María Claudia Falcone. Leonardo Marcote

María Claudia Falcone - Leonardo Marcote


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“Pensá que es cierto que el pueblo trabajador, en la segunda mitad de los años ‘40, vivió el período más feliz de su vida y que los gobiernos civiles truchos y militares feroces que han venido después no hicieron más que intentar dinamitar los cimientos de esa patria con justicia social y sobre todo con inclusión y desarrollo equitativo.

      “Me da la impresión de que no le perdonamos a nuestros padres el hecho de haber sido tan permisivos con el poder. De haber puesto como prioridad la negociación y una negociación en la que siempre salían perdiendo, parecía una lucha en la que terminaban dando la otra mejilla.

      “También es cierto que nuestra generación crece a patadas, porque estos 18 años que atraviesan los mejores años de la vida de un joven, con restricciones, pollera larga, pelo corto, revistas pornográficas que llegaban de importación y en la mesa de revelado de fotos le borraban la rayita del pubis a las minas. O sea, un nivel de cercenamiento de las libertades públicas y de presupuestos elementales de la cultura que eran actos de violencia cotidiana muy severas.

      “Entonces, esa generación responde con una carga profunda de amor, pero cuando el amor no fortalece, fortalece el odio y no un odio bíblico condenable en el fuego eterno del infierno, sino el odio merecido de un enemigo que no tiene piedad, que es capaz de bombardear con aviones de la Marina bendecidos por la curia, una plaza llena de hombres, mujeres y chicos. Un odio que es capaz de fusilar en los basurales de José León Suárez sin ninguna legalidad. Una acumulación de vejámenes, la prohibición de nombrar a Perón y a Evita, los que con su nobleza le dieron dignidad al pueblo argentino. Entonces nuestra generación crece a las patadas y con todas las puertas cerradas”.

      Ernesto Guevara de la Serna, El “Che”, revolucionario que con su concepción del hombre nuevo atravesó la militancia de Jorge y María Claudia, dijo en su discurso de abril de 1967, en la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así. Un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”.

      “Ver el dolor de mis padres, ver a mi padre con un pasaporte negado para irse de luna de miel, ver a mi madre que se quedaba después de hora educando a los pibes más cabezadura en colegios de morondanga, ver a mi padre salvado por las obras sociales del movimiento obrero organizado volver en una Ford destartalada que era de su abuelo, porque ni plata para tener un auto propio tenía. Vivíamos en una casa heredada por una generación anterior que era la generación de la prosperidad”.

      Jorge se emociona hasta las lágrimas al recordar a su padre, al recordar la lucha de ambos, la lucha de una generación que se animó y creyó que la liberación era posible, que los sueños postergados eran posibles.

      “Verlo a mi padre putear en voz baja y en privado los errores del peronismo, y defenderlo con hidalguía en público, aunque le llenaran la cara de dedos. Acompañarlo en ese fortacho a que le paguen una consulta médica en el suburbio con media docena de huevos o un pollo. La construcción de la autoridad de un padre y el respeto, no pasa por el chamuyo, pasa porque vos veas que ese tipo no es verso, que está ahí haciendo y poniendo el lomo.

      “Para no hablar lo que hizo después, más adelante, llevado a curar, en el baúl de un auto clandestino, a un compañero herido de un cuetazo en el tobillo, o llevando gelamón (explosivo de alto poder destructivo) en el baúl de su auto, con un pobre flaco con una bicicleta que chiflaba si en las esquinas veía algún peligro. Y si veía algún peligro había que dejar el auto con la patente legal de mi viejo, irnos a la mierda y el tipo tenía que cambiar el documento. El doctor Falcone, uno de los cirujanos más prestigiosos de la ciudad de La Plata pasaba a la clandestinidad conmigo si nos cagaban, porque el auto era adquisición legal, no era un auto afanado. El tipo ponía el cuerpo. Entonces también hay una dimensión íntima, la dimensión ética de decir ‘no, no me banco que a mi pueblo le hagan esto’, que es lo principal. Pero después esta la sensación de que ese tipo no se merecía sufrir. Mi vieja y mi viejo no se merecían sufrir, y esto también multiplícalo en proyección geométrica. Al pueblo argentino le tocaron el culo muchos años, le bailaron un malambo encima y eso también te pone pila para salir a la calle y correr riesgos”.

