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de la hermenéutica,14 que consideraban la realidad histórica en que tienen lugar los hechos naturales y la experiencia personal del investigador impregnada de valores, que no puede evadirse, con lo que intentaba hacernos ver la unidad comprehensiva y compleja del propio ser humano. El hombre, la mujer, somos quienes conocemos a la naturaleza física y a la naturaleza humana y ese conocimiento es búsqueda de la verdad, luego de un proceso cognoscitivo que incluye el juicio, el razonamiento y la dimensión espiritual humana en su contacto con la realidad.
El interés de los seres humanos por el conocimiento de la verdad no tiene límites. Dilthey denunciaba que gran parte de la filosofía del siglo xix se había desarrollado de manera materialista, reduciendo el espíritu humano a un mero epifenómeno de la materia (marxismo), es decir, materia “sublimada” (pero finalmente materia), o a un estadio superado del progreso humano (positivismo),15 donde lo fundamental eran los hechos. “La naturaleza se explica. La vida del espíritu se comprende” (“Die Natur wird erklärt. Das Leben des Geistes wird verstanden“), proponía Wilhelm Dilthey.
En alguna medida V. R. Potter tenía esta misma preocupación ante el panorama ilustrado y positivista de exclusión y separación en el campo de la cultura y de la ciencias de su tiempo, que percibía con toda nitidez, entre la biología y la ética; por ello propuso a la bioética como el nuevo tipo de sabiduría en acción que podría hacerse cargo del dilema aparentemente irresoluble entre “el mundo de los hechos” y “el mundo de los valores”, y entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. Para él, la bioética era la ciencia que podía tender el puente entre esos dos mundos en apariencia tan distintos, al grado que la propuso como la ciencia de la supervivencia, ¡del total ecosistema! ¿Tenía razón?
Por lo pronto se daba cuenta de las debilidades del pensamiento moderno y su confianza desmedida en el dominio de la razón instrumental de la naturaleza fundamentada en la promesa (utópica) de un progreso indefinido en bien de la humanidad; los hechos tristemente mostraban lo contrario a esa esperanza, como quedó expuesto con las dos grandes guerras del siglo xx, cuya culminación a nivel de desarrollo de la física, fue la fisión nuclear del átomo y cuya aplicación a gran escala estuvo a cargo del Proyecto Manhattan,16 liderado por Julius Robert Oppenheimer, científico responsable de fabricar la bomba atómica, que mató a millones de personas, y provocó un gran deterioro ambiental por las radiaciones emitidas y la contaminación provocada, y que hoy se considera como un experimento de terror y muerte. Es por esto que la bioética nació como una respuesta científico-filosófica a la crisis del pensamiento ilustrado y vinculada a la propuesta ecológica de la defensa de la naturaleza, pero ¿de qué naturaleza hablamos?
3. ¿De qué naturaleza hablamos?
En 1970 la noción de naturaleza adquiere gran significación para la bioética, pero ¿de qué naturaleza estamos hablando?
3.1. La noción de naturaleza en sentido clásico
La noción de naturaleza es una noción compleja que se conoce desde la Antigüedad: Aristóteles la vinculaba a la esencia,17 pero después, con el giro epistemológico de la modernidad adquirió un sentido distinto, que explicaremos brevemente.
La noción clásica de naturaleza propuesta por Aristóteles es la physis (fisis), que tiene al menos cinco sentidos:18 uno de ellos lo aplica a la sustancia19 de los seres animados o inanimados en general y otro a la vinculación de la noción de sustancia con la esencia de los seres existentes. En la expresión sustancia20 (ousía) incluye a los cuerpos simples (fuego, tierra, agua, etc.) y a los compuestos de éstos, así como a los animales, plantas y seres humanos, con lo cual no manifiesta ningún desprecio hacia la dimensión biológico-material de lo existente como lo muestra en su Metafísica, libro V, vocablo sustancia. Para el filósofo griego, decir sustancia es referirse al “sujeto último que ya no se predica de otro”,21 y al que se vinculan otro tipo de seres no sustanciales a los que llama accidentes que —en la esfera de lo real— para existir “son inherentes a algo en cuanto tal sin pertenecer a la sustancia”, y eso les hace existir, por ejemplo, el peso de una persona es modificable si hay obesidad, o recuperar peso si se trata de una persona muy delgada. Es un tipo de realidad a lo que Aristóteles llamaba “accidente” como categoría de lo real. Como es de sobra conocido, sustancias y accidentes son categorías fundamentales de su nomenclatura ontológica, porque hacen referencia al mundo real y no al de las ideas como “la verdadera realidad” en la cosmovisión de Platón.
