Historia de la ópera. Roger Alier
de una total ausencia de sentido teatral. Si, como vimos, ya en 1720 Benedetto Marcello se sintió inclinado a burlarse de los excesos del género, con el avance del siglo XVIII acabó siendo general la idea de que había que cambiar la ópera para que fuese un espectáculo más inteligente y menos atado a los caprichos canoros de unos pocos, con el beneplácito pasivo de muchos. Cuando Francesco Algarotti publicó en 1755 su Saggio sull’opera, llamando la atención sobre las absurdidades del género operístico al uso, sus opiniones no tardarían en encontrar una respuesta eficaz, como tendremos ocasión de comentar.
Los géneros serio y bufo no agotaron las posibilidades escénicas de la ópera de estos años: ya desde principios del siglo XVIII abundan las llamadas pastorales y serenatas, generalmente de formato mediano y de tema bucólico o campestre, con pocos personajes (cinco son ya muchos). Su sencilla estructura dramática permitía que fuesen puestas en escena en los salones de algún palacio o incluso en la habitación privada de algún noble o monarca. Sus arias y sus recitativos, algo menores en número, no se diferenciaban en gran cosa respecto a los de la ópera seria.
XVI. LA ÓPERA VENECIANA A PARTIR DE 1700
La antigua tradición operística veneciana sufrió una fuerte transformación a partir de los primeros años del siglo XVIII, cuando se fue imponiendo el modelo napolitano y esa clara división entre ópera seria y bufa que fue su resultado más importante.
En el campo de la ópera seria se distinguieron de modo especial algunos compositores que el mundo occidental ha descubierto con el auge de la música instrumental barroca, y que por esta razón son todavía mal conocidos por lo que a sus aportaciones operísticas se refiere: Antonio Vivaldi (1678-1741) y Tommaso Albinoni (1671-1750). Por lo que se refiere al primero, la ola de reconocimiento universal que lo ha llevado a la cumbre del barroco musical a lo largo del pasado siglo XX, ha servido para dar a conocer algunas de sus grandes creaciones operísticas: entre las más divulgadas podemos mencionar L’Orlando furioso (1727) y L’Olimpiade (1734), aunque la primera que fue dada a conocer fue La fida ninfa (1732). Excepto en festivales y ocasiones especiales, las óperas de Vivaldi rara vez alcanzan los teatros, y van siendo dadas a conocer mediante grabaciones discográficas, y aún éstas sometidas a drásticos cortes por la excesiva longitud de las partituras. En cuanto a Albinoni, sus producciones, las pocas que no están perdidas, se hallan todavía en un limbo poco fácil de difundir, aunque en el campo del disco pueden encontrarse un par de títulos editados, uno de los cuales es el intermezzo Pimpinone (1724), sobre el mismo tema que la pieza de Telemann de idéntico título.
Vivaldi se sujeta sin muchos cambios a la nueva estructura de las arias da capo y crea un tipo de espectáculo vocalmente muy brillante, pero teatralmente convencional. En sus partituras, la coloratura está a la orden del día para todos sus personajes, especialmente para los femeninos y los destinados a castrati; ocasionalmente introduce en las óperas algunas ideas de su música instrumental (como un tema de Las cuatro estaciones en un aria de su Orlando furioso).
Vivaldi no fue sólo autor de óperas, sino también empresario y llevó una vida muy activa en este campo durante los años centrales de su carrera, manteniendo incluso relaciones con alguna cantante, pese a su condición de sacerdote (que probablemente ocultaba). Obtuvo notables éxitos musicales y fue bien recibido tanto en la corte de Viena como en la pontificia, donde el papa Inocencio XIII lo felicitó después de una función, ignorando sin duda que tenía delante a un sacerdote de vida azarosa.
Ya se ha citado más arriba la ridiculización que en 1720 hizo el compositor de estirpe noble, Benedetto Marcello, de los defectos e incongruencias de las óperas. Parece seguro que Marcello quiso atacar con su libro la labor operística del «plebeyo» Vivaldi, pero el resultado de su libro, un verdadero best-seller de la literatura musical italiana de su siglo, fue proporcionar material para docenas de óperas estrenadas a partir de entonces y basadas en las pequeñas rencillas de un teatro de ópera con su angustiado empresario y toda la gente que trataba de vivir a su costa.
