Hijos del fuego, herederos del hielo. Aimara Larceg

Hijos del fuego, herederos del hielo - Aimara Larceg


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a la humanidad durante siglos. Para ser exactos, más de quinientos años –Elwinda tenía algo que lo impulsaba a despreciarla, era una sensación tan natural como cualquier otra. Una parte de él sabía que era injusto, sin embargo no era el momento de tomar el consejo de Drystan.

      –Lo sé. He leído mucho acerca de ellos, los investigo... ¿Por qué necesito darte tantas explicaciones? La necesito, no puedes negármela.

      –Claro que puedo, y lo haré. Para llevártela vas a tener que pasar sobre mi cadáver. Aléjate de ella, y del resto de mis criaturas, ¿Crees que no sé cuánto esperas una mínima distracción para mantener contacto con ellos? Eres un demonio enfundado en una piel bonita. No vas a hacer lo que se te antoje con ellos.

      –Cuándo hablas así suenas igual a nuestro padre –esta vez se le escapó una risa que ahogó con una mano, si tan solo supiera... Estuvo a punto de responderle con un comentario jocoso, pero algo la distrajo: la visión fugaz de una sombra en el espejo. Volteó hacia él sorprendida–, ¿Aún no lo has aceptado? ¡Maldito seas, Dylen! Si no lo haces, lo haré yo.

      –Adelante, hazlo –buscó su pipa para encenderla. Si quería quedarse con el espíritu familiar para continuar haciendo de las suyas, que lo hiciera. El espíritu familiar era una entidad presente en su clan desde el origen de los tiempos, heredado de padres a hijos, servía al amo de turno para potenciar sus poderes mágicos y brindar protección. Una vez muerto su padre, había quedado libre por completo. No dejaba de acosarlo y perseguirlo para comenzar el pacto. Su principal característica era que solo obedecía a los hombres, se alimentaba de su energía vital hasta consumirla por completo, como lo había hecho con su padre, con su abuelo, y todos los hombres pertenecientes al clan. No creía que su hermana pudiera con él, de todas maneras le daba igual.

      –Ese es tu problema y tu ruina, Dylen. Naciste en la senda oscura y jamás podrás borrar ese hecho. Está en tu sangre, los Dirkon siempre fuimos magos oscuros poderosos. Dentro de ti la magia permanece latente, esperando a que la liberen. Tarde o temprano tendrás que hacerlo y no habrá vuelta atrás. Cuando te des cuenta de lo poderoso que eres, tu visión de la vida cambiará.

      –Estupideces –murmuró para sí mismo. Cerró los ojos y se frotó los lagrimales con dos dedos. La necesitaba lejos. Tras un suspiro encendió la pipa y se levantó despacio–. Te doy tres días para empacar tus cosas e irte a otra parte, ya no te quiero aquí. Intentas corromper a mis muchachos, a mí mismo. Eres insaciable...

      –Libre, querrás decir –también se puso de pie, sosteniendo las cosas a la altura de la cadera.

      –Eres una Dirkon hecha y derecha –dijo después de una calada a la pipa–. Esta sangre maldita debe morir con nosotros. Te alejarás de aquí y no volverás, la decisión de mi padre de negarte todo título o propiedad sigue en pie. Tampoco recibirás dinero. Aunque puedes hacer lo que quieras con el espíritu familiar, eso no me molesta –caminó despacio hasta situarse frente al fuego, dándole la espalda–. Qué pena siento por Drystan, me compadezco de él. No sé qué le hiciste para que te adore tanto, pero no te lo mereces. Estar contigo será su ruina.

      –A veces pienso que sería genial haber crecido con alguien que me apoye. Pero eso es imposible, jamás cambiarás –se retiró de la habitación, ya no importaban los temas pendientes. Su hermano jamás cambiaría, que se pudriera allí con sus muebles antiguos, sus costumbres añejas y sus ideales obsoletos. La ruina estaba allí, en ese lugar en donde el tiempo jamás avanzaba.

      Su vieja habitación le supuso un trabajo físico agotador, pero después de dejar el pasillo repleto de muebles consumidos por los insectos y la humedad, por fin pudo distraerse anotando observaciones acerca de la experiencia con Lennox y respondiendo preguntas que en esos momentos se le hacían estúpidas: «¿Por qué los Sanguine tendrán una anatomía similar a la humana, incluyendo los órganos reproductores, si no los necesitan?», «¿Las hembras Sanguine sienten las mismas emociones que los machos?», «¿Existirá alguna manera de conectar con ellos más allá de los lazos emocionales?», «¿Pueden los Sanguine hembra ser estimuladas eróticamente? ¿Y qué hay de los machos? ¿Qué sentido y finalidad tendría esto?». Aquellas y otras preguntas fueron respondidas con calma hasta que todo rastro de enfado desapareció. Cuando terminó, cerró la tapa del tintero, colocó la pluma dentro de la libreta y se puso a revisar sus viejas pertenencias. Se llevaría la mayoría: libros antiguos, artefactos mágicos, el pequeño laboratorio de pociones, los frascos en donde aún se conservaban minerales o plantas mágicas. Con un poco de suerte, todos volverían a ser funcionales. Además a Drystan le fascinarían los libros. En algunos de ellos aún se podían ver las viejas anotaciones de una Elwinda aprendiz de magia joven, rebelde, llena de interrogantes. Leyó algunas con nostalgia y se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado. Al abrir un libro de necromancia, un mensaje la hizo sonreír: «Con amor, para Elwinda, cuya curiosidad no tiene límites, ¡Feliz cumpleaños! ¡Ánimos! Ambos lo lograremos, tengo mucha fe en ti. Jace.»

      Jace... La melancolía la invadió. Lo último que supo, era que comenzaba a convertirse en un coleccionista asiduo de artefactos mágicos. Para ese entonces su relación estaba rota, ni siquiera se hablaban. Él ya era feliz con otra muchacha y se había olvidado de ella. Qué irónico era pensar que las personas solo eran felices luego de superarla. En ese entonces, ella aún era una criatura inocente que no conocía el peso de esa maldición. Quizá Dylen tuviera razón, tal vez con el paso del tiempo se hubiera convertido en un demonio enfundado en una piel bonita. Suspiró. Las cosas no se empacarían solas y el tiempo le pisaba los talones.

      Metió los artefactos mágicos junto al laboratorio de pociones en un baúl de madera y le aseguró la tapa con unas correas. Sujetó los libros apilados de manera que no pesaran tanto. Aseguró las tapas de los frascos que contenían minerales y los metió en una pequeña bolsa de tela. Al terminar solo quedó una cosa por hacer, se dirigió al espejo más cercano en busca del espíritu familiar. Drystan aún dormía plácidamente.

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