo lo que quería tener. Añadió que podía tapar las vistas de la fábrica de ladrillos con árboles, suponiendo que no me gustara. Me sugirió eucaliptos. Dijo que era un cultivo muy rápido; también me dijo que producían goma.

      —¿Había un puente levadizo? —preguntó Dick.

      —No había puente levadizo —contesté—. La entrada de la casa era a través de lo que el cuidador llamaba jardín de invierno. No era el tipo de casa que tiene un puente levadizo.

      —Entonces ¿qué pasa con los arcos normandos? —preguntó Dick.

      —Nada de arcos —le corregí—; arco. El arco normando estaba en el sótano, en la cocina, que había sido construida en el siglo XIII y, al parecer, a partir de aquel momento no se había hecho mucho por mejorarla ni mantenerla. Originalmente, diría, debía de ser la sala de torturas; eso os dará una idea de cómo era. Creo, en todo caso, que vuestra madre habría puesto algunas objeciones a la cocina, sobre todo al pensar en la cocinera. Habría sido necesario preguntarle antes de contratarla: «No le importaría cocinar en un calabozo oscuro, ¿verdad?». Algunas cocineras habrían mostrado sus reservas. El resto de la casa era lo que ahora describen como de estilo mixto. El último inquilino había hecho instalar un cuarto de baño de chapa ondulada.

      »Otro día fui con vuestra madre a ver una casa en Berkshire, que tenía un arroyo de truchas que corría por los jardines. Me imaginé saliendo después del almuerzo a pescar unas cuantas truchas para la cena; fanfarroneando delante de mis amigos e invitándolos a venir a mi pequeño retiro de Berkshire para pescar durante unos días. Hay un hombre que conocí una vez que ahora es un baronet. Era un fanático de la pesca. Pensé que podría invitarlo. Habría mirado bien en la crónica de chismes literarios del periódico: “Entre los distinguidos invitados estaba...”. Ya sabéis, ese tipo de cosas. Ya tenía el párrafo en la cabeza. Lo increíble es que no me comprara una caña...

      —¿No había ningún arroyo con truchas? —preguntó Robina.

      —Había un arroyo —le contesté—. En todo caso, un arroyo con exceso de corriente. La corriente fue lo primero en lo que se fijó tu madre. Casi un cuarto de hora antes de llegar a la casa. Antes de que supiéramos que aquello era el arroyo. Así que regresamos a la ciudad y ella se compró un frasco de sales, del tamaño más grande. Aquel arroyo le dio a tu madre un buen dolor de cabeza y a mí me puso furioso. La oficina del agente inmobiliario estaba enfrente de la estación. Vuestra madre se fue y yo retrasé media hora la vuelta a casa para decirle al agente lo que pensaba de él; y perdí el tren. Podría haber llegado a tiempo si me hubiera dejado hablar, pero me interrumpía constantemente. Dijo que lo del arroyo era por culpa de los de la fábrica de papel y que ya había hablado con ellos sobre ese tema más de una vez. Debía de pensar que todo lo que quería yo era que me demostrara un poco de simpatía. Me aseguró, y para ello me dio su palabra de vendedor de casas, que había sido un arroyo repleto de truchas. Y que existía constancia histórica. Isaac Walton había pescado allí... Pero eso fue antes de que construyeran la fábrica de papel. Él creía que se podía comprar una buena cantidad de truchas machos y hembras, y repoblar el arroyo, dándole preferencia a alguna raza rústica de trucha, más acostumbrada a pasar apuros. Yo le dije que no estaba buscando un sitio donde jugar a ser Noé y salí de allí, como bien le expliqué, con la intención de ir directamente a mis abogados y abrir un proceso contra él por hablar como un idiota; y él se puso el sombrero y se dirigió a sus abogados para iniciar un procedimiento contra mí por difamación.

      »Supongo que al final, como yo mismo, pensó que era mejor olvidarse de todo el asunto. Pero estoy cansado de ver que mi vida se ha convertido en un perpetuo primero de abril. No he comprado la casa que deseaba con el corazón, pero tiene muchas posibilidades. Pondremos celosías en las ventanas, y decoraremos las chimeneas. Quizá pongamos una losa sobre la puerta principal, con una fecha: 1553. Siempre da buena impresión, es un número pintoresco, con los cincos al estilo antiguo. Cuando hayamos acabado de arreglarla, a todos los efectos, será una casa señorial de estilo Tudor. Siempre he querido una antigua casa señorial de estilo Tudor. Y no hay ninguna razón, por lo que yo puedo ver, por la que no deba haber historias relacionadas con esa casa. ¿Por qué no deberíamos tener una habitación donde hubiera dormido Alguien? Pero que no sea la reina Isabel. Estoy cansado de la reina Isabel. Además, no creo que fuera simpática. ¿Por qué no la reina Ana? ¿Una dama educada y gentil, que no molestaba a nadie? O, mejor aún, Shakespeare. Estaba constantemente de aquí para allá entre Londres y Stratford. No estaría demasiado apartada de su camino. ¡La habitación donde dormía Shakespeare! Y es una idea nueva. Nadie parece haber pensado nunca en Shakespeare. Tenemos esa


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