El regreso del circo. Alfredo Gaete Briseño
claro. A las siete y a las diez. Tienen que ir a la inauguración. Habrá una primera función este viernes en la noche, después celebraremos un rato y esperamos que los cuatro vayan.
Todos movieron con energía la cabeza en señal de aprobación. Miguel se mostró el más entusiasmado.
―¡Por supuesto, ahí estaremos! Y hablando de celebrar, en la tarde haremos un bailoteo, esperamos que ustedes vayan. Nos juntamos con los otros chiquillos casi todas las tardes. Hay buena música y podemos bailar. ―Observó a Sofía, quien echó una mirada rápida a su hermana y sus primos, y la devolvió a él.
―Sería buenísimo, pero tendremos que preguntarle a mi papá.
―Pero eso es a las ocho, no van a trabajar a esa hora, ¿no? Total, hoy es miércoles y no tendrán función hasta pasado mañana.
―No, por supuesto que no trabajaremos, pero igual tenemos que pedir permiso.
―Yo se los pido.
―No, Migue, gracias, no creo que sea necesario. Nosotras lo haremos.
―Entonces irán.
―Sí, yo creo que sí, pero igual tenemos que preguntarle. ¿Qué dicen ustedes? ―Sofía llevó la mirada hacia Juan.
―Por supuesto que sí. El tío es buena persona y entiende que no todo debe ser trabajo. También tenemos derecho a distraernos un poco.
La cabeza de Marco afirmó con efusión.
―No sé si te den permiso, querido hermano, todavía eres muy chico.
Marco lo miró con furia.
―Tú no te preocupes, inventaremos alguna excusa para que te dejen.
―Gracias, Sofía. Yo sé que ustedes me ayudarán.
―Sí, pero conste que no depende cien por ciento de nosotras, así que no te lo podemos prometer.
―Ya, pero hagan todo lo posible.
―Sí, quédate tranquilo, y si es necesario Juan nos ayudará. ¿Cierto, primo?
―Sí, cierto, aunque no sé por qué este cabro chico tiene que andar siempre a la siga nuestra.
―Es verdad, pero por otro lado acuérdate que hace muy poco nosotras teníamos su edad, con la diferencia de que teníamos hartos amigos, en cambio él está muy solo.
―Está bien, Marco, podrás venir con nosotros.
―Gracias, hermano.
Miguel dirigió su mirada hacia Horacio, quien de inmediato se dio por aludido. La voz le salió muy baja.
―Yo creo que sí, por la misma razón que estoy aquí. Mi papá no se sentía bien y quería descansar, incluso esperaba dormir un rato.
―Es muy buena persona, a pesar de lo mal que se siente.
―Sí, es cierto. En todo caso, para él y mi mamá es mejor que, si no está de ánimo para jugar ni ver tele, yo me desaparezca. Ella dice que con eso le ayudo, que no tiene que andar encargándose de mí ni de mi cara de lata…
―Y ustedes, ¿se puede saber qué cuchichean?
―Nada, Sofi, estábamos conversando sobre el bailoteo de más tarde, pero nada importante.
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