En un lugar de Argentina de cuyo nombre no quiero acordarme. Eduardo Héctor Hernández Cabrera

En un lugar de Argentina de cuyo nombre no quiero acordarme - Eduardo Héctor Hernández Cabrera


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feliz y siempre me sentí rodeado de mucho cariño. Desde muy chico, quise estudiar, ser una persona responsable y demostrar a mis padres que podía valerme por mí mismo.

      Siempre había sido mi gran sueño viajar y conocer muchos países, las diferentes costumbres, las diferentes razas y religiones, utilizar todos los medios de transporte, poder ver, recorrer y explorar todos los continentes.

      Siempre fui muy exigente conmigo mismo y estaba deseoso de cumplir mis metas.

      A los 19 años, decidí dar el gran paso y cruzar el charco. Era el año 1973, cuando aún la mayoría de la gente viajaba a Europa en barco, y tuve la suerte de realizar el último viaje del Giulio Cesare. La travesía desde Montevideo hasta Barcelona duró quince días, de los cuales nueve fueron atravesando el océano Atlántico. Un viaje divertido, movedizo e inolvidable.

      Era el paso más importante de mi vida: buscar mi camino, empezar una nueva vida en otro país, en otro continente, desarrollarme como persona y como ser humano.

      Tuve la suerte de que mis dos grandes amigos de la adolescencia Montse e Indalecio —establecidos en Barcelona y Tarragona respectivamente desde hacía dos años— estaban esperándome. Tanto ellos como sus familias me acogieron como un hijo y hermano más, brindándome toda la ayuda y el apoyo necesario para hacerme sentir a gusto y dejar que pudiera cumplir mis sueños.

      Viví en España hasta 1977, donde tuve la oportunidad de estudiar Turismo y trabajar en lo que ya pintaba que iba a ser mi profesión durante gran parte de mi vida, la hostelería.

      Durante este tiempo, aproveché al máximo todas las oportunidades que tuve laboralmente y, en cuanto tenía posibilidades, emprendía algún viaje por Europa.

      Pude viajar a diferentes países europeos, disfrutar de hermosos paisajes, apreciar la diferencia de lo viejo y de lo nuevo de cada país y conocer diferentes culturas, absorbiendo al máximo lo bueno y lo malo que iba encontrándome.

      En algunos de estos sitios, parecía que el tiempo se hubiese detenido en el medioevo. En otros, en cambio, convivía lo viejo con lo moderno, pero todo dentro de un orden. Bosques, montañas, valles y ríos; cualquiera de los rincones del Viejo Continente son hermosos y, a pesar de tantos años de vida, de desgaste, de tantas brutalidades vividas por sus pobladores, sus ciudadanos sienten el deseo de mirar hacia el futuro y de olvidar los errores del pasado, tratando de superarse día a día. A pesar de que se mantienen mucho las tradiciones, la evolución es muy rápida y va dando paso a una Europa más moderna, más organizada, pero que respeta y adora su pasado.

      Cuanto más viajaba, más me ilusionaba con seguir haciéndolo. Cualquier vivencia me enseñaba tanto que era un nuevo aliciente para organizar un nuevo viaje.

      Ya de vuelta en Uruguay, continué con mi vida, trabajando en hostelería, pero también iniciando mis viajes por América.

      En el año 1980, con 26 años, decidí hacer un nuevo viaje para conocer una de las grandes joyas de América del Sur:

       Machu Picchu.

      Las dictaduras militares en Sudamérica estaban en pleno apogeo, eran gobiernos apoyados por el tío Sam, que siempre ha vigilado muy de cerca los pasos de sus vecinos del sur, entrometiéndose y obligando a los diferentes gobiernos a adoptar las medidas que le convenían y llevándose, por supuesto, una buena tajada.

      Mi espíritu aventurero no olvidaba la situación que se vivía en los países del continente americano, pero nunca pensé que podría sucederme algo que iba a cambiar mi vida para siempre.

      Quería rememorar mis años de viajes por Europa, cuando me colgaba mi mochila al hombro y salía a recorrer el Viejo Continente en esos puntuales y cómodos trenes europeos.