Retrato del músico Antonio Vivaldi (1678-1741).
Es preciso citar aquí, al margen de los compositores venecianos de estos años, la presencia en Venecia del más tarde célebre compositor alemán Georg Friedrich Händel (1685-1759), que se había adherido a las nuevas normas de construcción operística (parece que conoció personalmente a Alessandro Scarlatti en Roma, y en todo caso fue amigo de su hijo Domenico). Händel obtuvo un éxito inmenso con su ópera Agrippina (1709), y probablemente fue este hecho el que acabó de decidir a los compositores venecianos a adoptar los esquemas operísticos procedentes de Nápoles. Después, cuando Händel pasó a Alemania y a Londres, escribió una considerable cantidad de óperas serias y algunas pastorales, en todas las cuales seguía fielmente el nuevo modelo de ópera que había aprendido en Italia.
La ópera bufa en Venecia
Aunque menos divulgada que la napolitana, hubo también en Venecia una corriente de adaptación del lenguaje operístico al género cómico, a mediados del siglo XVIII. Uno de los impulsos de esta corriente fue la brillante carrera literaria que desarrollaría en Venecia el comediógrafo Carlo Goldoni (1707-1793). Este escritor había sabido introducir en sus comedias unos temas humanos y unos recursos escénicos basados en la brillantez de las situaciones y del diálogo y en la exposición de una idea moral brillantemente ejemplificada a través de la sátira de los pequeños vicios cotidianos de la burguesía, contrastados con las astucias de los personajes socialmente menos afortunados, que ocupan los puestos de criados o sirvientas característicos de la antigua commedia dell’arte, pero con una dialéctica nueva, más moderna, urbana y civil que les sirve para ocultar mejor sus propósitos a la hora de favorecer a los personajes «positivos» de la obra y burlarse de los «negativos».
Desgraciadamente, los profesores de literatura suelen desconocer las vinculaciones de algunos escritores con la música, y el hecho de que Goldoni fuese, de hecho, el libretista de las mejores óperas de su tiempo pasa casi del todo inadvertido, como, por ejemplo, lo es también en España la importante labor operística y teatral de don Ramón de la Cruz, en la misma época.
El gran éxito de las comedias de Goldoni anduvo parejo con el de las óperas bufas escritas por algunos compositores hábiles, entre los que hay que destacar, en primer lugar, el veneciano Baldassare Galuppi (1706-1785), llamado «il Buranello» por ser nacido en Burano. Este compositor escribió entre 1740 y 1760 una larga serie de óperas bufas de tema goldoniano que dieron la vuelta por los mejores teatros de Europa con un gran éxito, equivalente al de los mejores compositores napolitanos. Entre los títulos hoy mejor conocidos de Galuppi (no del «gran público», por supuesto) hay que mencionar la graciosa sátira L’Arcadia in Brenta (1749), con una escena bufa de estornudos que se hizo famosa; Il mondo della luna (1750), con un argumento que usarían también Haydn, Paisiello, y otros para construir nuevas partituras del mismo título; Le pescatrici (1753); Il filosofo di campagna (1754, que se representó en varias ciudades españolas), y otras muchas. La música de Galuppi es refinada, con fuertes dosis de elementos galantes propios de su época, y un sentido melódico muy desarrollado. Naturalmente, es al mundo del disco al que hay que agradecer la recuperación de muchos de sus títulos, algunos de los cuales aparecen a veces en algunos festivales veraniegos con solera.
Grabado de Baldassare Galuppi, realizado por G. Bernasconi.
Aunque hubo otros compositores de calidad activos en la Venecia de los años centrales del siglo XVIII, el único que ha merecido alguna atención modernamente es Ferdinando Gasparo Bertoni (1725-1813), autor de un apreciado Tancredi (1766) y autor de un curioso Orfeo ed Euridice (1776) sobre el mismo libreto de Calzabigi que había utilizado Gluck en 1762.
Baldassare Galuppi tuvo tanta fama en la Europa de su tiempo que fue el primero de los