Soy mi deseo. Susana Münnich Busch

Soy mi deseo - Susana Münnich Busch


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las novelas que examinaremos pertenecen a otro tiempo, los deseos de sus héroes no son sustancialmente diferentes de los nuestros. Mi interés en este estudio no es examinar la mediación del deseo, sobre la que existen muchos estudios excelentes. Me importa la insatisfacción que viene del cumplimiento del deseo y la manera como en estas novelas se vincula este descontento con ciertas condiciones sociales y políticas. Siempre que el héroe alcanza un objetivo que le importaba mucho, advierte o que no valía la pena o que es simplemente el origen de otro deseo que reinicia el proceso de la interminable insatisfacción. La adquisición de objetos siempre desilusiona, porque el deseo invariablemente pide más. Solamente hay plenitud cuando se acepta la vaciedad de todo deseo y se admite que la satisfacción del objetivo es imposible.

      Cesar Vallejo vio que lo que obtenemos al hacer una obra de arte es la conciencia de la dicha que da la acción junto con el reconocimiento de que nunca se puede alcanzar lo que se persigue. De allí que los grandes artistas se muestren insatisfechos de sus obras, y los sabios siempre terminen sabiendo que no saben, y los santos admitan que nunca podrán alcanzar la perfección por sí mismos. Sin embargo, cada uno de ellos siente la plenitud de su empeño y el duro placer del ejercicio del arte, del conocimiento, de la búsqueda de santidad. Esta plenitud no existe en el caso del deseo de objetos materiales.

      Se puede decir que en esta narrativa el deseo es malo por tres razones. O porque el deseoso está totalmente equivocado sobre sus posibilidades, por ejemplo, pintar todo París en un solo cuadro (La obra, Zola), o pintar la obra absoluta (La obra maestra desconocida, Balzac), o porque después de la plenitud aspira a permanecer en ese estado, lo cual es imposible (Madame Bovary, Flaubert), o porque ningún deseo de los descritos en esa literatura tiene el valor absoluto que el deseoso le atribuye. Este valor es la promesa vana con que toda sociedad consigue mantener absortos a sus ciudadanos, condenados por eso a la permanente insatisfacción y al deseo siempre renovado. Ni el poder, ni el dinero, ni el reconocimiento de los demás, ni la posesión de las mujeres más codiciadas y bellas, ni ninguno de los objetivos que la sociedad ofrece como deseables puede verdaderamente satisfacer al deseoso. Y sin embargo, estos deseos son inevitables, son la presencia de nuestra gregariedad en cada uno de los momentos de la historia social. No cabe duda de que esta predisposición es la raíz del consumismo actual. Zola fue uno de los pensadores pioneros sobre el consumo. Se dio cuenta de que la satisfacción de los objetivos que la sociedad capitalista estima máximos no frena el deseo, sino que lo aumenta. Hoy el deseo de más, más, más, es utilizado por la máquina propagandista neoliberal.

      Probablemente en ninguna novela del XIX se sienten más poderosamente los límites del deseo como en Madame Bovary. Se sostiene ahora que Flaubert nunca habría dicho «Madame Bovary c’est moi», como se dijo durante un tiempo. Pero supongamos que se comparó con Emma para mostrar que los dos habían conocido la plenitud del deseo erótico. Por el mismo tiempo en que escribió el pasaje en que Emma y Rodolphe copulan por primera vez, anotó en sus apuntes íntimos una experiencia casi mística, en que se sintió unido con todos los elementos del capítulo. Él fue entonces Rodolphe, él fue Emma y también los aspectos naturales que rodeaban a la pareja. Tras esta experiencia narrativa gozosa, quiso repetirla, pero en vez de plenitud hubo sequedad, escasez. Volvieron para quedarse los días en que permanecía hasta la madrugada buscando la palabra, la frase, el ritmo, la idea, el temple.

      La experiencia mística de Flaubert, concomitante a su escritura, es similar a la experiencia estética de Emma, concomitante a su estado amoroso cuando tras una experiencia sexual dichosa ve filigranas de oro florentinas en una mancha de aceite sobre el agua. Se trata, en ambos casos, de acontecimientos inesperados y maravillosos que acompañan muy pocas veces a una actividad que no las tenía en vista. Flaubert quería escribir y Emma estar amando sexualmente. Que los dos hayan alcanzado experiencias transfiguradoras y excepcionales relativas a su deseo fue un regalo. Creemos que la diferencia entre Flaubert y su personaje es esencial. Flaubert siguió queriendo escribir por escribir, no por alcanzar experiencias místicas. Emma, en cambio, quería la repetición interminable de esos estados excepcionales. Lo triste que le pasó a Emma fue no haber tenido estas experiencias literarias amargas, pero deleitosas.