      Era emocionante llegar a cada ciudad, buscar los albergues donde poder dormir y salir inmediatamente a patear las ciudades o pueblos. Quise, pues, emular y recordar aquellos viajes tan hermosos, siendo consciente de que Sudamérica no era Europa. Evidentemente, era otra situación, otra historia, una realidad completamente diferente.

      Tenía que olvidarme de aquellos fabulosos trenes, de la limpieza, la seguridad y el orden en general con el que se vivía en las ciudades europeas.

      Como en todos mis viajes, ya tenía un itinerario preestablecido, que siempre trataba de cumplir en lo posible, a menos que fuese encontrándome complicaciones en alguna de las paradas que me obligasen a cambiar ciertos planes. A veces, un sitio te entusiasma mucho más de lo que habías pensado, y eso también es un motivo para alargar la estancia, aunque sea un par de días más, y disfrutar así de algo que realmente te llena. Nunca se sabe si podrás volver, por eso siempre he intentado disfrutar al máximo de lo que me gusta.

      Disponía de cuarenta días para realizar uno de mis grandes sueños: conocer Machu Picchu. ¿Sería tan impresionante como lo había visto en fotos y postales? ¿No me decepcionaría cuando estuviese frente a tan inmenso monstruo? Había que verlo, era un deseo muy grande y estaba seguro de que merecería la pena, no tenía la menor duda.

      Como colofón, en el mismo viaje y al final, tenía programado visitar las cataratas del Iguazú, impresionantes y majestuosas, tanto por el caudal de agua que llevan como por los parajes en los que se encuentran situadas, una hermosa selva subtropical.

      ¿Serían estos dos lugares los que más me impresionarían o encontraría otros que me llamarían más la atención? Necesitaba llegar hasta allí y, a pesar de la época elegida, abril y mayo, debía tener en cuenta varios detalles y planificar ciertos aspectos con cuidado, ya que hay lugares a los que, en época invernal (aunque aún no había comenzado), no puede accederse por inundaciones o algún otro tipo de inconveniente causado por la climatología. Sin embargo, aunque podría darse esta situación, no era lo que realmente me importaba en ese momento.

      Nunca imaginé lo que el destino me tenía preparado.

      En un instante, mi vida cambió. Aquel domingo 11 de mayo de 1980, mi vida se detuvo en la frontera argentina.

      Me detuvieron junto a Alejandro, otro uruguayo que había conocido hacía pocos días, y nos llevaron presos a la Gendarmería de Orán primero y luego a la cárcel de Salta.

      Los días vividos allí fueron interminables, llenos de interrogantes, de dudas, de miedos, de sufrimiento.

      Me habían arrebatado algo muy preciado: mi libertad.

      Creo que el hecho de que, desde chico, había aprendido a dejar los impulsos de lado, me ayudó a sobrellevar esta situación tan desesperada; pero es cierto que, en algunos momentos, la impotencia y la traumática experiencia que estaba viviendo me superaban y me comía por dentro la idea de gritar y de enfrentarme a todas las personas que, de alguna manera, estaban conspirando contra mí y me habían privado de mi libertad.

      Sé que hay cosas peores, sé que las guerras, el hambre, la miseria, los terremotos, la tortura, las enfermedades, la privación de libertad por defender tus ideas, etc., son penurias que el hombre padece y a las que siempre se encuentra expuesto, pero ¿es justo?, ¿es realmente necesario pasar por estas pruebas para vivir?

      Cuando todo terminó, sentí un inmenso rencor durante muchos meses, pero, a medida que fue pasando el tiempo, las huellas y las marcas de lo sucedido fueron disipándose, de a poco, muy lentamente, pues algo así jamás se olvida y el trauma psicológico me acompañará durante toda mi vida.

      No, nunca olvidaré esta prueba de vida, ya es parte de mí, está dentro de mí, por eso necesito compartirla.

      Intento convencerme de que, de esta manera, podré cerrar esta dura etapa de mi vida.

      La realidad es que sé que no lo lograré, pero ya es hora de plasmar mis pensamientos y vivencias para descargar mi alma y liberarme de tantos y tantos recuerdos y pensamientos oscuros que dieron un gran vuelco a mi vida para siempre.

      Viernes 9 de mayo


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