Gabriel García Márquez. Nuevas lecturas. Juan Moreno Blanco
rel="nofollow" href="#u7457cd96-950c-4c1d-b50a-3feb20051d22">Gabriel García Márquez: heredero de FranÇois Rabelais
El mundo religioso en García Márquez
Invenciones garciamarquianas del criollo en Cien años de soledad y en Del amor y otros demonios
A la memoria de Carlos Rincón, Maestro
Prólogo
El presente libro misceláneo, compuesto por ensayos inéditos y publicados en la última década, propone al lector claves contemporáneas de lectura de la obra garciamarquiana. Estas claves se alejan de la valoración exótica o exotista del escritor colombiano tan frecuente en el siglo xx y se relacionan más con la diversidad de contextos culturales, históricos, crítico-literarios, políticos o escriturales, cuyo fragor acompañó o motivó esta escritura.
Si aceptamos el principio de que cada época tiene su propia recepción de una obra, los ensayos aquí reunidos pueden dar indicio de las miradas, las perspectivas conceptuales, las coyunturas y las problemáticas suscitadas en esta segunda década del siglo xxi por un autor que sigue siendo tan central en el horizonte de la literatura latinoamericana y mundial.
Ariel Castillo, Diógenes Fajardo Valenzuela y Piedad Bonnett hacen su lectura desde los contextos latinoamericano y colombiano que sitúan, y resignifican, la creación del Nobel colombiano en entramados muy precisos; los estudios de Carlos-Germán van der Linde y Moisés Limia sobre los géneros crónica y reportaje, nos recuerdan la gran importancia de la dimensión periodística de la escritura de García Márquez; sobre Cien años de soledad Elizabeth Montes Garcés, Adelaida López-Mejía, Hernando Estévez Cuervo y Álvaro Santana Acuña adoptan ópticas valorativas desde la perspectiva crítica de lo poscolonial, la mirada de género, la lectura filosófica y, gracias a una profunda investigación documental, su recepción crítica e impacto singular en el mercado del libro; los enfoques de Marco Katz Montiel y Kristine Vanden Berghe de El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada, respectivamente, revelan niveles de sentido y motivos estéticos y socioculturales que solo agudas claves de lectura podían lograr surgir en esta poética narrativa; María Isabel Martínez se concentra en los temas del viaje y la percepción latinoamericana de Europa que nos permiten ver la singularidad de Doce cuentos peregrinos dentro de la narrativa breve de nuestro autor; Álvaro Bautista Cabrera y Hernán Toro desde la perspectiva comparatista abordan dos de las influencias literarias presentes en la narrativa garciamarquiana; Carmiña Navia Velasco Velasco elucida, y relativiza, la importancia del ámbito religioso en los personajes y las tramas de García Márquez; por último, en una mirada que compara la infancia criolla en Cien años de soledad y en Del amor y otros demonios, propongo valorar a estos personajes por su lejanía y cercanía con las pertenencias culturales del autor magdalenense.
Estas lecturas vuelven a mostrarnos que la inagotable figura central de la cultura colombiana, a pesar de su desaparición física, seguirá dándonos con el paso de las décadas nuevos matices, pliegues y profundidades del sentido de su obra a través de la cual comprendemos mejor nuestra historia y nuestro presente.
Juan Moreno Blanco
Fidel Castro y Gabriel García Márquez o la política y las letras en Hispanoamérica
Ariel Castillo Mier
Ahora van a ver quién soy yo, se dijo, con su nuevo vozarrón de hombre, muchos años después de que viera por primera vez el trasatlántico inmenso…
Gabriel García Márquez.
«El último viaje del buque fantasma»
… contra un hombre invencible no
había más armas que la amistad
Gabriel García Márquez
El otoño del patriarca
–No me gustan los que pierden el poder
Gabriel García Márquez
citado en Franqui (2006, p. 370)
Polémicos los dos, pero casi siempre triunfadores, tras una ardua vida en la que se ganaron la gloria a puro pulso; capaces ambos de generar amores y odios extremos, pero también merecedores del reconocimiento universal, Fidel Castro Ruz y Gabriel García Márquez fueron, sin duda, cada uno en su campo respectivo, la política y las letras, los hispanoamericanos más importantes y populares en el siglo xx.
Blanco y alto, imponente y apuesto, hijo de latifundista, nacido en el año de uno de los ciclones más devastadores de la historia de Cuba, Fidel Alejandro Castro, tras más de un lustro de lucha contra la trágica tiranía batistiana y su horror de torturas, desapariciones y asesinatos de miles de jóvenes, entró en La Habana el 8 de enero de 1959, de manera apoteósica, liderando una banda de (doce) barbudos vestidos de verde oliva y con puros encendidos, que bajaban, en jeeps, de las montañas de la Sierra Maestra, hasta entonces clandestinos. De la guerra de las balas se pasaba a la ofensiva de las imágenes mediáticas, bajo el acoso de fotógrafos, reflectores, reporteros, cámaras de cine y televisión.
Dictador mulato de estirpe campesina, que había pasado de machetero de la United Fruit Company a sargento, a taquígrafo, a millonario mundial, a presidente, caído en desgracia con los Estados Unidos, que le cerraron el suministro de armas, debiendo entonces apelar apurado a los fusiles arcaicos que le mandó su colega dominicano Leonidas Trujillo, el «negro» Fulgencio Batista y Zaldívar –a quien, por su origen, la clase alta de La Habana no lo dejaba entrar al Country Club–, desmoralizado, se negó a combatir y, para sorpresa de la burguesía cubana, los políticos, la Iglesia, el ejército y la misma embajada norteamericana huyó a Santo Domingo, sin olvidarse, por supuesto, de los numerosos baúles repletos del dinero saqueado al tesoro público con el cual había amasado una fabulosa fortuna.
A partir de entonces, la figura joven, deportiva y dinámica de Castro, con aires de héroe griego, impuso, apoyándose en el poder de los medios masivos, su porte soberbio de barbas vehementes, habano humeante, botas castrenses, pistolones mellizos y uniforme de campaña, como ícono del revolucionario, y se convirtió no solo en un hito con ribetes homéricos en la historia de América Latina, sino que también alcanzó una trascendencia continental y planetaria, en plena Guerra Fría, y mucho después.
Asimismo, la pequeña nación antillana, «ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal» (García Márquez, 1988, p. 27), los potentes y grandes Estados Unidos, se volvió noticia mundial y atrajo la atención hacia un continente ampliamente desconocido, aunque minuciosa y persistentemente explotado. La Revolución generó una transformación profunda en la vida de Cuba –el hundimiento de viejos privilegios y jerarquías, la resurrección de los ideales de justicia, democracia, educación e igualdad– y la esperanza en el inicio, por fin, de la era de dignidad, independencia y libertad, frustradas desde la independencia de España. El país pasó pronto de pintoresco «burdel de negros», paraíso de la rumba y patio trasero de los potentados gringos, a protagonista de la política mundial gracias a su fresca propuesta de revolución. Como reacción contra el bloqueo económico