      A Julien Sorel le ocurren dos veces estas experiencias excepcionales. En la primera se produce una concomitancia inesperada entre su temple triunfal después de haber transformado el ánimo patronal y crítico de De Renal en un aumento salarial importante, y su experiencia gloriosa en la montaña al ver el vuelo del águila. La segunda ocurre al final de la novela, cuando, concomitante de su completa aceptación de la muerte, experimenta la dicha. Esta última concomitancia es la superación definitiva de todas sus ambigüedades, temores y deseos.

      A cualquiera que profundiza en el tema del deseo se le hace evidente su enorme complejidad. Está la vida diaria en que nos movemos impulsados por los valores sociales que nos hacen imitadores del deseo ajeno. Vivir consiste en perseguir objetivos, en desear lo que la sociedad nos ofrece como deseable: dinero, reputación, poder, objetos, condiciones de vida, amores, juventud permanente, etc. Y está el acontecimiento excepcional y hermosísimo de ocurrencias deslumbrantes que acompañan muy pocas veces al esfuerzo por cumplir esos deseos o a la alegría de haberlos satisfecho. Suele suceder que nos empeñemos en repetir estas experiencias, y deseemos la imposible repetición del acontecimiento excepcional. Si Julien intentara reproducir el gozo que sintió ante el vuelo del águila, jamás podría, ya que es imposible que se repita el conjunto de componentes que estimularon su dicha. El solo propósito consciente de obtener la repetición impide que se produzca, porque originalmente no fue producto de una intención.

      Al lector atraído por la palabra «deseo» de nuestro título quiero advertirle que muy a menudo a lo largo de este libro se encontrará con exposiciones de ideas que no parecen tener relación con ese tema. Quiero advertirle que la comprensión del deseo en este trabajo es realmente muy amplia y necesita ocuparse de muchos temas que a primera vista parecen impertinentes. No lo son. Toda la vida humana y los caminos por donde se desarrolla está traspasada por el deseo. Se diría que todo libro resulta parte de lo mismo. En cierto sentido, desde nuestro punto de vista, eso es verdadero, pero la diferencia es que aquí gobierna todos los movimientos textuales. Cuando hablo de revoluciones, movimientos sociales, intrigas políticas, dinero, apunto siempre al mismo objetivo: el componente deseoso que está detrás de todas estas realidades. Otro tanto cuando me ocupo de temas que parecen puramente literarios, como por ejemplo, alguna reflexión sobre los epígrafes en Stendhal, o la voluntad de Flaubert de escribir sobre nada, o los enigmas del desarrollo de la piel de zapa o la estructura de alguna de las novelas. En todos estos casos, ruego al lector que no olvide mi propósito central: hacer manifiesto el deseo en las sociedades, en los textos, e incluso en los autores. Pienso que así la lectura le resultará ojalá más agradable o por lo menos, más interesante.2

      El esfuerzo de escribir este libro me ha regalado la compañía de cuatro «personas» con las cuales me he relacionado con el gusto que da la lectura, aunque alguno de ellos quizá me hubiera desagradado en la vida real. Al mismo tiempo me ha servido de entrada en mundos que al principio creí absolutamente distintos del mío, pero luego me parecieron bastante semejantes. Esto también fue un disfrute, mayormente cognitivo, frente a la sentimentalidad del otro. Ojalá quienes se aventuren a leer los resultados de este esfuerzo compartan mi deleite en ambas experiencias, la cognitiva y la sentimental. Si consiguiera tan sólo estimular al lector a disentir cognitiva y sentimentalmente me daría por satisfecha. De todos modos estoy segura de que en ambos casos habríamos entrado todos en contacto con algunas de las mejores novelas de todos los tiempos. Aunque pueda parecer absurdo, me parece que estas cuatro novelas nos ayudan a entender la situación mundial en que nos encontramos hoy. Cada una, desde su perspectiva, describe los comienzos del capitalismo industrial. Flaubert identifica el enorme poder que tienen los medios de masas en la forma en que pensamos y soñamos. Stendhal prueba que nada en la vida humana es ajeno a la política, tampoco el amor. Balzac describe la desorientación de aquellos que viven en un mundo que sienten en decadencia y el pavor que suscita la mortalidad en tiempos oscuros. Y la novela de Zolá, aunque ciertamente no es un clásico, aborda el consumo y la idea de crecimiento permanente, dos temas de la mayor importancia en la actualidad.

      No recuerdo quién dijo que escribía para saber lo que pensaba. A mí me pasa algo parecido. Me gusta lo que dice Anne Carson


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