En este terreno —de lo real— cualquier ente sustancial en la búsqueda de su fin propio, busca su bien,22 su perfección natural, si no se altera su esencia y las leyes que le rigen; si ocurre lo contrario, se producen alteraciones como muestran, a siglos de distancia, por ejemplo, los recientes descubrimientos en torno al descuido del ambiente y la proliferación de gases tóxicos que han traído como consecuencia el adelgazamiento de la capa de ozono, el cambio climático y el efecto invernadero; otro caso actual es el de la manipulación genética de diversas especies y productos naturales, los llamados “organismos genéticamente modificados”, que si los ingerimos pueden producir diversos daños a la salud, entre ellos cáncer,como ha alertado el biólogo molecular. Gilles Eric Séralini de la Comisión Europea en Transgénicos, en relación con el maíz NK603 de Monsanto.
Imagen 1.2. Efectos del adelgazamiento de la capa de ozono, que se traducen en el cambio climático que se vive en la actualidad. Y en el caso del maíz, elementos transgénicos, potencialmente dañinos a la salud.
La propuesta de Aristóteles en torno a la noción de naturaleza es filosófica de carácter ontológico-metafísico, más que física o biológica, como ocurre en el pensamiento moderno, por lo que en su planteamiento se abarcan todas las sustancias naturales, incluido el ser humano, a quien Boecio (siglo V d. C.) definió como “persona”, inspirándose en la noción de sustancia aristotélica y las aportaciones de la tradición cristiana. Para Boecio la persona humana es una “sustancia individual de naturaleza racional” (persona est rationalis naturae individua substancia),23 con lo que quería expresar un modo de ser específico que indica corporeidad, racionalidad, apertura, comunicabilidad, trascendencia… y —en nuestra interpretación— espiritualidad, aun cuando Boecio no la mencione explícitamente, pero se descubre en la apertura racional y volitiva a los demás, al otro, a los otros, a la naturaleza, al infinito, a todo el orden creado y a su causa última, que es Dios. Estas aseveraciones son sólo una consecuencia de lo dicho por Aristóteles en De Anima, texto en donde expresa: “El alma humana puede hacerse todas las cosas”.24
En la formulación de Boecio en torno a la persona, y asumida críticamente por filósofos de diversas épocas, como Tomás de Aquino y Pico de la Mirándola, encontramos una línea de continuidad doctrinaria que llega hasta nuestros días, y en donde confluyen dos de las más relevantes tradiciones culturales y filosóficas del Occidente que únicamente mencionamos: la clásica de inspiración griega en seguimiento de Aristóteles y el pensamiento cristiano con su valiosa aportación de la noción de persona. Tal concepto (“persona”) es el fundamento natural de los derechos de las personas en nuestros días y lo recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos proclamada por la onu en 1948,25 y cuya vigencia es intemporal por recoger intuiciones y prescripciones básicas emanadas de la naturaleza humana.
Ser persona, en nivel ontológico, indica que nuestra estructura existencial está integrada de cuerpo y espíritu en la unidad de nuestro ser, lo cual nos confiere una dignidad y características de superioridad sobre otros seres vivos, sean animales o plantas; este enfoque no es antropocentrismo ni mucho menos especismo,26 como han sostenido algunos autores, como el británico Richard Ryder, o su continuador, Peter Singer, de quienes puedo afirmar que caen en una sobrevaloración de las especies animales por su ánimo de defender los derechos de los animales (que por cierto, nunca he atacado, por tratarse de seres vivos y formar parte del ecosistema global que debemos resguardar), en detrimento del lugar que como seres humanos tenemos, no por mérito propio, sino por una diferencia