      Claudia, 16 de Agosto de 1975.

      LOS FALCONE

      NELVA ALICIA Méndez y Jorge Ademar Falcone se casaron el 18 de marzo de 1948, en la ciudad de La Plata.

      Nelva nació el 16 de junio de 1927, hija de Manuela Ángela Domínguez y del poeta Delfor Méndez, autor de la letra del himno de Gimnasia y Esgrima de La Plata.

      Jorge, también platense, nació el 26 de abril de 1918. Hijo de María Teresa Matera y de Clemente Cayetano Falcone Graniero.

      Se recibió de médico en 1943, y luego realizó estudios de Escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes. Fue el primer Subsecretario de Salud Pública, 1947-1950; Intendente de la Ciudad de La Plata, 1949-1950; y Senador Provincial Presidente de la Comisión de Obras Públicas del Senado entre 1950 y 1952. Como militante de la causa nacional, se alzó junto al general Juan José Valle y el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno el 9 de junio de 1956, cuando la denominada “Revolución Libertadora” derrocó al gobierno popular de Juan Domingo Perón.

      “Fue detenido el 10 de junio a la noche, mientras me estaba contando un cuento que quedó por la mitad”, recuerda Jorge hijo. “A partir de allí lo recuerdo uniformado de gris en un lugar que después supe era el penal de Olmos. En la misma celda estaba Juan Carlos Livraga –sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez– ambos sentenciados por Pedro Eugenio Aramburu. Ante la repercusión internacional del caso, Aramburu y Rojas reconsideran la medida. Mi padre no tenía donde caerse muerto y fue el movimiento obrero organizado el que le da trabajo en los duros años de persecución”.

      Con la vuelta del peronismo al poder, en 1973, Falcone ocupó el cargo de director del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados (INSSJP), Delegación La Plata, hasta el Golpe de Estado de 1976, cuando fue desplazado de su cargo.

      Nelva era ama de casa y maestra de escuela pública. Había colaborado en la campaña por el voto femenino, siendo delegada juvenil, a mediados de los años ‘50. Con la desaparición de María Claudia comenzó a reunirse con madres que habían pasado por su misma tragedia; fue una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora. En Democracia fue secretaria de DDHH del PJ local; y en 1999 fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de La Plata.

      Luego de casarse, la pareja se fue a vivir a la casa de la calle 8, propiedad de Clemente y María Teresa, muy cerca de Plaza Rocha, y a sólo dos cuadras de Bellas Artes.

      En esa misma casa Nelva y Falcone padre vieron crecer y soñar a sus dos hijos, pero también vieron irrumpir a las patotas de la Revolución Libertadora primero; y luego las del Terrorismo de Estado. La casa de los Falcone fue allanada en cuatro oportunidades, el 9 de junio 1956, detención de Jorge Ademar ; dos veces en 1976, la primera luego de un incidente en la cancha de Estudiantes de La Plata, la segunda luego del secuestro de María Claudia, el 16 de septiembre de 1976 ; y el 13 de abril de 1977, en donde se produce la detención y secuestro de la pareja, a quienes– los Grupos de Tareas de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz– los trasladan encapuchados al Centro Clandestino “La Cacha”, donde permanecieron como detenidos-desaparecidos por diez días.

      En tiempos de proscripciones del peronismo la economía de la familia se nutrió básicamente de los pacientes que Falcone visitaba a domicilio –muchas veces le pagaban con huevos o gallinas–; de los esporádicos honorarios de su padre, martillero público, de la pensión de su madre, docente jubilada; y del sueldo de Nelva, docente en ejercicio en una escuela pública. Vivían los seis juntos.

      La relación de Nelva con su suegra no era la mejor.

      “Aún


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